LA HABANA, Cuba. — Ya pasó el susto. Al menos por ahora, en lo que respecta a reclamos subversivos, los mandamases castristas ya pueden estar tranquilos: se dio el concierto de Pablo Milanés en la Ciudad Deportiva y no hubo gritos de libertad, como en el reciente concierto de Carlos Varela en el mismo lugar.
Qué gritos iba a haber si el coliseo estaba vigilado por la policía y copado por agentes de la Seguridad del Estado y porristas de las brigadas de respuesta rápida, esperando por el primero que se atreviera a decir ji para molerlo a golpes, llevárselo preso y juzgarlo y condenarlo por sedición.
Tampoco hubo amenazas de bomba. Eso solo se le podía ocurrir al afiebrado zocotroco del Ministerio de Cultura (MINCULT) que tuiteó la tontería de los explosivos. Con tantos cubanos que aman y respetan a Pablito… ¿quién iba a querer volar un concierto suyo? En todo caso, los talibanes intolerantes e histéricos que en las redes sociales acusaban al cantautor de traidor y exigían que no se permitiera que volviera a actuar en Cuba.
Las circunstancias que rodearon este concierto de Pablo Milanés son un claro ejemplo de cómo el régimen continuista, por el mucho temor que siente, crea problemas y conflictos innecesarios, evitables, y luego trata de resolverlos del peor modo posible.
¿Si era sabido el interés del público por el reencuentro con el cantautor luego de más de dos años de ausencia de los escenarios cubanos, cómo se les ocurrió que vendiendo solo 300 localidades de las alrededor de 2 000 disponibles en la sala Avellaneda del Teatro Nacional, y reservando las demás para la Juventud Comunista y otras organizaciones estatales, lograrían escamotear el concierto y convertirlo en algo así como una mezcla de misa espiritual y asamblea de balance del Partido?
Las protestas —que de la cola en la taquilla del teatro saltaron a las redes sociales— y la posibilidad de que Pablo Milanés suspendiera el concierto hicieron que la locación fuera cambiada para la Ciudad Deportiva, con capacidad para alrededor de 15 000 personas. Pero la mayor parte de las localidades no las vendieron, sino que las reservaron para los consabidos “organismos estatales”, es decir: segurosos, porristas y chivatos. Solo que tuvieron que movilizar más que los que estaban previstos para el Teatro Nacional.
Poco imaginativos que son los represores. Hicieron ahora en el concierto de Pablito lo mismo que hace treinta años, a inicios de los años 1990, cuando coparon con segurosos y porristas los cines donde exhibían Alicia en el pueblo de Maravillas, la película de Daniel Díaz Torres que ocasionó un terremoto en el ICAIC.
Era mejor, hubiese ocasionado menos lío, que se hubiese efectuado el concierto sin tanto aspaviento. ¿Qué podía pasar? ¿Qué les causaba tanto temor a los mandamases? ¿Que Pablito cantara Éxodo y Los días de gloria? Que cambiara la letra de Yo pisaré las calles nuevamente? ¿Que desde las gradas gritaran libertad? ¿Y qué? ¿Tanto le temen a esa palabra? ¿No sería mejor y más prudente hacerse los desentendidos?
Los mandamases se pusieron muy nerviosos, lo complicaron todo y estuvieron a punto de echar a perder el concierto. Hay gente a la que se les revuelven las pasiones cuando se trata de Pablo Milanés. Muchos no le perdonan su pasado como cantor oficial de la Revolución, los exaltados del castrismo lo detestan por sus cuestionamientos al régimen que lo han convertido en un cuasi-disidente. Y hay otros que aspiran a que un concierto de Pablito pueda lograr la reconciliación nacional, como si esta no requiriera de muchísimos ingredientes más que esas bellas canciones que han conformado una parte considerable de la banda sonora de las vidas de los cubanos en los últimos 50 años.
Hubo el concierto de Pablito y nada pasó. O sí, pasó lo que era de esperarse: el derroche de buena música y textos poéticos a que nos tiene acostumbrado el cantautor. Y de buenas vibraciones, que si no fueron mejores fue por la extremada vigilancia policial.
Ahora, luego del concierto de Pablito, los mandamases quedan a la espera del próximo susto. Puede ser en cualquier momento y por cualquier motivo. En un apagón, en la cola del pollo o en la de los cigarros.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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