LA HABANA, Cuba.- Cuando se pensaba que al dictador Nicolás Maduro no le quedaría otro remedio que adentrarse en el camino de la negociación para abandonar pacíficamente el poder, un intento de invasión ha reavivado las tensiones. El cafre de Miraflores se ha tragado un nuevo guion redactado en La Habana para condenar la operación “Gedeón”, supuestamente orquestada desde Washington DC para secuestrarlo y asesinarlo.
Se enturbia el horizonte del diálogo en Venezuela con Guaidó convertido en un simple portavoz de la oposición, y la claque bolivariana atrincherada tras este nuevo pretexto, que la coloca momentáneamente a salvo de hacer concesiones. De toda la información que ha trascendido han quedado claras apenas dos cosas: que el régimen de Maduro había infiltrado y monitoreaba la operación “Gedeón” desde hacía meses, y que J.J. Rendón, estratega político de Juan Guaidó, tuvo algo que ver en la génesis del plan.
Nada de lo ocurrido, sin embargo, ha tomado por sorpresa a los chavistas. La operación ha sido “descubierta” ante los medios de comunicación en un momento crucial para la política regional, sacudida por la pandemia de COVID-19 y a pocos meses de las elecciones en Estados Unidos. El coronavirus ha estremecido los cimientos del apoyo a Donald Trump, sobreviviente de la trama rusa y el Ucraniagate, con el proceso de impeachment que trajo consigo.
Si bien la prensa parece más enfocada en las pifias del mandatario que en los resultados concretos de su gestión durante la crisis, las devastadoras críticas podrían producir una mezcla letal con la incertidumbre ciudadana, el pánico generado por el avance de la pandemia sin que se haya encontrado una vacuna, y la perspectiva de una gran recesión que parece inevitable aunque se estén tomando todas las medidas para reactivar la economía.
La permanencia de Trump en la Casa Blanca se verá estrechamente condicionada por su manejo de una circunstancia que la humanidad ha atravesado cada cien años y para la cual ningún gobierno se había preparado. La izquierda continental, replegada pero viva gracias al castrismo, acecha y dispone sus fichas para elevar al máximo las probabilidades de que el próximo ciclo presidencial en Estados Unidos le sea favorable.
La disparatada operación “Gedeón” huele a movida de la contrainteligencia cubana. Infiltrada por un teniente del ejército venezolano, fue mantenida en secreto para neutralizarla en el momento propicio y atraer la atención de los medios, culpando a Estados Unidos y la oposición venezolana de haberla gestado y financiado. En lo que Washington y Guaidó enfrentan las acusaciones de Maduro y se ponen en marcha las verificaciones, llega noviembre con Biden a la cabeza del partido demócrata para disputarle la presidencia a quien ha sido la pesadilla de ese engendro infernal conocido como “Socialismo del siglo XXI”.
En la cúspide de su carrera política, Joseph Biden ha asegurado que de ser electo presidente retomaría la línea de Barack Obama para tratar con los regímenes totalitarios de Cuba y Venezuela. Muchos consideran que esa proyección complaciente marcaría un retroceso en todos los frentes, incluyendo el fortalecimiento de la democracia en la región; un salto cualitativo que solo sería posible manteniendo a raya las dictaduras de Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Por estos días el castrismo también ha captado el interés de la prensa debido al ataque contra la Embajada de La Habana en DC, ejecutado por un individuo del que hasta ahora se sabe muy poco, aunque el canciller del oprobio, Bruno Rodríguez Parrilla, se ha apresurado a vincularlo con el senador Marco Rubio y el congresista Mario Díaz-Balart.
La alegada invasión a Venezuela y el tiroteo a la sede diplomática cubana son sucesos aparentemente inconexos desde el punto de vista organizativo; pero tienen en común a perpetradores que parecen haber actuado por su cuenta. Ambos hechos han servido a la propaganda castrochavista para acusar a Trump de estimular los crímenes de odio, y cargarle otro escándalo a la Casa Blanca en plena agenda electoral.
Generar confusión en el ámbito diplomático y dilatar cualquier negociación pudiera ser la estrategia del castrochavismo a la espera de que noviembre traiga la victoria de los demócratas. Cada día de Maduro en el poder socava la imagen de Juan Guaidó al frente de la oposición, que se desgasta intentando no perder terreno. La chalupa bolivariana, podrida hasta el último madero, es remolcada por la barca ideológica del castrismo, que lleva décadas haciendo aguas. Se necesitan mutuamente para no perecer; así que ánimo Maduro, las encuestas dicen que Biden va bien.
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