63 años después… ¿Dónde está el vaso de leche?

LAS TUNAS, Cuba. – Cariacontecido vi pasar al viejo Gello esta mañana. “Es que yo toda mi vida desayuné café con leche y ahora me quitaron la dieta”, dice.
El viejo Gello forma parte de unas 35 000 personas que en la provincia de Las Tunas dejaron de recibir dietas médicas “por déficit de las importaciones de leche en polvo” e insuficiente “entrega” de leche fresca por parte de los campesinos, según fuentes oficiales.
Por “entrega” entiéndase la leche que, obligatoriamente, debe vender al Estado todo aquel campesino que posea más de una vaca. Pero sólo en el municipio de Las Tunas –con ocho mil vacas en ordeño registradas y que promedian 3,8 litros diarios– “casi el doble de lo entregado al Estado va a otros destinos”, reportó el semanario Periódico 26, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC) en la provincia.
La estatal Empresa de Productos Lácteos estableció contratos forzosos con los propietarios de ganado vacuno, debiendo los campesinos vender al año, obligatoriamente, 520 litros de leche por cada vaca –en caso de que el rebaño tenga entre una y 10 reses– y 550 litros anuales por animal si el hato es de más de diez vacas lecheras, sin discernir su edad, si están gestadas o no, ni si entran en producción en época de lluvias o de sequía.
Respecto de esos planes de “entrega” de leche, preciso es decir que ya en los años 50 del pasado siglo el doctor F. Vieira de Sá, en su libro Lechería tropical, expresó: “La dificultad del registro lechero está en que se puedan comparar los resultados de los animales sometidos a prueba. La alimentación, la edad, y otros muchos factores, tienen influencia en la producción, y para que los resultados sean comparables, es necesario tomar en cuenta estos factores. El control de la alimentación, simultáneo al lechero, es una medida fundamental, porque es imposible comparar los registros de producción, para valorar las cualidades lecheras del animal, si su alimentación no ha sido establecida racionalmente, y, por lo tanto, de acuerdo con su peso, producción de leche, de grasa y estado de gestación etc.”
Los precios estatales para la compra de leche forzosa a los campesinos son de veinte pesos el litro cuando la densidad es mayor o igual a 1 030 gramos por mililitro; de diecisiete pesos por litro si la consistencia es mayor o igual a 1 029; y de cinco pesos cuando el coeficiente desciende a menos de 1 029 gramos por mililitro.
Pero el contenido graso de la leche varía considerablemente en función de varios factores, entre ellos la raza del animal, el alimento que consume y la edad. Concerniente a este último factor, en la obra citada el doctor Vieira de Sá dice: “No es posible comparar las producciones de vacas de diferentes edades, ya que ello daría como resultado que los animales con menos de siete años o más de ocho, estuviesen en desigualdad de condiciones con respecto a las vacas de siete y ocho años.”
En cualquier lugar del mundo la producción de leche está sujeta a reglas biológicas que marcan directamente los resultados económicos más allá de las buenas intenciones del vaquero de producir mayor cantidad de leche y de mejor calidad. Sin recursos financieros para invertir en la reposición de los animales y en infraestructura para su sostenimiento nunca habrá calidad en la producción, menos cuando el campesino depende del monopolio estatal para la comercialización de sus productos.
En ese sentido, el sofisma –el falso razonamiento de los “buenos precios” que, según los funcionarios del Estado, se pagan a los campesinos por la leche que están obligados a vender– no se corresponde con la realidad ni en cantidad ni en oportunidad.
“En más de 30 años que llevo vendiéndole leche al Estado nunca, ni antes ni ahora, me han pagado a tiempo. Ahora, con todo el apuro que tienen con la leche, se pasan hasta dos meses para pagar. Y entonces… ¿Con qué yo le compro la merienda a mis niños?”, me dijo Toño, un vaquero que heredó la tierra y los animales de su abuelo, con quien aprendió a ordeñar siendo un niño.
“¡Mira, yo le entregué un toro al matadero en noviembre, y al día de hoy no me pagan!”, exclamó el campesino.
Así, mientras espera por la paga del Estado, el vaquero, para subsistir, necesariamente tiene que vender leche “ilegal”. La leche de sus vacas debe venderla a escondidas a un comprador que, a diferencia de la morosidad estatal, paga al instante y mejor. Mientras la Empresa Láctea paga el litro de leche de mejor calidad a veinte pesos, el comprador particular paga treinta pesos por litro y sin mirar si el producto tiene más o menos grasa. Sólo importa que sea leche pura.
Si el discurso del general Raúl Castro el 26 de julio de 2007 en Camagüey fue muy aplaudido cuando habló de producir un vaso de leche para todo el que quisiera tomarlo, 15 años después, en Las Tunas, el viejo Gello y unas 35 000 personas enfermas y con dietas médicas todavía esperan por “un vaso de leche” que no pasó de un mero discurso doctrinario.
Y ese, el de la leche, es otro de los tantos proyectos incumplidos por el régimen totalitario estalinista, como el de las 63 medidas de Díaz-Canel y el Buró Político del PCC para “potenciar la producción de alimentos”. Y así seguirá Cuba mientras los cubanos prosigan aplaudiendo falsas promesas y unos sueñen que son propietarios de vacas de las que los comisarios hacen planes de “entrega” de leche para que otros, a cambio de toda una vida de trabajo, la reciban como “dieta médica”.
Ya lo dijo Albert Sarraut: “El trabajador no come lo suficiente porque no trabaja bastante y no trabaja bastante porque no come lo suficiente.” Y ese es el caso de los esclavos, los cubanos sumisos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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