LA HABANA, Cuba.- La Habana del período republicano brilló, en numerosas ocasiones, con la visita de grandes artistas del mundo entero. Interminable es la lista de personalidades que se quedaron prendadas de la belleza, la elegancia y el ambiente de la capital cubana de los años cincuenta; entre ellas el mítico pianista y cantante de jazz Nathaniel Adams Cole, más conocido como Nat “King” Cole, quien viajó a La Habana en los años 1956, 1957 y 1958 para cumplir con importantes contratos de trabajo.
El rey del swing, nacido el 17 de marzo de 1919, provenía de una familia religiosa. Su madre tocaba el órgano en la iglesia y fue la única maestra que el talentoso cantante tuvo.
Cole creció rodeado de gospel, jazz y música clásica. Integró varias agrupaciones de pequeño formato y la popularidad le sonrió temprano gracias a su don para interpretar jazz; aunque no llegó al gran público hasta el año 1940, cuando interpretó “Sweet Lorraine”.
Durante su primera visita a Cuba, Nat “King” Cole conquistó una de las plazas musicales más importantes: el cabaret Tropicana; pero también se adentró en el ajetreo nocturno de los casinos, y en la sabrosa musicalidad de los barrios humildes, donde estuvo más cerca que nunca de las sonoridades cubanas.
Fue tan grande la expectativa ante su llegada a la capital, que los medios abarrotaron el prestigioso cabaret, que llevaba un tiempo venido a menos por la relevancia que había alcanzado su homólogo, el Sans Souci. A ello habría que sumarle que desde los años cuarenta no arribaba a La Habana una personalidad de tanta envergadura, así que toda la atención giraba en torno al carismático intérprete de “Unforgettable”, “Smile”, “Mona Lisa” y otros temas perdurables.
Se dice que el King Cole no tomaba en serio su privilegiado talento. Dueño de una voz poderosa, jamás se consideró un buen cantante y no disfrutaba de las grabaciones en estudio. En cambio, amaba tocar el piano, que le permitía expresar su más profundo sentir y armonizar libremente.
Para cuando Cole visitó la isla, buena parte de su repertorio consistía en baladas, pero jamás renunció al jazz. A pesar de que muchos lo acusaron de haberse vendido a la música comercial, el Rey siempre tuvo tiempo para una buena “descarga”.