LA HABANA, Cuba.- Es un criterio casi generalizado que los problemas de Cuba no tienen ni tendrán solución, al menos mientras la crisis económica continúe generando beneficios personales tanto a los altos, medianos y pequeños funcionarios del gobierno como a aquellos que, ya sea desde afuera o adentro, piensan que hablar de cambios es pensar exclusivamente en oportunidades de negocios.
Negocios en su mayoría sin demasiados horizontes y con aquellos “empresarios” y aventureros que se acomoden a una situación de crisis que con el tiempo se ha convertido en una estrategia política muy efectiva.
Tanto es así que, entre algunos miembros del Partido Comunista ya se habla de los favores de la política de Donald Trump hacia Cuba, la cual es considerada mucho menos “peligrosa” que la de Barack Obama tan solo porque ha brindado la posibilidad de retornar a la idea del “enemigo amenazante” que tan útil le resultó a Fidel Castro.
Mientras Obama apostaba por eliminar o “suavizar” aquellos dos elementos (embargo y enemigo amenazante) sobre los cuales se sostiene el discurso ideológico del gobierno cubano, a la par que, por vez primera en mucho tiempo, sacaba a la luz cuando no los profundos y reprimidos sentimientos anexionistas de una buena parte del pueblo cubano, al menos sí la simpatía por la nación vecina; Trump, con su retorno a la “política dura”, inyecta hormigón fresco a los cimientos agrietados de una estructura que estaba a punto de colapsar.
Durante los últimos años del mandato de Obama, en las asambleas del Partido Comunista, con gran secretismo, según ha trascendido por testimonios de varios participantes, se comenzaba a hablar de la llegada a un punto donde no había vuelta a atrás, en otras palabras, la “revolución” había sido declarada muerta y todo cuanto le tocaba hacer a los dirigentes eran maniobras para esconder el cadáver y enmascarar el hedor, algo a lo cual no ha querido resignarse una parte de la vieja guardia, aún esperanzada con la consolidación en el poder de las izquierdas extremistas latinoamericanas, las cuales continuarían aportando capital y alianzas en los foros internacionales.
La esperanza de la ortodoxia comunista no nace de una vulgar fantasía sino de una estrategia real que los ha mantenido más de medio siglo sosteniendo las riendas de un penco que, aunque demacrado y enfermizo, al menos les ha servido para no andar a pie. Eso les resulta mucho mejor que guardarse en retirada y ceder los controles de la nave a esa facción, dentro del propio gobierno, que no mira con malos ojos un reformismo económico que implique una transformación política y que, poco a poco, prepare el terreno para una transición pacífica, suave, sin demasiados traumas.
Un proceso que, en el contexto actual, solo pueden protagonizar aquellos que, con la capacidad de comprender las necesidades de la nación, por encima de sus ambiciones personales, no tienen demasiados compromisos con una política y una ideología que acatan por necesidad pero que no comparten.
El punto de empantanamiento en que nos encontramos hoy es muy similar al de hace veinte años atrás. Es sabido que, en buena medida, la existencia del gobierno depende de la existencia de la crisis y sus principales componentes: embargo y enemigo incluidos. Sin ella, ningún mecanismo de control sobre los ciudadanos tendría sentido, en tanto trabajar en convertir a Cuba en un país normal, conectado en todos los ámbitos con el resto del mundo, sería lo mismo que el suicidio de la vieja casta, ya incapaz de justificar mediocridades, torpezas administrativas, prohibiciones, represiones, privilegios y todo aquello cuanto impide la prosperidad de la nación.
Es así de sencillo: no sabrían cómo gobernar un país normal, mucho menos cómo perpetuarse en el poder sin restringir y criminalizar las libertades y los derechos de los individuos, de ahí el alivio que les proporciona la “línea dura” de Trump, en contraposición al rostro sonriente de Obama.
Mientras tanto, nada se habla de la incompetencia para encontrar una solución a los reclamos de los ciudadanos que han sido obligados desde hace años a no emitir criterios negativos sobre “la cosa”, es decir, sobre la situación. Todo el mundo sabe que no hay solución y solo están a la espera de que “la cosa” caiga por su propio peso, algo que sí no es demasiado sencillo.
Al final, la incompetencia del gobierno es y al mismo tiempo no es incompetencia. Sería mejor definirla como “incompetencia aprovechable”, como aquello de que si la vida te da limones, pues haces limonada. Lo cual solo reafirma la mediocridad de las ideologías totalitarias.
En consecuencia, el Partido Comunista, que controla la prensa, trabaja la imagen de una crisis provocada por los “enemigos externos” para proyectarla exclusivamente en el escenario de quienes la sufren en moneda nacional.
Para los que disfrutan el privilegio de la moneda convertible, la historia es muy diferente y son los principales voceros de esa política donde se quiere provocar la sensación de que se trabaja para sobrevivir a esta mala racha, tan mala que ya muy pocos se creen la historia de que vendrán tiempos mejores.