LA HABANA, Cuba. — Pedro Luis Ferrer, uno de los más grandes cantautores de Cuba —la cuarta pata de la mesa que conforman Silvio, Pablito, Carlos Varela y él—, arribó a los 70 años el pasado 17 de septiembre en Miami, ciudad donde reside desde hace varios años.
Se cansó el cantor del ninguneo y la proscripción en su patria, donde no le graban discos, no ponen sus canciones en la radio y donde solo podía cantar en patios y azoteas de amigos, jamás en un teatro.
Pero uno no sabe si está bien llamarle exilio a eso de Pedro Luis Ferrer, porque el diablo son las cosas, y nunca se sabe con alguien como Pedro Luis Ferrer, acostumbrado a las marchas y las contramarchas, y que también en Miami sigue cantando en los patios de las casas de los amigos, y como hacía últimamente en Cuba, evita las canciones explícitamente contestatarias a la dictadura que hizo en los años 90.
Esas canciones —y, por supuesto, Ay Mariposa y Como espuma y arena, que en los años 70 inscribió para siempre en lo mejor de la música cubana— son las que prefiero de Pedro Luis Ferrer.
Son las canciones que, en los peores momentos del Período Especial, penetraban a través de las ventanas de mi casa, en La Víbora. En las horas en que no quitaban la luz, mi vecino y amigo, el promotor cultural Reinaldo Jaén, a todo volumen en su grabadora, escuchaba los casetes piratas del cantautor proscrito. Porque , para entonces, Pedro Luis Ferrer ya no cantaba a las artilleras de plomo y aguacero ni a la vaquita Pijirigua que, negada a la inseminación artificial, quería seguir a la antigua, sino que se quejaba del abuelo Paco, proclamaba que tenía un amigo palero y otro abakuá que eran “más hombres y más amigos que otros que no están en ná”, cantaba a un tipo que tenía “delirio de amar varones” y reclamaba que viniera el estado de derecho a reinar en la Isla.
Reinaldo Jaén y la que entonces era mi esposa fueron los organizadores del concierto de Pedro Luis Ferrer en mayo de 1994 en el Palacio de Bellas Artes, durante la Bienal de La Habana. Eso me permitió estar en primera fila en aquel concierto que parecía temerario, porque el público que abarrotó la sala aplaudía a la menor alusión política del cantante y coreaba las canciones prohibidas, a pesar de la nada discreta presencia de adustos segurosos.
Pero pasaron los años, y aunque siguió siendo relegado, Pedro Luis Ferrer redujo el octanaje de su rebeldía y, antes que temas contestatarios, prefirió tocar sones, guarachas, tonadas espirituanas y canciones de amor. Y quiso convencernos de que no estuvo tan prohibido como suponíamos: hizo un concierto en el Teatro Nacional en 1999, otro en Bellas Artes en 2009 y, hace un par de años, Edith Massola lo invitó a su programa de televisión.
El cantor aprovechó bien ese tiempo de ostracismo. Nunca actuó tanto en el exterior ni grabó tantos discos (seis), solo que no para la EGREM o Bis Music, sino para una disquera extranjera, norteamericana, por más señas.
Mientras que en Cuba bajo la continuidad post-fidelista todo se convertía, más que en espuma y arena, en agua y sal, Pedro Luis Ferrer evitó ser “pendenciero” y, cuando lo entrevistaban, en vez de llamar a las cosas por su nombre, como se esperaba de un tipo como él, hablaba de “políticas y decisiones desacertadas” y de “un manojo de errores colectivos”.
Hace unos años, Pedro Luis Ferrer, que aseguraba estar en contra de la desobediencia social, dijo que, manteniéndose dentro de las fronteras del arte y “la moderación institucional”, había encontrado “un ilimitado y potable margen para expresar la discrepancia”.
Se quejaba de “ciertas restricciones”, tales como la ausencia de leyes que protejan las protestas públicas, pero a él le bastaba con tener un discurso inteligente. Por ejemplo, para teorizar acerca de la imposibilidad de la guaracha triste, ese oxímoron.
Pero Pedro Luis Ferrer se hartó del conformismo revoltoso y con límites, y como tantos compatriotas, se fue con su música a otra parte y se radicó en Miami.
Hablábamos de marchas y contramarchas. Las han tenido la mayoría de los artistas que viven bajo la férula del castrismo. Cómo no entenderlas y disculpárselas a Pedro Luis Ferrer, un poeta de sonetos, décimas y redondillas, guitarrista con mayúscula, cubanazo donde los haya, enciclopédico en saberes de nuestra música.
Entonces, que Pedro Luis cumpla muchos años más y ojalá que muy pronto volvamos a tenerlo por acá, en un teatro y no en un patio, deleitándonos con sus canciones, pero en libertad.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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