LA HABANA, Cuba. – Únicamente en la imaginación desbordada del artista cubano Reynerio Tamayo podrían confluir Emilio Roig, Batman, la Escuela de Arte de Cubanacán, Von Drácula, Darth Vader, Mozart y una Caridad del Cobre escandalizada ante el relajo que los tres marinos suplicantes han armado con su bote, cargándolo de turistas que se hacen selfies con La Habana como telón de fondo. Una vez más la creatividad de este holguinero que percibe la “habanerosidad” de una forma peculiar, propone un discurso cargado de humor para recorrer desde la historia, la leyenda, el sabor popular y la universalidad de ciertos íconos, los cincos siglos que acaba de cumplir la capital cubana.
“Edén Habana” es el título de la muestra que desde el pasado 14 de noviembre ocupa varias salas en el Centro de Arte Contemporáneo “Wifredo Lam”. En medio de galas epidérmicas y celebraciones oficialistas de las que probablemente solo serán recordados los fuegos artificiales, las obras de Reynerio rinden tributo a importantes figuras que nacieron o pertenecieron intensamente a esta ciudad. Indagan en la cultura popular habanera, su apretada arquitectura, los métodos de supervivencia implementados por su gente, la mascarada política y los proyectos grandilocuentes que no pasaron de ahí; todo a golpe de choteo y pastiche, sin traumas.
Alrededor de 50 piezas conforman la exposición, casi todas producidas en 2019, lo cual habla de una actividad creativa realmente febril. La primera parte corresponde a la serie “Habaneros Ilustres”, un compendio de obras realizadas con técnica mixta, en la cuales se verifica la impronta de la gráfica cubana en función de resaltar, mediante el mensaje directo y la máxima economía de recursos, a figuras como Leo Brouwer, Adolfo Luque, Carlos Acosta, Antonia Eiriz o Chucho Valdés; habaneros que vivieron Habanas diferentes, algunos obligados a abandonarla temporalmente para triunfar, y luego regresar con un nicho ganado.
En otras se aprecian ingeniosas citas o apropiaciones de obras cimeras del arte universal. Tal es el caso de “El Caballero de París”, tributo al enigmático personaje que entró en la leyenda urbana como un cordial enajenado, y de cuya cabellera nace una versión made in Havana de la “Noche Estrellada”, inspirada en el cuadro original de otro loco maravilloso: Vincent van Gogh.
La alternancia de significantes cubanos y universales se aprecia igualmente en las demás salas, con simpáticas referencias a la obra de Diego Velázquez (“Las Meninas”); a los murales prehispánicos (“El orgasmo es de quien lo trabaja”); o a “Los fusilamientos del 3 de Mayo”, de Goya, un clásico revisitado a través de la mirada contemporánea, la estética del Comic y los personajes de la Marvel, en la pieza “Héroes vs Superhéroes”.
Solo en las pinturas de Reynerio Tamayo La Habana ha podido alcanzar la estatura del estilo carpenteriano transformado en burdo eslogan por el régimen en su campaña de pretensiones. Solo en esa armazón de edificios roñosos, cuarterías y solares custodiados por “El último vampiro”, en el corazón del barrio caliente donde fuera ultimado Alberto Yarini, puede La Habana ser real y maravillosa. En esa inexplicable dualidad una mulata se hace selfies junto a un aplatanado Hokusai que pinta “La gran ola de Kanagawa” frente al malecón habanero; Batman termina amordazado, por error, en la Plaza de la Revolución; y los domos del Instituto Superior de Arte rematan la delirante estructura del “Nautilus”.
Lo más sorprendente de la exposición es la capacidad del autor de no omitir nada y hacer reír sin que la intención estética quede relegada a un segundo plano. La técnica es impecable; pero aun así la supera ese imaginario que no tiene par entre tantos y excelentes artistas visuales que ha dado la Isla. La Habana de Reynerio extiende su manto más allá de lo cotidiano; por ello visitar la muestra se convierte en una experiencia muy emotiva, en la cual se mezclan la visión individual de esta ciudad amada con el horizonte cultural del artista, para quien no hay paradigmas irreconciliables, ni símbolos que no puedan ser desacralizados, ni ideología tan rígida que no se pliegue a la poética desenfadada de un creador igualmente seducido por las ideas martianas, el béisbol, las historietas y la ciencia ficción.
“Edén Habana”, que permanecerá abierta al público hasta el 11 de enero de 2020, ha sido el mejor homenaje a la capital cubana en este accidentado onomástico. Con solo cruzar el umbral de la galería, el visitante hallará una ciudad pletórica de identidad, habitada por su historia; una Habana generosa y heterogénea que a pesar de poderosas voluntades en contra, tiene quien le restaure su dignidad gracias al lenguaje sublimador del arte.
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