LA HABANA, Cuba. — Este 13 de julio, el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel volvió al espacio televisivo Mesa Redonda para hacer control de daños, luego de haber intentado sofocar las protestas contra su régimen echándole alcohol de reverbero a las llamas.
El sucesor de Raúl Castro quiso mostrarse atemperado y un poco más conciliatorio, llamando a la concordia y la armonía entre cubanos, pero no lo consiguió. Su discursar, en el que no pudo evitar que asomaran los epítetos despectivos, la soberbia y la guapería, sonó hueco, poco convincente, hipócrita.
El de ayer, así con soberbia y todo (es la naturaleza de los mandamases castristas), debió ser el discurso del domingo 11. Ahora, cuando corrió la sangre y todos vimos el rostro más feo de la represión, es tardío e insuficiente. Hay errores que no tienen rectificación posible.
¿Cómo creer en el llamado de Díaz-Canel a la paz y la concordia, a decir no al odio y la violencia, si 72 horas antes, al dar la orden de combate a los comunistas, incitó a la guerra civil y la degollina entre compatriotas?
Que avisen los mandamases si ya están dispuestos a un diálogo franco y civilizado con la sociedad civil independiente y los grupos de la oposición pro-democracia.
¿Cómo creer en el llamado de Díaz-Canel a la fraternidad si sigue insistiendo en llamar mercenarios y delincuentes a los manifestantes que no eran “confundidos”, según él, no tanto por el hambre y los abusos, sino por “las campañas mediáticas del enemigo imperialista en las redes sociales”?
Para que no haya dudas de lo que les espera a los arrestados durante las protestas, inmediatamente después de la alocución de Díaz-Canel, en el NTV y el programa Hacemos Cuba, que conduce el inefable Humberto López, advirtieron que habrá severas sanciones legales contra los acusados de cometer actos delictivos y de vandalismo. Los mismos actos que el castrismo celebra y justifica cuando ocurren, de modo mucho más vandálico, en Estados Unidos, Colombia o Chile.
Antes de que hablara Díaz-Canel, el primer ministro Manuel Marrero anunció el levantamiento temporal de las restricciones aduaneras a la importación por las personas que viajen a Cuba de medicinas, alimentos y artículos de aseo. Un anuncio que, como el llamado a la concordia de Díaz-Canel, debió hacerse antes de que la desesperación lanzara a las calles a protestar a millares de cubanos.
A tiros y a palos, el régimen logrará sobrevivir a este primer round con el pueblo. Pero si siguen con su cantaleta del bloqueo, si no toman medidas de calado para mejorar la muy precaria vida de los cubanos y no se deciden a hacer reformas democráticas, no pasará mucho tiempo sin que vengan otros rounds, probablemente más fuertes y organizados. Porque lo del 11 de julio, por mucho que los castristas digan lo contrario, fue espontáneo y nadie lo coordinó.
Los mandamases no deben olvidar que el pueblo ha dicho alto y claro en las calles que quiere libertad, y no se va a conformar con que le organicen las colas y le repartan un poco más de comida por la libreta de abastecimiento.
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