MIAMI, Estados Unidos.- Luego de algunos años he vuelto a disfrutar, en detalle, la transgresora película “Persona”, realizada por Ingmar Bergman en 1966, en prístina copia restaurada que pertenece al exquisito catálogo del Criterion Channel.
Al igual que alguna otra filmografía de esa década, tan conflictiva para el mundo, las reflexiones políticas y filosóficas del preámbulo y el epílogo del filme, llamadas a epatar el confort del espectador occidental, tienen un tufo extemporáneo.
El argumento no deja de ser raro pero simple, cierta actriz famosa ha dejado de comunicarse, no quiere hablar, y convalece en residencia junto al mar con una enfermera parlanchina y sincera.
Liv Ullmann es la actriz y Bibi Andersson la asistente, dos íconos de la escuela de actuación sueca, que cargan sobre sus espaldas las especulaciones de mujeres imbuidas en distintos tipos de desconcertantes encrucijadas existenciales.
La guerra de Vietnam figura como brevísimo apunte colateral en la imagen del bonzo que se prende fuego, así como el holocausto en la foto de un niño judío polaco que alza las manos cuando es detenido por los nazis.
“Persona” no tiene ninguna otra referencia política, sin embargo, los comisarios ideológicos del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) consideraron que el espectador cubano común, al cual siempre pretendieron adoctrinar desde 1959, aún no estaba preparado para sentarse en un cine y disfrutar la exquisita puesta en escena de Bergman.
¿Cuáles serían las razones de esta absurda censura, me sigo preguntando en lo que repaso la película? ¿Tal vez la detallada orgía que describe la enfermera Alma, prohibida, parcialmente, incluso en los propios Estados Unidos e Inglaterra, hasta que se editaran nuevas versiones a principios del siglo XXI? ¿La imagen del pene erecto que aparece en el prólogo? ¿O las insinuaciones de acercamientos lésbicos entre ambos personajes?
Claro que la película fue controversial en su momento. Discutida hasta el agotamiento. Premiada en diversos festivales y muy celebrada por la crítica especializada. No es para programar en una matinée de domingo, pero tampoco para ser totalmente censurada.
Uno de los absurdos de la prohibición castrista de “Persona” fue que, desde entonces, el filme solo podía ser exhibido a los alumnos que estudiaban Psicología en la Universidad de la Habana, carrera sumamente selectiva, sólo para revolucionarios.
Supe de amigos, cinéfilos empedernidos, que intentaron matricular la carrera de Psicología para estar en una de las funciones docentes de “Persona”.
Por esos años, la Facultad de Psicología fue expurgada, cruelmente, de estudiantes considerados gays o diversionistas, proceso que también sufriera la Escuela de Arquitectura. Me imagino que la proyección académica de “Persona” también terminó cuando se desató la ofensiva revolucionaria, llamada a frenar errores del “pensamiento crítico” universitario.
Si no fueran tan dañinas tales medidas arbitrarias y represivas bien pudieran figurar en la historia del ridículo o de los chistes de mal gusto.
A finales de los años ochenta estaba cubriendo el Festival del Nuevo Latinoamericano en La Habana y en la sección dedicada al mercado internacional supimos, casi como un secreto, que se proyectaría la película “El hombre de hierro”, del legendario director polaco Andrzej Wajda, que de alguna manera reflejaba la historia del Sindicato Solidaridad.
El mercado funcionaba en una salita de proyección cercana al ICAIC, y allí llegamos con nuestras credenciales y nos dejaron entrar. Recuerdo que en el grupo se encontraba el crítico de cine Mario Rodríguez Alemán.
Poco antes de que el filme comenzara a la hora prevista, sin embargo, se asomó un hosco burócrata del Instituto y, sin pestañar, les dijo a los presentes que “los cubanos” debían abandonar la sala.
Obedecimos sin protestar, y los extranjeros presentes tampoco preguntaron por qué los nacionales no podían ver el contestatario filme de Wajda.
El capítulo fue, sobre todo, una vergüenza para el venerable comunista Rodríguez Alemán, quien abandonó la sala, a todas luces, algo perturbado. Nosotros teníamos el hábito de los atropellos y el miedo.
Cierta vez, el ICAIC se hizo de una copia de “El resplandor”, la obra maestra de horror dirigida por Stanley Kubrick. Tal vez él mismo se las había hecho llegar, gesto bien común entre artistas que admiraban a la llamada revolución y estaban convencidos de que el cruel imperialismo americano impedía el conocimiento de sus obras en la “valiente isla”.
De nuevo la élite del Instituto, sus directores, funcionarios, especialistas, en fin, una caterva improductiva de “botelleros” y personas dadas a levantar obstáculos, consideraron que “El resplandor” no era apropiada para ser presentada al público cubano, y comenzaron a proyectarla en sesiones especiales a donde eran invitados otros tracatanes del régimen.
Recuerdo haber sabido, por uno de dichos burócratas, que se estaba considerando presentarla en cines de arte habaneros, previa reedición para cortar no se sabe qué fragmentos perniciosos desde el punto de vista de la perturbadora doctrina castrista.
Imaginar a diestros editores del ICAIC macheteando a Kubrick, causaba más horror que el de la propia película.
¿Será, tal vez, que alguno de los adláteres de Castro halló semejanzas entre los desafueros enloquecidos del dictador y la paranoia alucinante del personaje que interpreta Jack Nicholson, un aparente buen padre, quien se dedica a la literatura, y luego enloquece para desdicha de su familia?
El consabido cartel de “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia” hubiera podido enmendar tal entuerto.
Cine Cubano en Trance con Alejandro Ríos.
Dilucidar la isla y su cultura a partir del séptimo arte que la denota. La intensa quimera de creadores, tanto nacionales como foráneos, que no cesan de manifestar una solidaria curiosidad por tan compleja realidad, es parte consustancial de esta sección.
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