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Barbarroja, el cerebro detrás de las guerrillas latinoamericanas

Barbarroja, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Recientemente, en La Pupila Asombrada (la versión televisiva del blog de Iroel Sánchez) reprodujeron fragmentos de una entrevista que concedió a la CNN en 1997 el comandante Manuel Piñeiro Losada, alias Barbarroja, con motivo de cumplirse en este mes de marzo los 90 años de su nacimiento y los 25 de su muerte.

Fue raro. Hacía mucho que no se hablaba de Barbarroja. Posiblemente, es más recordado entre los más veteranos de la izquierda latinoamericana que en Cuba. Y es que durante tres décadas Manuel Piñeiro fue el encargado de coordinar los movimientos armados en Latinoamérica. Se ocupó de ello, como si fuese un asunto personal, desde su oficina en el Palacio de la Revolución, muy cerca de la de Fidel Castro.

En los años cincuenta del pasado siglo, su padre, un gerente de la Bacardí, lo envió a estudiar administración de empresas a la universidad de Columbia, una de las mejores de los Estados Unidos. Sin embargo, el hombre nunca sospechó que aquellos estudios le servirían años después a su hijo para administrar desde La Habana las finanzas de los movimientos guerrilleros latinoamericanos.

Piñeiro regresó a La Habana en 1955 hablando un inglés fluido y con una esposa norteamericana, la bailarina Lorna Burdsall. Luego de integrarse al Movimiento 26 de Julio pasó un par de años poniendo bombas antes de unirse, en 1958, a los rebeldes en la Sierra Maestra.

En el principado guerrillero del Segundo Frente, dirigido por Raúl Castro, fue el encargado de vertebrar el G-2, el servicio de inteligencia castrista que se convertiría en el Departamento de Seguridad del Estado.

Fue viceministro del Interior entre 1961 y 1974. En 1962 lo designaron jefe de la Dirección General de Inteligencia. Durante casi 12 años, repartió su atención entre el contraespionaje y el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina a través del Departamento Liberación.

Barbarroja escogía a sus hombres y los hacía a su imagen y semejanza. Tipos duros, imbuidos de la mística revolucionaria, pero inteligentes y seductores. Barbarroja, un bon vivant, los enseñó a vestir y a comportarse en la mesa, pero, sobre todo, a escuchar con atención a sus interlocutores de la izquierda latinoamericana y conquistarlos, mostrándose abiertos, poco dogmáticos, liberales sobre el tema de Cuba, siempre que no se rebasaran determinados límites.

Junto a Barbarroja, esos hombres vivieron el auge y la decadencia de las guerrillas en América Latina. En 1974, siguieron a su jefe cuando salió del Ministerio del Interior (MININT) para integrar el recién creado Departamento América del Comité Central del Partido Comunista.

Cuba se aproximaba más a la Unión Soviética y normalizaba sus relaciones con los partidos comunistas y algunos gobiernos latinoamericanos. Los conspiradores de Barbarroja en el continente se apostaron en embajadas, empresas importadoras, círculos intelectuales y oficinas de Prensa Latina.

El Departamento que presidía Piñeiro y la Casa de las Américas, cada uno a su modo, fueron los principales puentes entre Cuba y la izquierda latinoamericana.

Barbarroja se tuvo que conformar entonces con tratar con izquierdistas moderados, intelectuales majaderos como Regis Debray y Gabriel García Márquez, viejos políticos estalinistas y maoístas, exilados chilenos y las viudas y huérfanos de la guerra sucia contra la subversión que desataron las dictaduras militares del Cono Sur.

En 1978, con la ofensiva guerrillera contra el régimen de Somoza en Nicaragua, volvió a brillar la estrella de Piñeiro. Fue el artífice de la victoria sandinista. Se ocupó luego de la insurgencia en Guatemala y El Salvador. Lo hizo a su manera. Según sus concepciones tácticas o sus simpatías, apoyó o no a grupos guerrilleros. Recomendó, según el caso, moderación o posturas más radicales. Lo mismo aconsejó alianzas estratégicas que atizó sangrientos enfrentamientos entre facciones que degeneraron en carnicerías.

El Departamento América no disponía de tropas. La capacidad operativa y logística estaba en manos del Departamento de Operaciones Especiales. El DOE tenía los soldados y las armas, pero Piñeiro controlaba los contactos con los principales jefes revolucionarios de América Central y Sudamérica. Con algunos de ellos las relaciones fueron amistosas, cimentadas durante años en los polígonos de entrenamiento de Punto Cero o entre comilonas y cervezas en las casas de protocolo desperdigadas por toda Cuba.

Los hombres de Barbarroja y sus prosélitos latinoamericanos tuvieron que acudir a medios nada ortodoxos para el financiamiento de los grupos guerrilleros: asaltaron bancos, secuestraron para exigir rescates, entraron en tratos con narcotraficantes.

Barbarroja, integrante del Comité Central desde 1965, emergió indemne de los conflictos de los años sesenta con los soviéticos, el Partido Socialista Popular y Carlos Rafael Rodríguez. También logró salir airoso, a inicios de los noventa, de los choques con el por entonces jefe del Departamento Ideológico del Partido Comunista Carlos Aldana. Lo que nunca logró Barbarroja fue que lo eligieran miembro del Buró Político.

La derrota electoral sandinista y el desplome soviético marcaron el ocaso de la lucha armada en el continente. También fue el ocaso de Barbarroja. El Departamento América desapareció en 1992. Piñeiro se retiró y se dedicó a escribir, acompañado por su esposa, la escritora y teórica marxista chilena Martha Harnecker, a quien conoció en Santiago de Chile en 1972, mientras, por encargo de Fidel Castro, tramaba urdimbres para radicalizar y apuntalar al gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular.

Manuel Piñeiro murió en la noche del 11 de marzo de 1998, cuando su carro se estrelló contra un árbol. Nunca se informó si le fallaron los frenos, la dirección del carro o el corazón.

Habían pasado ya los días de hacer la Revolución con las armas en América Latina. Cuba, alejada del romanticismo revolucionario guevarista, se ha adentrado en un largo otoño sin futuro, donde resulta inconveniente el recuerdo de ciertos personajes tenebrosos. Por eso, más allá de alguna que otra efeméride, hoy apenas se menciona a Barbarroja.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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