CDMX, México. – Argelia empezó a recoger animales en los años 80, cuando abrieron el Mariel y más de 120 000 cubanos huyeron del país. No pocos dejaron atrás a sus mascotas, que de un día a otro se vieron en la calle sin saber cómo sobrevivir. Una parte de esos animales terminaron viviendo con ella en su casa de Los Pinos, en La Habana.
Desde entonces su hogar ha dejado de pertenecerle y lo comparte con decenas de criaturas. Actualmente conviven con ella 28 perros y gatos; además, se ocupa de cuatro animales callejeros.
Convertir su casa en un refugio no ha sido tarea fácil. Desde que se levanta y revisa que sus casi 30 mascotas estén bien y tengan agua, empieza a limpiar los desechos de casi 30 mascotas. Luego viene la verdadera odisea del día: conseguir alimentos.
“Me levanto mal y cansada porque estoy enferma, pero ellos dependen de mí y tengo que salir a buscar. Me despierto pensando qué les doy de comer, dónde lo consigo, de dónde saco el dinero”, cuenta Argelia Justa Reyes, con 75 años, sentada en la terraza de su casa.
Cada mes necesita para sus mascotas 270 libras de arroz, nueve cada día. Esto equivale a un gasto mensual de más de 20 000 pesos, solo en cereal. A ello debe sumarle lo que gasta en proteína y medicamentos.
“Les doy cuanto puedo: compro picadillo, boniato, calabaza, vísceras, pollo. Incluso me como un muslo del pollo que viene a la bodega y con el resto les hago un caldo para mojar el arroz. Quisiera darles más porque sé que no los estoy alimentando como requieren, pero es lo que consigo”, confiesa la protectora.
Después de la reestructuración económica que vino con el llamado “ordenamiento”, si bien aumentaron los salarios y pensiones, la inflación se disparó a tal punto que el poder adquisitivo del peso cubano cayó en picada. Hoy, con el salario medio puedes comprar dos pomos de aceite y con suerte costear los productos de la canasta básica, no más. La comida, incluyendo productos fundamentales, ha alcanzado precios prohibitivos, cuando aparece. Este escenario apocalíptico se torna aún más complejo para quienes, como Argelia, tienen a su cargo a decenas de criaturas.
La ley de Bienestar Animal y el camino hasta ella
Uno de los movimientos de la sociedad civil que ha logrado ―y al que se le ha permitido― mayor articulación dentro de Cuba es el de los animalistas, aunque no siempre con beneplácito del régimen. Los protectores se enfrentan a Zoonosis, rescatan a animales que iban a ser sacrificados, se movilizan entre ellos para sacar de las calles a mascotas y darles hogares temporales. También han organizado campañas de vacunación antirrábica, desparasitación y esterilizaciones masivas, así como ferias de adopción.
Amalia González Reyes, con más de 30 años como protectora, participó en la fundación del antecedente de estos grupos, la Asociación Cubana para la Protección de Animales y Plantas (Aniplant), fundada en 1987 y que ha sido muy señalada por activistas por su cercanía al régimen. Actualmente es el único grupo de esta naturaleza reconocido por el Gobierno cubano.
Posteriormente, González Reyes fue testigo de cómo se fueron sumando otros grupos —que no tienen reconocimiento legal— como Cubanos en Defensa de los Animales (Ceda) y Protección Animal S.O.S (Pasos). Al interior del país se fundaron GAMPA (Artemisa), SALBA (Santiago de Cuba) y BAC (Santa Clara), entre otros. Gracias al acceso a internet estas redes han podido crecer y organizarse con mayor efectividad para contrarrestar la deficiente atención (o inexistente) que brinda el Estado en este sentido.
A pesar de que a juicio de Amalia no han logrado unirse todos por una causa común, sí lograron impulsar después de décadas de activismo que se legislara al respecto. El 28 de febrero de 2021, y luego de muchas dilaciones, Cuba tuvo una Ley de Bienestar Animal. Sin embargo, para muchos activistas es letra muerta.
