LA HABANA, Cuba.- Cuando en 1818 el Intendente General y Director de la Sociedad Económica de Amigos del País, Alejandro Ramírez, auspició la creación de la Escuela Gratuita de Dibujo y Pintura, no podía adivinar cuán valiosa sería su contribución al desarrollo del arte cubano, y las grandes figuras que allí cursarían estudios. La Academia de Bellas Artes San Alejandro -bautizada en su honor en 1832- fue la primera de su tipo en Cuba y la segunda en América Latina.
En homenaje a los doscientos años de tan noble institución, el edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes ha organizado una muestra que recoge obras paradigmáticas de los distintos períodos en que ha sido segmentada la historia de la plástica nacional.
Desde el arte colonial hasta propuestas contemporáneas, el recuento inicia con la fundación de la Escuela y la labor de su primer director, el francés Jean Baptiste Vermay (1786-1833). Durante todo el siglo XIX y primeros años del XX, la evolución de la pintura cubana se caracterizó por el apego a los preceptos académicos del viejo continente y la absorción, un tanto desfasada, de las nuevas corrientes artísticas que se sucedían en ultramar.
Poco a poco se fueron perfilando las temáticas más recurrentes del arte cubano -retrato, paisaje, religioso, mitológico, histórico- que permanecerían inalterables, al menos desde la óptica convencional, hasta la llegada del arte moderno. Las obras de Leopoldo Romañach, Armando García Menocal, Miguel Melero y José Arburu Morell dieron paso a la generación de pintores que apostó por la renovación de las líneas académicas, inspirados en la efervescencia de la modernidad pictórica preconizada por los cubistas, expresionistas y demás rebeldes del arte europeo.
Víctor Manuel, Antonio Gattorno, Mirta Cerra y Carmelo González representan la diversidad de propuestas defendidas por la vanguardia artística cubana; un movimiento que no se limitó a actualizar el enfoque de la Academia, sino que planteó desde presupuestos formales y conceptuales, un acercamiento inédito a temas nacionales.
La revolución estética que tuvo lugar a partir de 1959, junto a obras firmadas por algunas de las figuras que protagonizaron el denominado “Renacimiento del Arte Cubano” a principios de los años ochenta, también ocupan lugar en la sala. Piezas de Antonia Eiriz, Umberto Peña y Ángel Acosta León se solazan con las producciones de José Manuel Fors, Tomás Sánchez y Juan Francisco Elso Padilla, en una apretada síntesis que deliberadamente omite el oscurantismo de la década de 1970.
Un sensible vacío en este tributo a la Academia obliga al espectador a preguntarse sobre el arte cubano de los años noventa, toda vez que la selección realizada a partir de fondos institucionales no da fe de la intensa actividad creativa acontecida en un período signado por la crisis nacional y el surgimiento de extraordinarias individualidades en el ámbito de la plástica.
Grabado, fotografía e instalación quedaron fuera de una curaduría que priorizó pintura, escultura y dibujo para ilustrar doscientos años de artes visuales. Aunque el propósito de la muestra no fue privilegiar épocas ni autores, y una sala transitoria resulta insuficiente para abarcar un legado de dos siglos de enseñanza artística, la escasez de piezas representativas de la plástica cubana en lo que va del siglo XXI es abrumadora.
Aun así, el compendio se adecua a la necesidad de conocer el desarrollo de la que fuera institución rectora de las artes plásticas cubanas durante más de 150 años, hasta la creación de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y el Instituto Superior de Arte (ISA), ambos después de 1959.
La Academia Cubana de Bellas Artes conmemora su bicentenario con un merecido homenaje en el cual “no están todos los que son, pero son todos los que están”. Dos siglos de ininterrumpida pedagogía han dejado huellas indelebles en el arte cubano, con la formación de artistas muy superiores, en cuantía y calidad, a lo que podría esperarse de una Isla del Caribe.
A través de contextos históricos con tejidos socioculturales muy diversos entre sí, la Academia cubana ha mantenido una esencia inalterable. Entre errores y aciertos, aquel gesto impulsado por el Intendente General Alejandro Ramírez, se ha traducido en un inestimable aporte a la conformación de la identidad nacional.