LA HABANA, Cuba. – Detrás de cada uno pudiera haber una historia no siempre feliz. Llegar a poseer un bicitaxi o simplemente conducir uno implica recorrer un camino de sacrificios y vicisitudes que pocos imaginan cuando observan ese artefacto que, junto a los almendrones, han estampado un sello peculiar a las calles de Cuba.
Pareciera una opción económica para quienes no pueden hacerse de un automóvil debido a los altos precios que cualquier “chatarra con motor” pudiera alcanzar en la isla (donde un auto con una década de explotación puede ser considerado “nuevo de paquete”), pero el precio del bicitaxi más barato jamás estará por debajo de los 400 dólares, una suma que representa 16 veces el salario estatal mensual promedio de un cubano.
Entonces, ¿por qué existen tantos y en manos de personas en apariencias tan pobres? Pudiera ser una de las tantas incógnitas sobre estos triciclos que ni siquiera se venden en la red de comercios estatales sino que son fabricados de modo artesanal en talleres clandestinos y vendidos en un mercado subterráneo donde abundan todos los ingredientes de aquello que se “cocina” en la trastienda.
Especulación, estafa, inseguridades de todo tipo existen alrededor del negocio de los bicitaxis debido al hecho de no ser un oficio totalmente “legal” en todas sus aristas y por lo cual se presta para que vendedores, fabricantes, policías e inspectores intenten sacar provecho personal.
Incluso, una vez que se obtienen los permisos para usarlos para el transporte de pasajeros se inicia una aventura contra las incesantes persecuciones de que son objeto los “bicitaxistas” por el simple hecho de constituir una competencia para las empresas de taxis estatales, por lo cual el gobierno, coincidentemente con las temporadas de alza turística, suele remediar sus desventajas con tormentas de multas y decomisos que probablemente influyan en la oscilación de los costos de los triciclos.
“Cuando se puso la cosa mala los precios bajaron y pude comprar este (bicitaxi) en 250 (dólares) pero sin la lona del techo, ni la cadena y con los asientos en mal estado”, dice Yoel, un joven bicitaxista de La Habana.
Él se refiere a los meses finales de 2016 y los primeros del año 2017 cuando les fueron retiradas las licencias a un buen número de chóferes que no residían en la capital, un requisito indispensable para poder ejercer el oficio legalmente.
“Pero este mismo bicitaxi, así mismo como lo compré, podía haberme costado 350 (dólares) e incluso más (…), (hoy día) con la cadena industrial, la lona engomada, el piso con plancha de acero-níquel y echa la electricidad (sistema eléctrico) y los asientos tapizados, puedo venderlo bien en 700 (dólares), y lo estoy dando regalado”, asegura Yoel.
Una cifra similar a esa fue la que pagó, en noviembre del año pasado, el joven Leyandri por el bicitaxi que hoy conduce por la zona de Prado. Para eso debió pedir dinero prestado a un amigo por lo que hoy se encuentra, según sus propias palabras, “con la soga al cuello”, es decir, endeudado, en peligro de perder la amistad y quizás a las puertas de una riña bien peligrosa.
Lo que gana en una jornada de más de 12 horas no le está rindiendo lo que imaginó y lo que algunos le dijeron, y los días que logra recaudar 20 dólares los considera milagrosos.
“Por eso está el que prefiere rentar y no comprar un bicitaxi (…), no da la cuenta, yo por tal de no depender ahora estoy embarcado”, precisa Leyandri: “casi todo lo que estoy ganando se me va en el día porque no gasto en gasolina, es cierto, pero si no ‘jamo’ (comer) no puedo dar pedales, y después que uno pedalea 10 o 20 cuadras, al sol, tiene que echarse un pan con algo, un refresco, y los 30 pesos (poco más de un dólar) que ganaste se te van así (…), la suerte es montar un ‘yuma’ (extranjero), entonces ya empieza a dar la cuenta pero hay mucha competencia y también hay yumas que son unos bichos y no quieren dar más de 5 fulas (dólares)”, se lamenta el joven.
Dayron, otro bicitaxista, afirma que pudo comprar su bicitaxi en unos 500 dólares gracias a la ayuda de una extranjera con la cual tuvo un amor “pasajero”. Habiendo llegado a la capital del país hace algún tiempo, Dayron debió dedicarse a los pocas “ocupaciones” de cualquier ciudadano “ilegal” o “palestino”, una condición y a la vez estigma que sufren aquellos cubanos sin residencia en La Habana.
“Bueno, jinetear como tal nunca lo hice pero no había nada, y tuve la suerte de conocer a dos o tres yumas y no sé por qué pero yo siempre caigo bien (…), no encuentras trabajo, lo que hay no te alcanza para vivir y no quería regresar a mi casa (en Las Tunas), así que tenía que apurarme y comencé rentando un bicitaxi, para más o menos hacer algo, llevar a algún turista y ya sabes, tirando el anzuelo siempre (se sonríe), hasta que conseguí el cambio de dirección y después una jeva (una mujer) con la que estuve me dejó el dinero antes de irse y me compré esto (el bicitaxi)”, dice Dayron, quien además opina que el de los bicitaxis es un negocio bueno, pero “hay que tener paciencia y carisma”.
“Y de vez en cuando dejarle caer lo suyo a los tipos (a los policías e inspectores) para que no te sofoquen demasiado, porque aquí todo el mundo anda en su luchita”, aconseja Dayron.
La mayoría de los talleres donde se fabrica más de la mitad de los triciclos que circulan en el occidente del país se encuentran en las provincias de Mayabeque y Artemisa, quizás por estar cercanas a las fuentes de materia prima, es decir, la ensambladora de ómnibus Diana, en Artemisa, o a los múltiples vertederos de chatarra que existen, asociados quizás a las obras del puerto de Mariel.
No obstante, allí también los precios de los triciclos alcanzan cifran muy similares a los precios de venta de segunda mano.
Noelio, soldador en uno de estos talleres, afirma que cada día se vuelve más difícil conseguir materiales para la construcción de los bicitaxis, de ahí que los precios continúen subiendo.
“A veces el cliente es quien pone las cosas y nosotros armamos el bicitaxi. Hacemos el cuadro (la armazón principal) en dependencia del material que tengamos, (…) los de tubos de acero-níquel son más caros pero también más difíciles de conseguir y por eso tan solo el cuadro puede estar por los 200 o 300 pesos (dólares) (…), la cadena industrial está perdida, nosotros la hacemos uniendo 7 u 8 cadenas de polaquitos (Fiat fabricado en Polonia durante los años 80), que al final te viene saliendo eso en 100 pesos (dólares), sin contar los piñones, las llantas, la mano de obra (…), y después todo lo que le vas poniendo (…), pero esto es un trabajo a riesgo de que vengan mañana y te cierren el taller porque no hay manera legal de conseguir los materiales, todo esto es a riesgo, y todo eso se cobra”, afirma quien dice haber fabricado medio centenar de triciclos en apenas dos años.
Posterior a la última oleada policial contra los bicitaxistas y a las restricciones de circulación por determinadas calles de la capital, una buena parte de los vehículos anteriormente dedicados al transporte de personas pasaron al servicio de carga ligera en panaderías y comercios estatales y privados. Fue entonces que a muchos pareció que sería el final de esos artefactos que dan a La Habana un aspecto de aldea rural asiática pero lo cierto es que cada día aparecen más, aún cuando tener uno propio es tan complicado como “lujo de pobres”, así como lo es cualquier asunto en el contexto cubano.