LA HABANA, Cuba.- Este viernes nos trajo la buena noticia de la liberación del colega y amigo Roberto de Jesús Quiñones Haces. Como tuve la ocasión de comentarle jocosamente al saludarlo vía telefónica: “¡Felicidades por haber salido de la celda de castigo al exterior penal!”. En definitiva, nuestra desdichada Cuba es una gran prisión. ¿O no! ¡Sobre todo en estos tiempos de coronavirus!
Nunca está de más que recordemos las lamentables circunstancias en que el jurista, poeta y periodista cienfueguero, instalado en la más oriental de nuestras provincias, fue a parar —¡por segunda ocasión!— a la Prisión Provincial de Guantánamo. Estamos hablando de una de las más inhóspitas islas del siniestro “Archipiélago DGP” (siglas de Departamento General de Prisiones del Ministerio del Interior castrista).
Fue Quiñones a cubrir, como informador y abogado, el juicio de un matrimonio de pastores protestantes, acusados de lo que en la desdichada Cuba es un tremendo delito: pretender educar a sus menores hijos en casa, a fin de sustraerlos del repudiable adoctrinamiento marxista-leninista y ateo (valga la redundancia) que caracteriza al deplorable sistema educativo cubano.
El asunto no radica en que el régimen confíe demasiado en la eficacia del lavado de los tiernos cerebros infantiles que en las escuelas intentan perpetrar sus asalariados. ¡Cómo no van a saber ellos que la generalidad de los jóvenes cubanos, recién salidos de las aulas castristas, muestra una entusiasta proclividad a emigrar hacia cualquier país extranjero que les abra sus puertas!
Lo inadmisible —para ellos— es que cualquier progenitor cubano (como los pastores evangélicos del caso) pretenda evitar a sus descendientes tener que realizar los rituales del sometimiento al castrismo: dar por buena la mentirosa versión de la historia que enseñan sus maestros, o que, a la bárbara consigna “¡Pioneros por el comunismo!” tengan que responder con la frase consabida: “¡Seremos como el Che!”. (¡Como si esos menores aspirasen a ser argentinos, asmáticos y “frías máquinas de matar”!).
Como quiera que sea, el hecho cierto es que la presencia de Quiñones en la sede del Tribunal Municipal sirvió de pretexto para que un seguroso pasara junto a él y le tocara el hombro. Ante la negativa del intelectual a seguirlo como un corderito, un policía, cumpliendo indicaciones del primer represor, detuvo a Roberto de Jesús y lo esposó con las manos a la espalda. Acto seguido lo tiró al suelo y lo arrastró, y tras introducirlo en un auto policial, emprendió contra él una golpiza brutal.
Todo esto sucedió en pleno día, ante los familiares, amigos, vecinos y conocidos de los religiosos protestantes que aguardaban en el portal del edificio judicial. Pero ninguno de ellos fue escuchado por los tribunales que intervinieron en el caso, y que sancionaron a Quiñones a un año de trabajo correccional, sanción que, ante la negativa del poeta, se trocó por igual período en prisión.
Por fortuna, la injusta pena ya quedó atrás. Roberto de Jesús fue liberado, no sin antes someterlo a una prueba para detectar su hipotético contagio con la COVID-19. Un absurdo, si se tiene en cuenta los golpes de pecho que se dan los cotorrones del régimen al afirmar que las cárceles cubanas están libres de ese mal.
Al menos queda una satisfacción: las denuncias publicadas al respecto por CubaNet sirvieron para evitar que con ese objetivo se le condujera en una perseguidora a una unidad militar. La tajante negativa del comunicador a montar en un carro policial, tras ser excarcelado, sirvió para que le hicieran la inútil prueba en el mismo centro penitenciario.
Quiñones ha denunciado que, antes de su liberación, fue entrevistado por un oficial de la policía política. El seguroso realizó de inicio algunas muecas de cordialidad, llegando a ofrecerle un puesto de asesor jurídico a cambio de cesar su trabajo para CubaNet (si se me permite la expresión, un burdo intento por hacerlo cambiar una saludable vaca de generosa ubre por una chiva anciana plagada de mataduras). Ante la postura vertical del periodista, la fingida bonhomía dio paso rápidamente al chantaje y las amenazas.
Desde impedirle visitar Cuba a sus hijos exiliados hasta el ofrecimiento de presentar por televisión un documental calumnioso sobre su persona, el cual se encuentra ya listo para ser exhibido. Decididamente, el hombre (sobre todo si es castrista) es el único animal que tropieza dos y más veces con la misma piedra…
No les ha bastado con numerosos ejemplos anteriores, como los del ya fallecido Ricardo Bofill o, más recientemente, el licenciado Guillermo Fariñas Hernández o José Daniel Ferrer García. Pretenden desprestigiarlos atribuyéndoles mendazmente los peores pecados, pero lo único que consiguen en los cubanos de a pie (hartos ya de las calumnias castristas) es despertar su admiración por los valientes que se enfrentan a cara descubierta al régimen de miseria y opresión que los abruma.
¡Ojalá también en esta ocasión prevalezcan la mala intención y la protervia por sobre la racionalidad! ¡Esperemos que la Televisión Cubana, fiel a las consignas del tenebroso Departamento Ideológico del único partido, dé a la publicidad el documental de la ignominia que tienen ya preparado! ¡Será así como el nombre y la efigie de Quiñones, bien conocido ya en tierras guantanameras como un denodado abogado defensor, se hará aún más popular como periodista independiente y luchador prodemocrático!
Y ya que mencionamos la efigie del periodista y poeta, no está de más que recalquemos algo obvio: el increíble deterioro que, en apenas un año, ha sufrido él. A pesar de los esfuerzos de su esposa, que le llevaba jabas de alimentos cada vez que la autorizaban, Roberto de Jesús ha perdido un promedio de tres libras de peso corporal por cada mes que permaneció entre rejas.
¡Basta comparar dos imágenes (una de antes de su ingreso en prisión y otra actual) para comprender una realidad irrefutable: las cárceles castristas, verdaderas sucursales del espanto, están empeñadas en competir con los centros penitenciarios de otros regímenes de vocación totalitaria. Si los campos de concentración instalados por Hitler y Himmler (o los diseñados por Stalin y la NKVD que los precedieron) resultaron más exitosos en lograr la plena depauperación de los infelices que los habitaban, fue sólo por haber dispuesto de más tiempo para alcanzar sus macabros fines.
No hay más que hablar. Todos los cubanos podemos decirle al preso de conciencia que, por fortuna, dejó de serlo hace pocas horas: “¡Bienvenido a la cárcel grande!”. Pero no olvidemos a Silverio Portal ni a los restantes cautivos que continúan sufriendo el peor destino en las ergástulas del régimen.
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