LA HABANA, Cuba.- El pasado mes de marzo el teatro Bertolt Brecht acogió un estreno que conmovió, de manera inusual, al público amante del folclor y la mitología afrocubana. La obra Patakín, del grupo Raíces Profundas, se colocó en el punto de mira de los aficionados con un logrado compendio de los mitos y leyendas yorubas que han permanecido vigentes gracias a la tradición oral y la religiosidad popular.
La dirección artística de Ildolidia Ramos y la coreografía de Emilio Hernández, conjugados con el talento de los bailarines y el empleo de otros recursos expresivos como la música en vivo, y el documental Oggún —de la cineasta Gloria Rolando—, redondearon un producto final que el público, emocionado, agradeció con intervalos de cerradas ovaciones.
En medio de la exotización de lo que siempre se ha defendido como parte de la identidad nacional, Patakín tuvo el doble mérito de complacer al público y ofrecerle un nuevo camino hacia el reconocimiento de un patrimonio que hoy también se ve amenazado por el folclorismo banal, la ignorancia y el racismo latente en la sociedad cubana. Sin embargo, no faltaron quienes asistieron al estreno convencidos de que Raíces Profundas es una de tantas compañías surgidas de repente y de la nada, cuando en realidad lleva más de cuarenta años de vida artística.
A pesar de su larga trayectoria en el ámbito danzario cubano, Raíces Profundas es una compañía que casi nadie conoce. Sus espectáculos, además de esporádicos, no cuentan con la mínima promoción; de modo que cuando un público neófito comprueba la calidad y factura de sus obras, no puede evitar preguntarse: “¿De dónde salieron?”.
Por toda respuesta, basta observar las imágenes del local en el que, desde 2002, tiene su sede Raíces Profundas. El inmueble, otrora conocido como cine Verdun, fue declarado inhabitable hace años; pero aún se observan vestigios de una belleza devorada por la dejadez, la humedad y el paso del tiempo.
A merced de filtraciones y derrumbes transcurren las horas de ensayo de los bailarines, sobre un suelo de cemento vivo que pone en riesgo cada hueso, músculo y ligamento de su cuerpo. Una caída puede significar desde quemaduras por fricción hasta fracturas que acarrean meses de recuperación, e incluso el abandono definitivo de la profesión.
El lugar contaba con dos camerinos, utilizados por la compañía. Uno de ellos se vino abajo, venturosamente, un fin de semana; pero si el derrumbe hubiese ocurrido durante algún ensayo, el desenlace habría sido fatal. Ninguna autoridad del Ministerio de Cultura se preocupó por trasladarlos a un local con mejores condiciones.
Hoy la compañía cuenta con un solo camerino y el cuarto donde guardan el vestuario, afectado por la humedad, las filtraciones y el polvo. Si cae apenas un chubasco, no se puede trabajar, el suelo se inunda porque las tejas del techo están perforadas. El baño se encuentra en condiciones deplorables debido a la vejez de sus enseres y la escasez de agua. Los bailarines han emplazado un tanque para descargar la taza con cubos.
No hay nada en ese local que delate la presencia de la danza. Todo en él es una conspiración contra la belleza, una falta de respeto y un golpe brutal a la autoestima de los artistas cubanos. A pesar del agravio, Raíces Profundas es capaz de producir un espectáculo como Patakín, que abarrotó la sala del Brecht, dejando entre los asistentes la honda impresión de haberse sumergido en un capítulo hermoso de la cultura cubana.
La crítica oficialista no denuncia las condiciones en que trabaja la compañía, ni menciona que los trajes y accesorios de Patakín se hicieron realidad gracias al dinero de los propios bailarines y coreógrafos. Tampoco cuestiona el hecho de que un estreno que atrajo tanto público tuviera solo seis funciones y tan escasa promoción. Otras obras permanecen durante un mes en cartelera y no consiguen ni un tercio de la asistencia alcanzada en cada presentación de Patakín. Según una fuente del Bertolt Brecht, se estima que con las seis funciones el teatro recaudó casi la totalidad del dinero correspondiente al primer semestre de 2017.
En Cuba, ni siquiera el Ballet Nacional puede dormirse en laureles de oro; pero es muy notoria la diferencia entre las compañías de danza esencialmente africana, y las restantes. Tras el discurso oficialista palpita un racismo cada día peor disimulado. A pesar de lo mucho que se habla de las raíces y el patrimonio de la nación, los grupos de folclor enfrentan más dificultades para sacar cualquier proyecto adelante. Solo los que tienen algún director reconocido —aunque los bailarines y las coreografías sean de lágrimas por su baja calidad— obtienen prebendas.
Sin dudas, Patakín abrirá una nueva etapa para el grupo Raíces Profundas. Pero el eco de las ovaciones conquistadas en el Brecht no podrá mitigar la sensación de derrota en el momento de atravesar el umbral de su ruinosa sede en el barrio de Colón.