LA HABANA, Cuba.- Si el reclamo de justicia de Ariel Ruiz Urquiola lo condujera a la muerte, la lista de culpables no solo sería esa decena de nombres de quienes se prestaron como ejecutores de un asesinato sino un pliego tan inmenso como la Isla en que vivimos y donde incluso pudiéramos vernos a nosotros mismos.
No hay otro modo de ver lo que está sucediendo. Estamos presenciando un crimen y muchos dentro y fuera de Cuba optan por callar.
Más allá de que conozcamos o no a Ariel o que pensemos igual o diferente a como él, lo cierto es que un cubano agoniza y no bajo el calor abrazador del verano sino por la venganza de quienes no soportan ser desafiados.
Duele ver cómo dentro de Cuba a muchos preocupa más la cobertura o el saldo del móvil, las rebajas de precios en los hoteles de Varadero y Cayo Coco, la tasa de cambio del dólar, el desabastecimiento en las tiendas o, peor aún, si Cubana de Aviación comprará nuevos aviones para llegar más rápido a nuestro destino y no si pagarán como criminales los verdaderos culpables del desastre, es decir, el gobierno cubano, único “propietario” de la empresa cubana que realizó el contrato.
No voy lejos en el tema. Quienes callaron antes y callan ahora lo hacen para no caer en la mira del verdadero Gran Culpable, ese a quien Ariel debe su Calvario personal que ni siquiera comienza en Viñales y en los sucesivos atropellos y juicios amañados que lo han llevado poco a poco a esta encrucijada entre morir y vivir dignamente, libre de miedos y cobardías, dueño de sí mismo.
Pero el miedo y la complicidad se extienden más allá. Incluso están los que vienen y cantan y celebran como si no pasara nada; vienen y toman sol en las playas que al cubano de a pie están prohibidas, vienen y pasean por las calles transformando la miseria del país no en bienestar sino en el fondo de una selfie, aun cuando saben que un hombre joven pone fin a su vida.
No se trata de un político ni de un activista, es solo un cubano que ha decidido morir antes que callar y bajar la cabeza frente al monstruo que lo agrede. Y entonces, ¿qué van a decir ahora? ¿Que alguien le ha pagado por echarse a morir? ¿Qué recibe instrucciones de quién? Ariel se lo ha puesto bien difícil y si muere, sería el principio del fin de muchas cosas.
Pero volviendo a los culpables, ya de poco valdría nombrar a miles y miles más junto a policías, jueces y carceleros involucrados abiertamente en el caso del científico cubano.
No vale incrementar la lista de cobardes que aún bajo el amparo del poder ni siquiera se atreven a mostrar el rostro. Se limitan a inocular en el oído de aquellos títeres la sed de venganza bajo la forma del miedo y el terror.
Solo tengamos en cuenta que si Ariel muere, entonces todos, absolutamente todos los cubanos seríamos culpables no de esta muerte pero sí de otra peor: dejarnos arrebatar el derecho a vivir en un país de justicia y libertad donde los ciudadanos no teman al gobierno ni deban fidelidad a un partido político al cual no pertenecen ni a una ideología de la cual no participan.
Queremos libre a Ariel Ruiz Urquiola. ¡Y lo que queremos ya!