LA HABANA, Cuba,- Por estos días el grupo Argos Teatro presenta una interesante obra titulada “Misterios y pequeñas piezas”, con texto y dirección de Carlos Celdrán. Aunque el público aficionado a las artes escénicas coincide en que la calidad del elenco, el guión y la puesta en escena son prácticamente sellos de garantía de Argos, en esta ocasión la relevancia de la obra mucho ha tenido que ver con la historia narrada.
Pocas piezas de teatro se detienen en reflexionar sobre las interioridades de la disciplina; los demonios que han animado a sus más prolíficos hacedores, y el alto costo que supone para un artista el permanecer fiel a sí mismo, a sus principios y su visión creadora. La experiencia que propone Celdrán toma su nombre de un importante espectáculo del Living Theater, uno de los ensembles más prestigiosos del Siglo Veinte teatral.
“Misterios y pequeñas piezas” trae a escena la historia de un profesor de teatro, quien fuera eminente personalidad antes de caer preso de la paranoia y la depresión. En una trama donde confluyen presente y pasado el dramaturgo desenreda, bajo la coerción a veces piadosa, a veces violenta de un psiquiatra, los recuerdos de su vida, su obra y su magisterio en un contexto que bien pudiera ser el de la Cuba de los años ochenta, y otros terribles que sobrevinieron.
Con un ritmo pausado, Celdrán introduce a los espectadores en una historia fascinante, vista a través de un genio que precisamente por hallarse en el umbral de la locura, se encuentra más allá de toda prudencia intelectual; por tanto, es capaz de construir su propio monumento a la espiritualidad, la libertad de creación y la plenitud de los instintos sobre un trasfondo de censura, prejuicios y temores difíciles de remover.
De las charlas terapéuticas a las catarsis con sus estudiantes, pasando por la sexualidad desenfrenada, los cabildeos del mundillo artístico, la eterna problemática ideológica, la amenaza del entonces poco conocido VIH e incluso el propio suicidio intelectual, el actor Caleb Casas -a cargo del protagónico- entregó al auditorio una de las interpretaciones más electrizantes y conmovedoras que ha podido apreciarse este año sobre las tablas.
El actor Daniel Romero asume el rol del estudiante excepcional, que carga con todo el peso de aquel magisterio tormentoso donde hubo espacio para las discrepancias teóricas, la mutua admiración, el choque entre los egos, la timidez, la culpa y, sobre todo, el crecimiento profesional. La obra, tal como la ha definido Carlos Celdrán, encierra un homenaje a los grandes maestros y la huella que dejan en sus discípulos. Quizás por tratarse de una mirada personal en la cual se solazan realidad y fabulación, la historia caló tan profundamente en el público, no obstante sus casi dos horas de duración.
En este sentido, algunos asistentes encontraron la función interesante, pero agotadora. Por momentos la historia parece dilatarse demasiado; sin embargo, cuando se la revisa con el recuerdo aún reciente de la puesta en escena, es difícil precisar qué estuvo de más a la hora de comprender los matices de un conflicto que trasciende el hecho artístico para adentrarse en la compleja relación de un dramaturgo con y desde su medio natural. La obra toda sirve para ilustrar que a menudo la caída de grandes figuras del mundo del arte tiene menos que ver con elecciones personales que con presiones, chantajes o malquerencias externas.
Sobre el texto de Celdrán y el conjunto de pequeñas importantes piezas aportadas por su equipo de trabajo, el resto de los personajes dentro de la obra fueron muy bien representados, aunque ninguno iguala la envergadura del de Caleb Casas. “Misterios y pequeñas piezas” se mantendrá en cartelera por el resto del mes en los horarios habituales; una muy buena propuesta de Argos Teatro para cerrar el 2018.