LA HABANA, Cuba.- Siempre que la Maestra Rosario Cárdenas anuncia un estreno de su compañía, el público amante de la danza contemporánea se llena de expectación. Ello no solo se debe a que cada obra concebida por la prestigiosa coreógrafa es de una excelencia incuestionable; también influye la brevedad de su permanencia en cartelera.
El Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso abrió sus puertas a la esperada producción Afrodita, ¡oh espejo! durante los días 29 y 30 de septiembre y 1ro de octubre. La premier, además de sorprender agradablemente al público y la crítica, generó de inmediato una extraña polémica, iniciada nada menos que por el Cardenal Jaime Ortega Alamino.
En una sentida carta, fechada el 26 de septiembre y publicada en la revista Palabra Nueva, el clérigo arremetió contra la pieza debido a la familiaridad que, supuestamente, Rosario Cárdenas estableció entre la deidad yoruba Ochún y la Virgen de la Caridad, Santa Patrona de Cuba. Evidentemente, el Cardenal no vio la obra, puesto que la queja fue redactada tres días antes del estreno, acontecido el 29 de septiembre. Sin embargo, no deja de ser asombroso el hecho de que la máxima autoridad de la Iglesia católica cubana, que apenas participa de la vida cívica de la nación, haya salido de su modorra para criticar una producción artística basada tanto en los mitos y leyendas de la Antigua Grecia, como en el acervo religioso afrocubano.
El paralelismo existente entre Afrodita —diosa del amor y la belleza— y Ochún, orisha que goza de idénticos atributos según la cosmogonía afrocubana, fue el punto de partida de un viaje que trasciende las similitudes entre ambas deidades para construir un diálogo cultural a través de la imagen y la danza. Con una puesta en escena de altísimo valor simbólico, Afrodita, ¡oh espejo! se remonta al origen de las civilizaciones occidentales. El Discóbolo, figura clásica, ideal griego de la belleza, lanza el tiempo de los sucesos cuya narración inicia en el mar, alegoría de la memoria, fuente de la vida y dominio absoluto de Yemayá.
La narración transcurre en diez cuadros representados con admirable plasticidad donde todo es posible; desde un escarceo amoroso entre Afrodita y Yemayá, hasta la Bacanal metamorfoseada en un lujuriante cañaveral del que emerge el bellísimo Adonis, objeto del amor de Afrodita y el deseo de Apolo. La muerte del efebo —magníficamente esbozada— corre un velo sobre los amores de la diosa griega para dar paso a la escena de los barcos misteriosos, contrabando de divinas pasiones, y la llegada de Obbatalá.
De la danza entre el orisha blanco y Yemayá aparece el río y brota Ochún, anunciada con sus atributos y ofrendas; sus amores con Changó y Oggún, que se enfrentan por celos, y su prevalencia de diosa con culto propio. Las tres deidades: Yemayá, Afrodita y Ochún, conforman una metáfora de la mujer que emerge victoriosa sobre su propia independencia.
Pocas veces la danza logra apropiarse de los mitos y leyendas afrocubanos sin despojarlos de su carga semántica. La excesiva folclorización del asunto ha terminado por convertirlo en mercancía. Rosario Cárdenas y sus bailarines, acompañados por la música soberbia del maestro Frank Fernández, ofrecieron mucho más sobre las tablas; pero no emplearon uno solo de los símbolos asociados a la Virgen de la Caridad. Todos los atributos —la sensualidad, el río, la calabaza— remitían a la orisha yoruba.
La crítica del Cardenal Jaime Ortega parece un tanto excesiva, toda vez que el arte no está obligado a detenerse en las sutilezas del sincretismo. Los cubanos que se precian de tener cierto nivel cultural —y el de Rosario Cárdenas es conocido por su vastedad— saben que Ochún y la Virgen de la Caridad responden a invocaciones distintas; pero es innegable que comparten un terreno común, consolidado en la religiosidad y el imaginario populares.
Si los medios de comunicación, o la propia coreógrafa, establecieron dicha similitud de forma tácita, se debió a un desliz dictado por la costumbre, no a una analogía derivada de la ignorancia. La reacción del Cardenal podría achacarse a su avanzada edad, su fervor religioso, o una mala interpretación. De hecho, hay en su carta varios errores de contenido.
Pero incluso la máxima autoridad de la Iglesia Católica en Cuba debe saber que sobre todas las expresiones del arte cubano han pesado suficientes estigmas como para afirmar que la dicotomía Ochún-Caridad es “un absurdo histórico y un pecado patriótico”.
La frase reviste más una zalamería política que la inquietud de un católico ferviente. Si tanto le preocupa a la Iglesia esa “regresión al primitivismo” que subraya el Cardenal en su misiva, hay maneras más efectivas de influir en la sociedad; aunque todo parece indicar que el momento propicio ya pasó, y la guerra contra la barbarie está perdida.
Enhorabuena, pues, para Rosario Cárdenas, su odalisca, sus ninfas, sus efebos y sus deidades singulares.