
LA HABANA, Cuba.- Hace 52 años, en 1966, cuando fue publicada Paradiso, de José Lezama Lima, el capítulo ocho de los catorce que conforman el libro, escandalizó de tal modo a los mandamases -o más bien a sus comisarios culturales, que seguramente fueron los que lo leyeron porque los jefazos, siempre tan ocupados, no deben haber tenido tiempo, paciencia ni sesos para aventurarse en la densa prosa lezamiana- que decretaron la proscripción de la más monumental novela que se haya escrito en Cuba. Una proscripción que duraría un cuarto de siglo.
Imagínese cómo se pondrían de indignados los testosterónicos y muy machistas jefes, que habían recién estrenado las UMAP, cuando los comisarios encargados de leer por ellos les contaron el capítulo donde Lezama, en la antípoda del realismo socialista y los cantos a la revolución, describía la leptosomática verga de Farraluque, con el glande parecido a su rostro, el frenillo a su nariz y la cúpula de su membranilla a su frente abombada.
Dio mucho de qué hablar por aquellos tiempos en Cuba aquel capítulo ocho, donde Lezama refería cómo Farraluque penetra, por diferentes vías y siempre en tardes de domingo, a una criada española, una cocinera mulata color mamey y su hermano, y al enmascarado esposo de la señora de enfrente del colegio, ocasión esta última en que los telúricos movimientos de la cópula contra natura ocasionan el derrumbe de una carbonería.
Aun hoy, muchos de los que presumen de haber leído Paradiso, lo más probable es que solo hayan leído el capítulo VIII, y para eso, hasta donde termina la historia de las proezas eróticas de Farraluque, perdiéndose así la parte final del capítulo -una suerte de homenaje lezamiano al Decamerón-, aquella donde aparecen Godofredo El Diablo, Fileba la Insatisfecha y el enajenado Padre Eufrasio, que se estrangulaba los testículos para eyacular agustinianamente.
Según el académico cubano-americano Roberto González Echevarría, especialista en literatura hispanoamericana: “Paradiso sobrepasa la estética… La novela de Lezama, como toda su obra, se desentiende de lo bello como meta, combinando a veces lo grotesco con lo francamente de mal gusto e ignorando olímpicamente los más caros preceptos del arte novelístico, como señaló Cortázar. En gran medida, lo sobrecogedor en Lezama es precisamente la falta de medida, de decoro; la mezcla de niveles retóricos con un desenfado que oscila entre la ingenuidad más enternecedora y la originalidad más chocante”.
En agosto de 1966, la tirada de 5 000 ejemplares de Paradiso se agotó en un santiamén. Pero muchos de los ejemplares fueron recogidos de las librerías porque las autoridades consideraron que el libro era pornográfico y enaltecía el homosexualismo.
La ojeriza del régimen contra Lezama se hizo mayor en 1968, cuando el escritor no cedió ante las presiones a que fue sometido, como miembro del jurado de poesía de la UNEAC, para que no votara por la concesión del Premio Julián del Casal al poemario “Fuera del juego”, de Heberto Padilla. Lezama permanecería en el ostracismo hasta su muerte, el 9 de agosto de 1976.
No habría otra reedición de Paradiso hasta 1991. Editado por Letras Cubanas, con prólogo de Cintio Vitier, la tirada fue insuficiente para satisfacer el interés del público. Para comprar el libro acudió una muchedumbre a los portales del Palacio del Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro, y hubo una rebatiña que impidió que se pudiera efectuar la presentación del libro, que tuvieron que vender a través de una reja y bajo custodia policial.
Podría pensarse, con la absorción de Lezama por la cultura oficial, que la proscripción de Paradiso, motivada por el mediocre puritanismo de los censores, es agua pasada. Pero más de medio siglo después no ha mejorado la situación de la libertad artística en Cuba. Por el contrario, parece que empeorará. Por medio del decreto 349, los comisarios revestidos de moralina y patrioterismo decimonónico y corrección política-ideológica neoestalinista, se arrogan el derecho de prohibir a los creadores, entre otras cosas, “el uso de los símbolos patrios que contravengan la legislación vigente”, y lo que consideren que contenga “pornografía, violencia y lenguaje sexista, vulgar y obsceno”. Y lo peor, está el muy abierto inciso del decreto, donde cabe todo lo que se les antoje a los censores que “infrinja las disposiciones legales que regulan el normal desarrollo de nuestra sociedad en materia cultural”.