“La ley era nuestro objetivo para proteger al animal del maltrato, del abuso, pero nada ha cambiado”, reconoce con tristeza Amalia, protectora de más de una decena de mascotas. “La ley puso multas muy bajas que los peleadores de perros pagan y ya. El cómo implementan esta norma ha sido una burla contra los animalistas”.
De su bolsillo Amalia alimenta una colonia de gatos y compra sus vacunas y medicinas. Como todo en la Isla, los tratamientos hoy tienen precios escandalosos que hacen imposible su acceso, sobre todo para quien cuida a más de una decena de animales.
Para ella, con más de la mitad de su vida dedicada a la protección, si el Estado tuviera realmente interés, al menos habría un establecimiento donde los cuidadores pudiesen acceder a las medicinas. Los precios actuales no pueden costearlos.
Las medicinas que no pueden pagar
Entre las enfermedades más frecuentes y mortales que afectan a las mascotas en Cuba está el moquillo, que provoca que dejen de comer o beber agua, estén decaídos y les suba la temperatura. De no tratarse oportunamente, el animal puede morir y contagiar muy rápido a otros.
El precio de cada Gamma Hiperinmune (la terapia contra el moquillo canino) es de 367 pesos, y su primera dosis debe inyectarse en las primeras 72 horas tras la aparición de los síntomas. Un perro mediano requiere 12 frascos, lo que significa un total de 4404 pesos solo en este medicamento. Eso es más de lo que cobra por un mes de trabajo un cubano promedio.
A ello hay que sumarle la consulta veterinaria, otros medicamentos que requiera y el costo de transportar al animal. Si ya parece imposible de sostener para quienes tienen un solo animal, esta agonía se multiplica en el caso de quienes administran refugios.
Cuando tienes, como Beatriz Batista Romero, una familia de 30 (15 gatos y 15 perros) a tu cargo, ¿qué hacer para mantenerlos sanos?
“A diferencia de medicinas para los humanos, para los animales casi todo aparece”, explica Betty. El problema no es el poco suministro, sino los precios.
“Muchos veterinarios viajan y traen todo tipo de medicamentos, pero los costos son impagables”, sentencia. Cada antiparasitario, por ejemplo, supera los 150 pesos. Si ese valor se multiplica por 30, ella necesita casi 5000 pesos para un tratamiento de rutina, sin contar todas las demás vacunas que requieren sus animales, los tratamientos de urgencia y la comida.
“En Cuba es complicado sobrevivir para los seres humanos, imagina para los animales”, responde la activista, que logra sostenerlos gracias a la ayuda constante de su hija emigrada.
“De otro modo estarían como los perros y gatos de muchos refugios: flacos del hambre y muy deteriorados”. Betty aclara que este panorama tan triste que ve en muchos refugios no es porque las protectoras no se ocupen, sino porque no pueden hacer más y no tienen ayuda.
“A veces logramos adopciones, pero la mayoría de los animales no lo consigue. Por eso tenemos tantos rescatados en la casa. Mi vida está entregada a ellos, desde que me levanto hasta que me acuesto. Son parte de mi familia”, cuenta la activista.
Batista, quien el pasado abril fue amenazada por la Seguridad del Estado con ser llevada a la cárcel por el delito de sedición si participaba en la marcha por el Día del Perro, denuncia que el Gobierno se ha desentendido de tal manera de los animales, que ya ni siquiera realiza campañas antirrábicas. En lo único que emplean recursos es en recoger y sacrificar dentro de su “Plan de Prevención de la Rabia Humana”.
“Antes con cierta frecuencia pasaban por los barrios anunciando vacunaciones contra la rabia, una enfermedad mortal para el humano, pero eso se ha extinguido. Ni siquiera garantizan la antirrábica que es su obligación… y luego hablan de bienestar animal”, lamenta Batista.
Sobre el futuro de los refugios, que hoy sufren la misma crisis que la sociedad, en general Betty no es optimista, a menos que haya transformaciones radicales en el país. “Necesitamos un cambio de sistema para mejorar la vida de todos. Yo amo a los animales, pero también a las personas; y solo con un gran cambio mejoraremos la calidad de vida que hoy podemos tener en Cuba”, termina.