SANTA CLARA, Cuba.- En una de las tiendas recaudadoras de divisa de Santa Clara, una señora trata de devolver un par de zapatos. Los coloca en el mostrador y espera a que el dependiente le tire una ojeda a la mercancía. Están descosidos y despellejados. “No tienen garantía”, le responde el trabajador. “Los compré hace quince días”, protesta ella con tono aflictivo. “No se los podemos cambiar, ya no están en garantía”, le repite él y pide que no demore la cola.
Los zapatos que Odalia Valdés había adquirido en la TRD traen una etiqueta aclaratoria de Made in China y hacía apenas unas horas que sus mocasines perdieron el derecho a ser canjeados por otros. Así lo justificaba el comprobante, así lo había dispuesto el gerente, o su superior, o quienes fueron a comprarlos al continente asiático. Odalia no sabe de responsables porque nadie le va a devolver los 20 CUC que invirtió en sus zapatos maltrechos.
La mayoría del calzado que se expende en estos establecimientos cubanos lleva años expuesto en las vidrieras, de cuestionable calidad y pasado de moda. Así lo confirman los propios dependientes que se conduelen con los clientes insatisfechos y necesitados de alguna respuesta al mal estado de su compra.
“Llevo bastante tiempo trabajando aquí y casi nunca entra nada nuevo”, corrobora una de las cajeras del tercer piso de la tienda Praga, en el boulevard de Santa Clara. “Yo le digo a los que vienen a mirar que vayan a comprarlos por fuera, que hemos tenido muchísimas devoluciones, aunque no sea ético de mi parte porque, supuestamente, tenemos que cumplir el plan de ventas. Estos se descosen y se despegan al poco tiempo. A casi nadie le dura un zapato de tacón, porque se les desprenden con tres usadas. La calidad no se corresponde en nada con el precio que les asignan”.
El 7 de abril de 1959, Fidel Castro se reunió con los fabricantes de calzado en Cuba y refirió que la industria zapatera se convertiría en una de las mejores del país. En el mismo discurso apuntó: “Entre las metas que tenemos que trazarnos está la de producir los mejores tipos y la mejor calidad de zapato, de manera que cuando un cubano vaya a una tienda y pida un zapato cubano, no lo pida solo por patriotismo, sino que lo pida también porque es mejor zapato que cualquier zapato que se pueda importar aquí”.
En los años ochenta, los zapatos usados por los cubanos eran de producción nacional o importados del antiguo campo socialista, casi todos de similar factura, sobrios, incómodos y algunos diseñados con mal gusto. De aquella época se recuerdan los tenis Caribe y Batos, las botas cañeras y rusas, o los conocidos como Kikos plásticos. Quienes tenían mejor posición económica solían adquirir los importados en las llamadas “tiendas de la amistad”.
La crisis de los noventa lastró el funcionamiento de casi la totalidad de las fábricas existentes en la Isla hasta aquel momento. Aquellas industrias y tenerías que generaban más de 900 mil metros de cuero debieron cerrar por falta de recursos y piezas de repuesto, lo que ha provocado, hasta hoy, un marcado desabastecimiento en las tiendas estatales cubanas y oferta insuficiente de botas colegiales y ortopédicas.
Mileydi Hernández paga 400 pesos mensuales por el autorizo para vender zapatos en una “candonga” cercana a la plaza central de la ciudad de Santa Clara. De acuerdo con la descripción de su trabajo, la licencia no incluye la comercialización de calzado industrial o importado por ella u otras personas.
“Yo no te puedo decir que vendo zapatos traídos de otros países, porque me meto en problemas, pero la gente lo hace”, dice y señala para un puesto cercano en el que saltan a la vista zapatillas de marcas Nike o Adidas y tenis del sello Converse. “Esas no son originales, todo el mundo lo sabe. Las traen de Panamá y de Guyana. Algunas hasta se ensamblan aquí. Son las que cuestan más caras, entre 45 y hasta 70 CUC. Los vendedores les sacan algo, no mucho, pero tratan de metérselas al cliente por los ojos y son las que más duran. La gente no tiene otras ofertas y tiene que conformarse con los precios. Los que tienen menos posibilidades compran las sandalias de cuero, que duran bastante, pero no están en el boom”.
