VILLA CLARA.- Ramón Silverio es así: luce una piel blanquísima, una pequeña curvatura en la espalda y cierto halo de pesadumbre en el rostro. Silverio sonríe pocas veces y se mueve con actitud de fantasma por las calles de Santa Clara. Aparece sin avisar, aquí y allá, como tratando de pasar desapercibido entre la gente que frecuenta El Mejunje. Mas, resulta en vano su empeño, si es que lo procura así.
A Silverio lo conoce Cuba entera, y el mundo, y los extraterrestres, si es que existe vida homosexual en otra galaxia. Su nombre ha sido invocado tantas veces que bien pudiera compararse con una suerte de mesías de los segregados, con el rey de los pobres, con un elegguá que abre los caminos a los poco afortunados.
Silverio tiene dos perros, gallinas y gatos que conviven en su casa, muchos recogidos de las calles. A Silverio, muchos conservadores lo han recriminado por dar cobija también a cuanta alma en pena aparece en El Mejunje en busca de un sitio donde pernoctar o trabajar. Silverio es el dios de tres o cuatro generaciones, porque nunca ha mirado con prejuicios, porque no se ha ensañado con lo diferente, porque ha sabido respetar credos, tendencias y lucharles un sitio en la sociedad cubana. A Silverio, mucho tiempo atrás, también lo trataron con desprecio.
Mucho antes de que El Mejunje fuese reconocido oficialmente como institución cultural, o que, incluso, adoptara el conocido nombre, allá por 1984, un grupo de marginados encontraron refugio en el Guiñol de Santa Clara. Pululaban en la ciudad diversos grupos con diversas afiliaciones musicales, sexuales, religiosas…sin un sitio donde establecerse para mostrar su arte o protegerse del tradicionalismo sectario que condenaba a muchachos de pelo largo, gays o poetas, tearistas y pintores con “diversionismo ideológico”.
Pero la fiesta en el guiñol duró poco y tuvieron que trasladar la noche de sábado hasta el edificio donde se encuentra el actual Complejo Santa Rosalía, y, luego a la Biblioteca, hasta que Silverio decidió mantener el espacio en su propia casa exhausto de tanto bregar sin rumbo fijo.
Todas las noches y, dada la precariedad económica de la época, Silverio solo podía ofrecer una infusión aromática de yerbas medicinales que le ayudaba a preparar su abuela. La ofrecía para calentar el estómago y la gente se sentaba en cualquier pedazo de área disponible. Los trovadores cantaban, los literatos hacían largas disertaciones con sus obras recién escritas en papeles estrujados, los muchachos lo visitaban a escondidas de sus padres.
No fue hasta el año 1991 que le “asignaron” las ruinas de un antiguo hotel lleno de escombros para que finalmente se estableciera allí. Pero, Silverio llevaba un mundo a sus espaldas. Entonces, se cortaron maderos, desapareció la pudrición y se abrió un patio pintoresco que al poco tiempo apareció colmado de curiosos grafitis y neumáticos de camión, a modo de gradas, para los espectáculos improvisados.
El nombre vino por casualidad. Una noche, el humorista Pablo Garí (Pible), de los tantos carteles que llevaba al lugar, se apareció con uno que decía El Mejunje de Silverio y su artífice supo que nada podía definirlo mejor. La fama del aquel “antro de perdición”, según los progenitores de los jóvenes rebeldes que pasaban allí las madrugadas, alcanzó tal magnitud que, al cabo de poco tiempo, el gobierno de Villa Clara tuvo que reconocerlo como centro cultural y posteriormente ayudar a su reparación total.
“El último que salga, que cierre la puerta”, solía sentenciar Silverio cuando marchaba a casa y dejaba andando cualquier peña en aquel lugar, el que construyó hace 34 años, al inicio, sin ningún apoyo estatal. Allí se resumen hoy todas las manifestaciones del arte, aunque, tiempo atrás, muchos necios no pudieran percatarse de la grandeza que implican las causas nobles y desinteresadas de quien se enfrasca en propósitos justos.
“El Mejunje recoge ahora los frutos de un trabajo sistemático”, apunta Silverio. “El público que asiste son mayoritariamente los hijos y los nietos de los que fundaron este centro. Todos ellos, de alguna manera, están marcados por El Mejunje. Es muy raro que un niño de esa generación no haya pasado por aquí a una de las funciones de los domingos. Supongo que esos padres supieron explicarles y mostrarles un mundo más diverso, inclusivo y desprejuiciado. Sé que ven la vida de otra manera, como creo que se debe mirar.
“Han cambiado las generaciones, pero no la esencia de este sitio. Los espacios se han ido renovando porque es importante el hecho de no crear piezas de museo. Lo relevante no es llegar a 34 años porque sea una meta, sino tratar de reinventarse, tomando el pulso de las generaciones que asisten. Aunque los objetivos sean los mismos, cambian las maneras de comunicarse desde el hecho de que hay que saber cómo llegar al público que viene aquí ahora, porque no es el mismo de hace cinco o diez años atrás. Quieran o no, se va transformando el gusto de muchos de los jóvenes”.
El Mejunje es un sitio barato, se consume arte por solo dos o cinco pesos cubanos. Silverio, sin embargo, no se mantiene ajeno a la contratación del sector no estatal para que exista una propuesta gastronómica diaria. Allí, los que cuentan con bajos ingresos, pueden pedir un “matapájaro” en el bar Tacones lejanos y, los de economía más próspera o los visitantes foráneos, suelen subir a la Galería-café, donde se expenden bebidas al precio establecido por el cuentapropismo.
“Lo que hemos hecho en la Galería Mejunje es un logro grandísimo porque mezcla el servicio gastronómico con las artes plásticas. A lo mejor muchos van allá arriba a tomarse una cerveza o un trago, pero no son ciegos e inevitablemente tienen que visualizar las obras de arte en las paredes, así van consumiendo arte poco a poco. Se trata de buscar alternativas para mantener siempre vivo un lugar y no como poseer un cadáver en pie. El Mejunje está vivo, fresco y lozano, con todos los deseos de seguir transformando y cambiando todo lo que lo amerite”, apunta Silverio.
En El Mejunje confluyen las altas esferas sociales con los travestis, homosexuales, expresidiarios, universitarios, profesionales… El Mejunje es una mezcla de criterios, culturas, modos de vida, donde no existen tabúes para comportamiento alguno. Allí se permite todo, “menos cortarse las venas”, aclara siempre Silverio.