MIAMI, Estados Unidos. – Hace apenas unos días tuve la satisfacción, ya recurrente, de contar con un “like” de León Ichaso en una de las fotos que subí a Instagram.
Ocurrió a propósito del Día de las Madres y yo aparezco radiante con la mía, por los años 50, en la ciudad de Chicago, donde nos establecimos al llegar a Estados Unidos.
La atención que ha dispensado a los temas familiares y cubanos que suelo abordar en los medios sociales siempre ha sido todo un honor.
Con el tiempo he descubierto, gracias a su hermana Mari Rodríguez Ichaso, que León es un hombre venerado por la familia y el más notable cineasta de origen cubano en la industria cinematográfica de Estados Unidos.
Desde hace unas pocas horas, el corazón creativo y noble de León Ichaso dejó abruptamente de latir.
Además del cine que hizo en aras de todos los públicos, trató de encontrar espacio para soñar una filmografía sobre su legítima obsesión: el país que dejó a su pesar a los 14 años, en 1962, y que vio naufragar, perplejo.
El Super (1979), codirigida con Orlando Jiménez Leal, y que no ha sido retada como la mejor de las producidas en el exilio; Azúcar amarga (1996) y Paraíso (2009) le garantizan un sitial exclusivo en la digna filmografía que ha debido afrontar no solo los obstáculos materiales consustanciales a la industria, sino el ataque miserable y mancomunado de la dictadura y sus fellow travelers internacionales.
Durante un Festival de Cine de La Habana, algún programador tuvo la rara oportunidad de incluir su película Crossover Dreams (1985), tal vez por la presencia de Rubén Blades, a quien el régimen trataba desesperadamente de reclutar.
No recuerdo que los comentarios publicados en la prensa se hayan referido a Ichaso como un cineasta exiliado. Por entonces, generalmente se resumía el estatus de tales creadores con la afirmación desdeñosa “abandonó el país”.
Personalmente debo haber conocido a León a finales de los años 90 a propósito de la presentación en Miami del documental de su hermana, Marí Rodríguez Ichaso, Marcadas por el Paraíso.
En el 2005, aprovechando el Cuban Cinema Series que fundé en el Miami Dade College en 1993, y teniendo en cuenta la fecunda filmografía de León propuse hacerle el tributo que, por cierto, no le habían dispensado en Estados Unidos.
Él se puso muy feliz con el proyecto y colaboró minuciosamente para que todo su cine fuera proyectado en el legendario Teatro Tower de la Pequeña Habana. Para el programa, que resultó ser un éxito, conté con la colaboración de mi amigo Ever Chávez.

De tal modo fue cubierto el evento en El Nuevo Herald por Olga Connor:
“‘Lo mejor de mi vida lo he pasado en Nueva York’―adonde llegó en 1968 después de sus estudios en Miami―, dijo León Ichaso, después de la presentación del viernes en el Teatro Tower de Azúcar amarga, que como película emblemática de los cubanos de la década de 1990 inició un fin de semana homenaje a la obra fílmica de este realizador, con un lleno en ambas salas”.
Sobre Azúcar amarga, le confió a Connor: “La película se hizo más que nada como un cartel de warning, un anuncio en la carretera de ‘peligro: usted va a ver una pesadilla’. Era el momento en que todos esos turistas estaban descubriendo a Cuba para ir de parranda, a bailar, a acostarse con las jineteras, a emborracharse y a vivir un poco la decadencia de una Habana destrozada y que había regresado a vicios nunca vistos ni en los peores años de Batista”.
El público de Miami descubrió que León Ichaso también resultaba ser el más internacional de los cineastas nacidos en Cuba con obras tan diversas y atractivas como Piñero (2001), Sugar Hill (1994), Execution of Justice (1999), Hendrix (2000), The Fear Inside (1992), Zooman (1995) y Free of Eden (1999), todas aclamadas durante el tributo.
Luego de realizar Paraíso (2009), la segunda parte de su trilogía dedicada a Cuba que debía concluir con la adaptación al cine de la novela de Guillermo Rosales, Boarding Home, León sostenía largas conversaciones con el actor Adrián Más, protagonista recordado de Paraíso y comprometido con el personaje principal de Boarding Home.
En mis encuentros con Adrián, nunca faltaron las menciones sobre León ―amistad que compartíamos― y las complejas negociaciones para lograr la producción de la nueva película, así como su inquietud permanente sobre la desesperanza de la nación cubana que era parte sustancial de su vida y de su arte poética.
León Ichaso cruzó la cultura americana, intensamente, y luego la cubana como un cometa. Durante los días del tributo en el Teatro Tower se sintió muy contento, agasajado por los suyos.
Siempre vestido de blanco y negro, participó de las sesiones de diálogos con el público, sin reparar en su bien ganada fama.
En no pocas entrevistas afirmó que regresaría a Cuba luego de la debacle castrista. Su empeño no es ahora una quimera. Sigue siendo posible el día que se le rinda el homenaje que merece en la nación libre que no dejó de soñar.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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