LA HABANA, Cuba.- Según el mal redactado y peor intencionado mamotreto que los mandamases castristas llaman Constitución, Cuba es una república. Pero en muchos aspectos dista bastante de lo que la mayoría de los estados democráticos entienden por “república”. Y suerte que a la república no la llamaron socialista, popular o democrática, algunos de los apellidos añadidos que los comunistas suelen ponerle a las “democracias” entendidas a su modo.
Cuba no tiene día de la república que festejar. El 20 de mayo, que fue el día en que se proclamó la república en 1902, no se celebra en la Isla desde 1959. El castrismo reniega de esa fecha porque según afirma ese día se instauró “una república mediatizada por el imperialismo norteamericano”.
En la reescritura teleológica de la historia hecha por los castristas, llena de anécdotas mal contadas y peor intencionadas, los 56 años del periodo republicano se reducen a gobiernos corruptos y entreguistas al capital norteamericano, con énfasis en las dictaduras de Machado y Batista —que sumadas ambas, en años y muertes ocasionadas, no hacen ni el calcañal de la dictadura castrista— y la sucesión de luchas revolucionarias que condujeron al primero de enero de 1959, que fue cuando, según afirman, “Cuba alcanzó su verdadera independencia bajo la guía de Fidel Castro”.
Han sido muchos los embaucados con las fábulas de la historiografía castrista sobre la que califican como “la pseudo-república neocolonial”.
Un vecino que se dice comunista, aunque a fuerza de desengaños ya no lo es tanto, me confesó una vez que se asombró mucho al leer una carta en que José Martí llamaba “querido hermano” a Tomás Estrada Palma, el primer presidente que tuvo Cuba luego de la independencia.
No sabía mi vecino que Estrada Palma fue el hombre de confianza de Martí, y el que lo sustituyó luego de su muerte en la dirección del Partido Revolucionario Cubano. Por el contrario, mi vecino, que se había tragado completo el infundio castrista, estaba convencido de que “el primer presidente de la república mediatizada fue un títere anexionista puesto por los yanquis luego de que frustraran la guerra de independencia e impusieran la Enmienda Platt”.
De todos los presidentes republicanos, el castrismo se ensañó particularmente contra Estrada Palma. En los primeros años del régimen revolucionario arrancaron su estatua de la Avenida de los Presidentes: sólo quedaron los zapatos de bronce, tercamente prendidos al pedestal.
Paradójicamente, dejaron intacto el monumento a José Miguel Gómez, el segundo presidente de la república, apodado el Tiburón, notorio por su corrupción y por haber ordenado en 1912 la sangrienta represión contra la sublevación de los Independientes de Color.
Estrada Palma fue el más honesto de los gobernantes cubanos. Su fallo fue haberse creído insustituible como presidente, y haber querido en 1906 reelegirse a la cañona, lo que provocó un alzamiento de los opositores, capitaneados por José Miguel Gómez. Para colmo Don Tomás, antes que negociar con los alzados, prefirió acogerse a la Enmienda Platt y solicitar la intervención norteamericana.
No estoy seguro de haber convencido a mi vecino con mis explicaciones, pero me aseguró que para entender varios episodios que le resultaban confusos, por lo mal contados, iba a leer con otros ojos, más detenimiento y hurgando entre líneas la historia de Cuba.
Mucha falta nos hace a los cubanos —a todos, no solo a los obnubilados por el pensamiento oficial— profundizar en la historia nacional. En la verdadera, no en la historieta con falsas premisas y moralejas que fabricaron los mandamases y nos embutieron como papilla desde la escuela primaria. Solo así podremos aquilatar en su justo valor, con sus luces y sombras, la República que tuvimos y no supimos componer, porque sin dudas requería componerla, y mejorarla con espíritu cívico, y no dejarla al arbitrio de politiqueros, manengues, demagogos y caudillos aventureros.
La República era ese tiempo ideal en que se comía opíparamente por centavos, todos vestían como dandys y damiselas encantadoras, y las victrolas tocaban boleros y guarachas en cada esquina, pero, ¿cómo en tal edén pudo triunfar algo tan espantoso como la revolución de Fidel Castro?
Cuando alguna vez los cubanos volvamos a tener república, una verdadera, ojalá nos desempeñemos mejor. No podrá ser con los mismos vicios y errores que condujeron al abismo a la primera. Es de suponer que para entonces ya estaremos curados de ciertas manías, como la de brincar, armados y vociferantes, por encima de la institucionalidad y el estado de derecho para ponernos en manos de líderes mesiánicos y carismáticos que nos prometen el paraíso en la tierra. De algo nos habrán tenido que servir los más de 60 años de purgatorio comunista.
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