Posiblemente, Cuba fue el país de donde partieron más voluntarios para integrar las “brigadas internacionalistas” que pelearon junto a los republicanos
Grupo de brigadistas internacionales en la guerra civil española (Foto de archivo)
LA HABANA, Cuba. – En estos primeros días de abril se cumplen 80 años del fin de la Guerra Civil Española, un conflicto que en poco más de tres años causó la devastación total del país, más de 500 mil muertos (algunas fuentes hablan de casi un millón), y cicatrices en la historia de la nación que, lejos de cerrarse, aún sangran y supuran.
La guerra se inició en julio de 1936 con una sublevación militar dirigida por el general Francisco Franco. En la lucha de los facciosos contra la Segunda República, que fue apoyada por la Unión Soviética a cambio de llevarse a Moscú el oro del Banco Español, se involucrarían de lleno Hitler y Mussolini, quienes ensayaron en España el arsenal que utilizarían poco después en la Segunda Guerra Mundial.
Tras la derrota republicana se instauró en España una dictadura fascistoide que duró casi 40 años y que no terminó hasta la muerte de Franco, en noviembre de 1975.
Crecí oyendo historias de la guerra civil española. Dos héroes de mi infancia fueron María Luisa Laffita y su esposo Pedro Vizcaíno, que pelearon en el bando republicano. Muy amigos de mis abuelos desde los tiempos de la lucha contra la dictadura de Machado, María Luisa y Pedro eran como tíos para mí. Vivían en una casa poco ventilada, atestada de libros y que apestaba a orines de perros, en la calle San Miguel, en Centro Habana. Con mis hermanos y primos la pasaba muy bien allí. María Luisa, que había sido ayudante de Dolores Ibárruri (La Pasionaria), nos preparaba meriendas, cantaba canciones al piano (entre ellas la del Quinto Regimiento y Bella Ciau) y nos hacía relatos de la guerra que nos hacían admirar a aquellos milicianos que peleaban al grito de “¡No pasarán!”.
Demoraría muchos años en enterarme de que no fueron solos los facciosos los que cometieron atrocidades y crímenes de lesa humanidad en aquella guerra sangrienta, y aun después, durante las décadas que duró la dictadura franquista, que llegó a extremos tan repulsivos como el robo de niños de los republicanos para impedir la proliferación del llamado “gen rojo”, aquella barbaridad inventada por Vallejo Nájera, un sicópata que se decía psiquiatra.
El bando republicano, que tan idealizado ha sido por la izquierda internacional, fue responsable de miles de ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por las Tchekas de inspiración stalinista, de masacres como las de Paracuellos y la Cárcel Modelo de Madrid, de los asesinatos de monjas y sacerdotes y del saqueo y la destrucción de miles de iglesias.
Posiblemente, Cuba fue el país de donde partieron más voluntarios para integrar las llamadas “brigadas internacionalistas” que pelearon junto a los republicanos. Muchos de esos cubanos que combatieron en España tendrían un efecto nocivo para el futuro político de Cuba. Idealistas exaltados, radicales por cuenta propia, aventureros, redentores de confuso derrotero, regresaron a Cuba fogueados en el combate, ansiosos por ejercitar sus recién adquiridos conocimientos bélicos, fueron a parar a las pandillas llamadas eufemísticamente “grupos de acción revolucionaria”, que se dedicaban a ajustar cuentas a los que consideraban traidores a los ideales de la revolución de 1933, o sencillamente, a disputarse a balazos las cuotas de poder.
Un jovencísimo Fidel Castro, que por entonces estudiaba en la Universidad de La Habana, estuvo muy vinculado a una de estas pandillas, la Unión de Acción Insurreccional, que dirigía Emilio Tro, un veterano de la guerra española. Y un archi-enemigo de Castro, Rolando Masferrer, que en los años 50 crearía los Tigres de Masferrer, probablemente el primer escuadrón de la muerte que hubo en Latinoamérica, también peleó del lado de los rojos en España.
Según la prensa cubana de los años 40, se calculaba que en esa época había en el país, fundamentalmente en La Habana, cerca de veinte mil hombres armados -que era la mitad de los efectivos con que contaba el ejército nacional- vinculados en mayor o menor medida al pandillerismo revolucionario. Demasiados tipos violentos para un país tan pequeño y poco dado al orden. Golpe de estado y dictadura de Batista mediante, la endeble democracia cubana acabaría sucumbiendo ante la violencia revolucionaria.
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