En el espacio reducido de la venduta se encuentran expuestos todo tipo de zapatos: las usadas ballerinas con lazos de brillos, chancletas plásticas y de goma con el sello Ipanema, sandalias de cuero y botines de pana. El precio del calzado varía en dependencia de la moda y la calidad de cada uno. Las plantillas anuncian todo tipo de nombres de mujer: Liliana, Ana, Giselle. “Se los ponen los propios zapateros, casi siempre sus novias o esposas se llaman así. Lo hacen para diferenciarse entre ellos”, agrega Mileydi.
A expensas de la ley, los vendedores cuelan entre su mercancía muchos zapatos importados, sobre todo, de Estados Unidos y los países de libre visado, o los promocionan a través de páginas en redes sociales como Revolico.com. Para adquirir un par de las llamadas “zapatillas de marca” en una tienda recaudadora de divisa en Cuba, una pareja de cubanos con un salario promedio debe ahorrar hasta seis meses. En las pocas boutiques disponibles en la ciudad, los zapatos están rubricados por precios aún más extravagantes que los disponibles en los puntos particulares. “Y aun así nos prohíben vender lo que se trae de afuera”, apunta Liliety Vázquez, otra revendedora santaclareña. “En las tiendas de divisa he visto muchos tenis que están a punto de romperse y hasta despellejados, que nadie los compra, por lo caros que son”.
Zapateros y remendones: los magos del calzado en Cuba
Enrique tiene 22 años y las manos ásperas y ampolladas. Hace seis meses que rechazó la carrera de veterinaria para dedicarse a la fabricación de calzado. Su faena diaria consiste en recortar y pegar suelas como un autómata. “Se aprende fácil”, apunta. “A veces trabajo toda la madrugada hasta el otro día que me voy a dormir. Me pagan en dependencia de lo que pueda hacer todas esas horas. No es mucho, pero no puedo protestar porque no tengo patente”.
En el poblado rural donde vive Enrique hay otros doce muchachos como él que han abandonado sus trabajos con el estado, o bien llevan sus carreras al tiempo en que trabajan en pequeños talleres dedicados a la confección de zapatos, sobre todo, en los situados en el municipio de Camajuaní, a casi 30 kilómetros de Santa Clara. La mayoría de ellos, mano de obra barata, han decidido mantenerse al margen de la legalidad.
Camajuaní ha sido por décadas, desde el advenimiento del período especial, un emporio del calzado artesanal y, los propietarios de estas microfactorías, se encargan ellos mismos de su distribución hacia toda Cuba. Enrique asegura que desconoce la procedencia del material usado en estos talleres, pero que ha escuchado que el dueño lo trae o lo recibe desde diversos puntos de América Latina. Por otra parte, al productor o vendedor de calzado se le prohíbe el uso de pieles de ganado mayor y otras especies prohibidas. “Casi todo lo que utilizamos es sintético. Los dueños tienen una carta que los deja importar herramientas y el propio material con que se fabrican. También las hebillas y los cordones se traen de otros lugares. Aquí no te venden nada”, asegura.
Hanoi Cuesta se dedica desde hace más de 25 años a reparar calzado de todo tipo y paga por la patente de “remendón” la cifra de 50 pesos mensuales. “Este oficio es viejo”, sentencia. “Este es un oficio para los pobres. El poder adquisitivo de la población cubana es muy bajo y no da para comprar un par de zapatos nuevos cada vez que se rompen. En otros países la gente los bota, aquí no pasa igual”.
Para realizar este trabajo por cuenta propia Hanoi debe comprar “por la calle” sus propias herramientas, el hilo y hasta las suelas para sustituir las que están dañadas. “En las tiendas de productos industriales no hay nada, deberían sacar las cosas y bajarles los precios, para uno poder cobrar menos también”, explica. “Yo consigo los materiales por ahí. De acuerdo a lo que trabajes es lo que ganas a diario. Si te enfermas, sabes que estás embarcado. Estás a expensas todo el tiempo de pincharte un dedo, de coger una infección en las uñas, todo el mundo no tiene la misma higiene y en los pies se acumulan hongos”.
Hanoi ha conocido historias de personas que se han quedado descalzos en las calles o a la espera de que les reparen los zapatos en alguno de estos puestos arrendados. “Hay quienes tienen un solo par para trabajar. Hay madres solas con dos hijos. A veces, yo le fío a quien no puede pagar al momento. Es que uno puede salir sin bañarse o sin peinarse, pero sin zapatos no se puede andar”.
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