LA HABANA, Cuba.- El 14 de febrero es una de esas fechas en que los cubanos sacan sus ahorros y deciden tirar la casa por la ventana. No se trata, ciertamente, de hacer regalos lujosos; pero si se observa que en Cuba el más mínimo detalle puede costar el dinero guardado durante meses, los obsequios que parecen anodinos adquieren una relevancia especial.
Durante los últimos años ha crecido la sensación de que para los insulares las fechas señaladas constituyen una pesada carga por dos razones fundamentales: 1) la oferta es escasa y horriblemente cara; 2) la realidad social es tan asfixiante que se ha perdido la creatividad y la voluntad de esforzarse por salir de la rutina. Nadie lo declara abiertamente; pero el horizonte volitivo -sobre todo el de las cubanas- delata que son pobres las expectativas y creciente la disposición a conformarse cada vez con menos.
Salir a cenar es una de las tantas posibilidades que flota en un futuro donde la economía doméstica sea más saludable; pues la aventura de marras no contempla solo el gasto de la cena, sino también del transporte, que atraviesa uno de sus peores momentos. Tales inconvenientes pueden convertir la experiencia gastronómica en un dolor de cabeza para los comensales.
Una mujer entrevistada por el equipo de CubaNet reveló que su deseo en el Día de San Valentín sería cenar en un buen restaurante con toda su familia, o viajar. Nada más distante del bolsillo asalariado. Tanto los establecimientos estatales como los privados aprovechan la connotada fecha para subir los precios, reemplazando la carta habitual con lo que llaman “menú para los enamorados”, plagado de ofertas que no bajan de 25 CUC por persona, cifra superior al salario promedio mensual, aunque ello no garantice una degustación extraordinaria.
Los cubanos raramente dicen “voy a hacer o regalar tal cosa en el Día de San Valentín”. La mayoría recurre a la fórmula desiderativa: “yo quisiera” o “me gustaría”; pero por encima de sus anhelos prevalecen las limitaciones materiales. Quizás por ello tantas mujeres se aferran al cliché de la carta, el poema o la flor como obsequios ideales.
La sencillez de sus deseos, no obstante, revela hasta qué punto se ha descuidado en Cuba el arte de sorprender a la pareja. Más allá de la dosis de espiritualidad que pudiera motivarlas, las féminas que así se expresan reclaman atención, un gesto que compense sus sacrificios, que le aporte lirismo a una cotidianidad prosaica y descorazonadora.
Las parejas cubanas que perseveran en el amor y la edificación de un proyecto de vida en común, se estrellan a diario con un “no poder” frente a los avatares más elementales de la existencia. No es de extrañar que el 14 de febrero sea un día sin brillo; aún más opacado por la mediocridad con que la propaganda del Estado intenta mezclar afectos muy personales con el amor al CDR, al barrio, a la memoria de los líderes y a cuanto carece de humano sentido.
No hay dinero, ni opciones, ni margen a la espontaneidad. Por ventura, queda ese muro de las lamentaciones donde carenan los que no pueden pagar privilegios concebidos para extranjeros y nuevos ricos. Esta noche el malecón habanero se llenará de luces y gente. Ojalá no falte la guitarra. Por momentos se percibe una tristeza tan honda que parecen haberse esfumado, incluso, las canciones.