LA HABANA, Cuba.- Los muros de La Habana continúan siendo grises pero ya no tan silenciosos o, permítaseme el vocablo, “antidialogantes” como años atrás en que solo admitían expresiones de apoyo al discurso oficial, inútiles advertencias sobre no arrojar desechos o anuncios de permutas o sobre mascotas desaparecidas, aún más después que un proceso de rectificación de errores estigmatizara las pocas revistas que contaban con páginas de clasificados.
Aunque persisten esas funciones, en los últimos tiempos los muros, incluido el del Malecón, han comenzado a expresar una pluralidad de voces y actitudes que hablan de la complejidad de la sociedad cubana actual, muy distante de aquel “paradigma socialista” de los años 70 y 80 que se resistía a tener en cuenta la verdadera naturaleza humana.
No solo porque han comenzado a multiplicarse los anuncios comerciales, otrora prohibidos, sino porque las paredes en la isla, pero sobre todo en la capital, de cierto modo hoy han asumido ese papel que les ha correspondido a los medios de comunicación en otras sociedades menos restrictivas ideológicamente o, en este mundo ya no tan nuevo de tecnologías digitales, a las redes sociales en esa misión de dar cabida a la diversidad de voces que conforman la contemporaneidad.
Si bien es cierto que expresar y comunicar pensamientos, estados anímicos, posturas artísticas, credos y pertenencias gremiales en los muros no es una marca exclusiva nuestra y que es tendencia universal, una lectura de estas expresiones en nuestro contexto nos da una idea de que aquel muy justificado temor a expresarnos públicamente desde la autenticidad ha comenzado a agrietarse, poniendo en crisis esa norma de “silencio prudencial” que tanto daño ha causado en todos los ámbitos de la vida de los cubanos.
No se trata de panfletos contra la ideología oficial ni de rebeliones políticas (que también los hay), sino son en su mayoría letreros, algunos ingenuos otros muy bien pensados, de reafirmaciones de identidad, en la mayoría de los casos, o de discrepancia y cuestionamiento, pero escritos desde la ironía, el sarcasmo, el humor, como aquel que dibuja a un José Martí reclamando “free wifi” o ese otro, hecho cartel que, bajo la frase “Perdono pero nunca olvido”, replantea con la imagen de los soldados norteamericanos orinando en la estatua del Apóstol en el Parque Central, la enmarañada cuestión del proceso de normalización entre Cuba y los Estados Unidos.
Frases de todo tipo que, al estar plasmadas en los muros, asaltan el territorio de lo oficialista y entablan una controversia con ese viejo discurso del poder, ese mismo que, en los momentos actuales, ha comenzado a experimentar con nuevos vocablos como “prosperidad” y “sostenibilidad”, capaces de aportar aires de renovación a una atmósfera social por mucho tiempo asfixiante.