LA HABANA, Cuba.- Del 22 de febrero al 3 de marzo la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana acogió, en sus días y horarios habituales de función, el estreno de la obra Réquiem, del compositor y músico Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), en versión escénica de Danza Contemporánea de Cuba (DCC). La pieza, que tuvo su premier mundial durante el mes de noviembre de 2018 en México, ha contado con la colaboración del Teatro Lírico Nacional y la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana.
La apropiación por parte de la compañía que dirige Miguel Iglesias de una de las obras más dramáticas y trascendentales en la historia de la música, responde al concepto que ha defendido Danza Contemporánea de Cuba de crear súper producciones verdaderamente integradoras, donde el movimiento, la música en vivo y las proyecciones audiovisuales conformen una propuesta estética a partir de una idea. En este caso particular, Réquiem acompaña el peligroso trance que atraviesa la humanidad, acechada por guerras, catástrofes naturales, intolerancia, violencia y muerte.
La más definitiva y sobrecogedora de cuantas obras compuso el prodigio de Salzburgo se convirtió, bajo la dirección musical del Maestro Giovanni Duarte, en “un concierto teatralizado en honor a los que fallecen cada minuto en el planeta”. La coreografía de George Céspedes procuró ajustarse en todo momento a la belleza y el poder expresivo de una obra que es, en sí misma, espectacular.
En este sentido, y aunque los intérpretes de DCC estuvieron muy bien tanto en los cuadros grupales como en los solos correspondientes a los pasajes Introitus, Kyrie, Dies Irae y Lacrimosa, la escena se notó sobrecargada con todo el andamiaje preparado para el coro y la cantidad de bailarines. A pesar de la destreza de éstos, en algunos momentos parecían un enjambre apretado, tratando de no invadir el espacio del otro.
Al mismo tiempo, la tremenda personalidad del coro, la intensidad de la música y el carácter apocalíptico de las imágenes utilizadas, opacaron un tanto el quehacer de los danzantes. Había mucho que ver, y todo llamaba poderosamente la atención. Quienes acuden con frecuencia a las presentaciones de DCC se habrán percatado de que hubo compases y movimientos apreciados en piezas anteriores, lo cual imprimió cierto carácter reiterativo a la obra.
Fue un buen show, pero no tan equilibrado como Carmina Burana; otra gran producción de la compañía sobre la original cantata escénica compuesta por el alemán Carl Orff. La falta de creatividad en la coreografía concebida para Réquiem fue ampliamente compensada con la fenomenal actuación del Teatro Lírico Cubano, perezoso a la hora de interpretar zarzuelas, pero sublime en materia de clásicos. Inmejorables las interpretaciones de los solistas Milagros de los Ángeles (Soprano), Andrés Sánchez (Tenor), Frank Ledesma (Alto) y Marcos Lima (Bajo).
La Orquesta del Gran Teatro de La Habana, bajo la batuta del Maestro Duarte, tiene muy merecidos los aplausos y el reconocimiento del público. En recientes funciones, tanto del Ballet Nacional de Cuba como de Danza Contemporánea, ha demostrado estar a la altura de ambas instituciones con un desempeño excepcional, doblemente encomiable si se pondera que hay en su nómina muchos músicos jóvenes atreviéndose con partituras complejas, y revestidas con ese halo de sacralidad que convierte el más mínimo error del ejecutante en un sacrilegio.
Quizás Réquiem no ha alcanzado aún la estatura de Carmina Burana; pero es un espectáculo digno de verse no solo por la excelencia de los componentes implicados; sino porque trae al panorama actual obras cimeras de la música universal para imprimir nueva vitalidad e intención a la danza contemporánea.