LA HABANA, Cuba. – Pintar lo que siente por Cuba es el principal empeño del artista plástico camagüeyano Dayán Melián Castro. Sin embargo, después de dedicarse al tatuaje para subsistir, reencontrarse con el lienzo no ha sido una tarea fácil para el pintor de 31 años.
“La necesidad de expresarme me exigió pintar fuera de la piel”, dijo el artista en conversación con CubaNet. “Llegó el momento en que el tatuaje comenzó a representar el plato de comida, no lo que quería decir como artista. Eso me agitó de tal forma que decidí organizar mi trabajo en el lienzo”, agregó.
Aunque nunca logró insertarse en la academia, Dayán nació con un talento artístico que lo predestinó al arte. “No estudié, nunca fui a una escuela de arte. Opté por estudiar la carrera de Instructor de Arte, pero no me la otorgaron; se la dieron a quienes tenían más de 90 puntos en el escalafón de la escuela”, explica.
En su natal poblado, recibió las primeras claves de la pintura de manos del artista urbano Yulier P, egresado de la Escuela de Instructores de Arte.
“Yulier y yo nacimos en Florida (Camagüey), en la misma cuadra. Desde niños andábamos juntos; después sentimos la misma atracción por pintar. Las primeras técnicas las aprendí por Yulier, quien me regaló mucho de su experiencia”, rememora.
A los 16 años, Dayán llegó a La Habana con un sueño: pintar. Sin embargo, la realidad capitalina le impuso un ritmo excesivo de supervivencia.
“Estuve alquilado por tiempos cortos. No tenía permiso para residir en La Habana y la Policía me arrestaba por ilegal”, narra.
Tras cuatro años de feroz supervivencia, el joven artista regresó a Camagüey con el sueño truncado, pero con la voluntad de volver algún día a La Habana.
De la piel al lienzo
Después de dedicarse por entero al tatuaje, el artista inició su transición hacia formatos más convencionales.
“Me gusta usar la piel como lienzo, nací con el deseo de pintar y no creo que pueda dejarlo en ningún momento (…). Dediqué años al tatuaje; en la medida que aumentaron los clientes pude ahorrar dinero y regresar a La Habana. Me alquilé por un tiempo, hasta que pude comprarme mi casa con el dinero que reuní tatuando”.
De la estabilidad que le proporcionó un techo propio emergió la urgencia de expresar su pensamiento mediante la pintura. Al escoger el óleo, abrió la primera puerta al sueño incumplido de su adolescencia.
“Como tatuador siempre pinto lo que la gente siente o quiere expresar, no lo que yo quiero decir. En el lienzo puedo desembocar mi repudio al Gobierno, sin miedo ninguno”.
En ese sentido, las obras de Dayán tratan la represión política y sus víctimas. La crítica de arte consultada para analizar el trabajo del creador considera que tal mensaje es poco usual en el contexto de las artes visuales cubanas.
“Tiene como su principal referente al artista urbano Yulier P, cuya pintura posee una indiscutible influencia de Antonia Eiriz”, expresó la especialista, quien solicitó condiciones de anonimato por temor a represalias.
“La búsqueda de un lenguaje personal, único, es el mayor reto que enfrentan los creadores jóvenes. Distanciarse de los paradigmas puede resultar difícil, pero es un paso imprescindible para lograr una expresión plástica autóctona, algo que todavía no se aprecia con claridad en la obra de Dayán”, concluyó la crítica de arte.
Y aunque el propio Dayán reconoce que a su trabajo aún le falta madurez, se siente satisfecho por liberar sus sentimientos y hacer realidad el sueño de pintar lo que piensa.
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