NUEVA YORK, Estados Unidos. – La derecha en América Latina está cediendo lastimosamente frente a las violentas presiones de las masas, comandadas por elementos que quieren apoderarse y suprimir la libertad en la región.
Los países del Grupo de Lima, que luchan por la democracia, están siendo alcanzados uno por uno por los tentáculos de esa amalgama brutal llamada castrochavismo, que preparó desde hace años el terreno de la violencia en el Foro de Sao Paulo.
En aquel aquelarre diabólico se reunieron recientemente los comunistas para trazar los planes actuales de acabar con los gobiernos que le hacen sombra.
Perú, Ecuador y ahora Chile han sido atacados por hordas salvajes, a quienes se les ha lavado el cerebro, haciéndoles creer que han sido despojados y tienen el derecho a manifestarse con violencia hasta tumbar los gobiernos.
Arcilla dúctil, las masas alzadas creen que pueden empujar el carro de la democracia hasta volcarlo, sin medir ni importarle las consecuencias de lo que vendrá en el futuro.
Los gobiernos, ante las violentas escenas de asaltos y pillaje, han capitulado y cedido terreno que nunca debieron perder.
El castrochavismo, como bien lo describe el político boliviano Carlos Sánchez Berzain, es la denominación que describe el sistema de crimen organizado transnacional que usurpa el poder político en Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua y que debe ser tratado como una estructura de delincuencia organizada y no como un proceso político. La gravedad, recurrencia, reincidencia e impunidad de los crímenes que cometen los Castro, Díaz-Canel, Maduro, Morales, Ortega-Murillo y los integrantes de sus regímenes, sumada a la estructura transnacional que han desarrollado, ha reducido a “estado de indefensión” a los pueblos oprimidos y representa la amenaza más grave para la paz y seguridad de las Américas.
Las sociedades de la región —incluso la amenaza que se cierne sobre Estados Unidos del castrochavismo— son las que pagarán el terrible precio de volver en el progreso adquirido durante años de lucha económica.
Hoy el lobo feroz del comunismo arroja su nefasta sombra sobre naciones democráticas, debilitadas por acuerdos y disculpas que no han hecho sino robustecer al apetito por mayores demandas.
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