LA HABANA, Cuba.- Casi a las nueve de una noche lluviosa, el viernes 25, Jorge & Larry presentaron Melodrama (todo es festón y hojeo), perteneciente a la serie Esto es cualquier cosa menos teatro, en la galería Servando de 23 y 10, junto al edificio de la Cinemateca de Cuba. Bueno, al menos allí comenzó, porque terminaría al frente, junto a las vidrieras del Ten Cents.
El guion: “En el centro de la galería hay una tribuna. Sobre la tribuna hay una mesa y sobre la mesa un indio. Y allí Esther de los Desamparados lanza piezas de vajilla y va llenando de vidrios rotos un costado de la galería, pues “lleva semana envuelta en pena”. Pero Nilsa le hace saber que el gato de pelea está con su tambor afuera, en la acera de enfrente.
“¡Ay, Calixto García, mi Dios!”, exclama Esther”: ¡Si eso es verdad, yo ahora mismo lo que quiero es fundar una FMC, una Federación de Mujeres Contentas! ¡Yo quiero que mi ojo esté obligado a ver, a ver, a ver! ¡Gracias, Calixto! ¡Yo quisiera un caballito de madera para cruzar 23 y gritar bien alto “Libertad o Muerte” como gritaban los hombres de Calixto!”
Entonces actrices y público abandonan la galería, salen a la noche lluviosa y cruzan 23 para encontrarse con el gato de pelea, que es el poeta Omar Pérez con su tambor —su cajón— recitando sus sutras de budismo a lo cubano. El meollo. La salvación por la poesía.
Toda la condición performática ha cambiado radicalmente. “El niño y el adulto se miran con suspicacia”. El bardo sentado rumbeando insólitos versos en la noche mojada. “El negro y el blanco se miran con horror, / la mujer y el hombre se miran con hastío, / los responsables no somos nosotros”.
Omar Pérez (La Habana, 1964) tiene una larga carrera como poeta, crítico, ensayista y traductor de varias lenguas, y ha obtenido el Premio Nacional de la Crítica (2002) con su libro de ensayos La perseverancia de un hombre oscuro y el Premio de Poesía Nicolás Guillén (2009) con Crítica de la razón puta.
Con su segundo poemario, Oíste hablar del gato de pelea (1998), hace veinte años, dio inicio a una búsqueda aún en curso, conectando las prácticas budistas con nuestro aquí y nuestro ahora de una manera fuera de todo canon, mezclando espiritualidad y sociología, entrando en los huesos de la vida diaria y deparándonos versos que nos conminan a ser con una nueva espontaneidad, la única, la de siempre.
Pero en sus lecturas públicas, Omar Pérez se armaba de percusión y sus versos fueron entrando aún más en lo cotidiano, en la música del solar y en la indagación espiritual despojada de mística, en una desnudez primaria y en una estética descalza que lo separa por completo de todo lo que se hace en la poesía, y hasta en la cultura, de nuestros días en Cuba.
En su texto Cajón con Omar Pérez: ¿música o poesía?, Rolando Prats —compañero de Omar en los años del proyecto Paidea— escribe: “El cajón, en manos (y en voz) de Omar Pérez, es más de lo que la página, el libro o la grabación en cualquiera de sus formatos es al verso escrito, publicado: no solo o mero soporte físico, o acompañamiento de fondo, sino interlocutor natal de sus propias coralidades, con derechos iguales, por compartidos, de soberanía”.
Y sigue diciendo: “Escuchemos a Omar construir(nos) ‘una casa en el aire, una intemperie por alfombra’, entremos en ella, no de oído, sino por el oído, con los oídos abiertos. Oídos que habrán de ver. ‘El que tenga oídos entrará en la casa. Llegará sin nada, vacío como la casa. Entrará sin ojos. Sus ojos, serán los de la casa’.”
Rolando Prats tuvo que irse del país hace muchos años. Omar Pérez, ahora en la piel del gato de pelea, ante la vidriera del Ten Cents, percute su canto: “El zapato que compras lleva una piedra en su interior; / el auto que compras, un comprador en su interior”.
La gente se arremolina, no en muchedumbre, sí con interés. Un viejo parqueador pide permiso y se sienta a oír, marca el ritmo con las manos —una mano de plátanos entre las piernas—: “La casa que compras tiene un ladrón en su interior, / los responsables no somos nosotros. No, no, no, no, no somos nosotros”.
Gretel Medina escribió en el catálogo: “En un espacio pop up, armado para la ocasión y desaparecido después de ella. Aquí todo es festón y hojeo”. Abismal la espacialidad entre la galería Servando y la acera del Ten Cents, donde el gato de pelea, que asegura que el hombre no creó a la poesía, sino que la poesía creó al hombre”, sigue rumbeando: “Hay miles que gritan viva, viva, viva; / hay millones que callan, callan, callan / los responsables no somos nosotros”.