
GRANMA, Cuba. – Aunque una de las tareas de la política cultural cubana es que instituciones y funcionarios del sector controlen, censuren y prohíban cualquier manifestación artística de afiliados o colegas independientes que atenten contra los intereses de la revolución, todavía existen ingenuos segundones, mediocres oportunistas y una variopinta gama de tontos útiles que sirven de caja de resonancia o le hacen el juego al carácter represivo de un régimen que nunca dialogará.
Llámese Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Conjunto Folklórico Nacional (CFN) o Casa de las Américas, estos supuestos templos para promocionar el arte y la literatura del país no son más que cuarteles de invierno con soldados vestidos de intelectuales; trincheras de alabarderos prestos a cumplir las órdenes del poder; tribunas antimperialistas donde hipócritas amanuenses juegan a odiar ese capitalismo que, por carambola o marrullería comunista, les ha dado de comer.
De ahí que el papel jugado por el ministro de Cultura, Alpidio Alonso, y otros funcionarios en la represión contra los jóvenes artistas y periodistas independientes reunidos frente a la sede del MINCULT el pasado 27 de enero no fuera otra cosa que cumplir con el legado del guión escrito por Fidel Castro en sus Palabras a los intelectuales (1961), cuando el diálogo entre artistas y escritores con el poder fue convertido -por la fuerza- en un monólogo de seis décadas que perdura hasta hoy.
No por gusto, y a partir de ese momento “coyuntural”, todos los diálogos para crear espacios o legitimar proyectos literario o artísticos fuera del control de las instituciones culturales del país han sido abortados bajo el asfixiante asedio de una política cultural que privilegia y exige la incondicionalidad ideológica del autor, por encima de la calidad estética o el estilo de su obra.
Los polémicos enfrentamientos, el rechazo al diálogo, la descalificación artística y moral de los integrantes del proyecto Editorial El Puente, los creadores marginados durante el Quinquenio gris, así como la disolución por la fuerza del grupo Arte Calle y la represión contra los intelectuales firmantes de la Carta de los diez -por exigir espacios y reformas- regresan con nuevos signos a la Cuba actual.
¿Existe alguna diferencia -que no sea el contexto- entre la prohibición del documental P.M., realizado en 1961 por Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante (hermano de Guillermo), y Sueños al pairo, de José L. Aparicio y Fernando Fraguela, censurado y excluido de la más reciente Muestra Joven del ICAIC?
¿Sirvieron de algo los diálogos de los realizadores en el ICAIC, Casa de las Américas y la Biblioteca Nacional? Recordemos que este último sitio fue el escogido por Fidel Castro para, después de tres viernes de junio del 61, lanzar el edicto contra P.M. Luego de 13 días de diálogos con la comisión organizadora de la muestra y la presidencia del ICAIC, ¿obtuvieron los jóvenes otro resultado que no fuera la prohibición y la censura?
Si los jóvenes de Arte Calle fueron excluidos, perseguidos, detenidos y obligados al exilio por hacer pintadas y murales, realizar performances e intervenciones en diversos espacios de la capital y cuestionar el papel de la institucionalidad entre los años 86 y 90 del Siglo XX; peor suerte corren los integrantes del Movimiento San Isidro y del 27N en la actualidad.
Nunca el régimen totalitario cubano permitirá establecer un diálogo entre quienes sienten, conceptualizan y consideran un derecho más “la función desacralizadora del arte sobre la ideología como instrumento del poder” y los que, desde las instituciones oficialistas, censuran, prohíben y reprimen para “salvaguardar” los intereses de la cultura.
Las sistemáticas campañas difamatorias y los discursos de odio lanzados desde el poder contra los jóvenes artistas, activistas y periodistas independientes para vincularlos con el “enemigo”, calificándolos de mercenarios y subversivos, demuestran que de nada sirve dialogar si no se les reconoce el derecho a existir.
Blindadas tras un entramado de leyes y decretos espurios, las instituciones culturales y quienes la dirigen e integran son actores cómplices de las acciones represivas contra la libertad de expresión en Cuba y coartan cualquier posible entendimiento con su contraparte artística.
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