LA HABANA, Cuba.- La UNESCO ha escogido al Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” como sede de un súper concierto que celebrará el Día Internacional del Jazz, el próximo 30 de abril.
Dicho concierto, organizado por la UNESCO, el Instituto Cubano de la Música y el Instituto Thelonius Monk será dirigido por dos de los más importantes pianistas del género de las últimas décadas, el norteamericano Herbie Hancock y el cubano Chucho Valdés. Se anuncia que participarán importantes jazzistas de Estados Unidos y Cuba. Hasta ahora han confirmado su participación Marcus Miller y Gonzalo Rubalcaba.
¿Conocerá la directora de la ONU, Irina Bukova, que tanto encomió los méritos de Cuba para ser elegida como escenario para la celebración mundial del jazz, de las prohibiciones y represalias que tuvimos que sufrir durante décadas los músicos y amantes del género en este país?
Cuba no es el remanso de jazz que piensa la señora Bukova. Mucho ha aportado Cuba al jazz, pero estos aportes pudieron haber sido mucho mayores de no haber sido por las absurdas y aberradas políticas (anti)culturales del régimen castrista, que han hecho muchísimo más daño a la música cubana que las afectaciones derivadas del embargo, tales como la falta de instrumentos.
Las contribuciones de los músicos cubanos al jazz han sido a pesar de la revolución, y no gracias a ella.
Recordemos que antes de 1959 ya músicos cubanos como Chano Pozo, Mayito Grillo, Chico O’Farrill y Mario Bauzá habían influido en el bop, y en los night clubs y cabarets habaneros eran habituales las descargas jazzísticas de Bebo Valdés, Frank Emilio, Felipe Dulzaide, Armando Romeu y otros.
Poco después del triunfo de la revolución, el jazz, al igual que el rock and roll y la música no solo norteamericana sino anglosajona en general, fue prohibido. Las autoridades consideraron que era “la música enajenante y decadente del enemigo” y que “servía al imperialismo yanqui como instrumento de penetración ideológica”. Las prohibiciones, con periodos de mayor o menor rigor, se extendieron durante toda la décadas de los 60 y la de los 70, y llegaron a extremos ridículos de tan aberrantes.
Los músicos de jazz sufrieron particularmente durante ese periodo. Muchos, que se vieron forzados a irse de Cuba para poder desarrollar sus carreras en libertad, han descrito las vicisitudes que tuvieron que soportar de parte de los comisarios culturales del régimen.
El saxofonista Paquito de Rivera se ha referido en varias ocasiones a aquella época en que los comisarios estuvieron a punto de hacer que los músicos, “para que estuvieran a la altura del momento histórico, cambiaran las guitarras eléctricas por balalaikas y los saxofones por helicones o algo peor”.
En 1967 pareció que iba a haber un aflojamiento de estas prohibiciones con la creación de la Orquesta Cubana de Música Moderna, una big band autorizada a tocar jazz. A ella fueron a parar Paquito De Rivera, junto al pianista Chucho Valdés, el trompetista Arturo Sandoval, los bateristas Enrique Plá y Guillermo Barreto, el guitarrista Carlos Emilio Morales y otros de los más destacados músicos de la época, todos locos por el jazz. Pero poco duró su dicha. Luego de grabar un disco, dar varios conciertos a sala llena en el teatro Amadeo Roldán y popularizar Pastilla de Menta, su versión de One mint julep, de Ray Charles, empezaron los problemas. Primero fueron las prohibiciones de viajar al exterior. Luego, las orientaciones de que tenían que tocar de todo, no sólo jazz. Durante el fatídico Quinquenio Gris, a la Orquesta Cubana de Música Moderna le impusieron un repertorio cada vez más ligero, hasta convertirla en una orquesta de variedades que acompañaba a cantantes de segunda o tercera categoría.
Cuando creó Irakere, Chucho Valdés reclutó a varios de los mejores músicos de la Orquesta Cubana de Música Moderna, pero tenían la obligación de disfrazar el jazz de música cubana. Cansados de tantos límites e imposiciones, unos años después, los solistas más espectaculares de Irakere, Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval, partirían al exilio. Desde hace muchos años son estrellas del jazz internacional y tocan lo que les place, y como se lo dictan sus musas, sin tener que seguir las orientaciones de los comisarios.
Hoy en Cuba, salvo unas pocas excepciones, se hace un jazz rápido y ruidoso, generosamente mezclado con la timba, casi irreconocible, que se difunde poco en la radio y la TV y que solo pueden disfrutar en vivo los turistas extranjeros, sus jineteras y algunos pocos adinerados en La Zorra y el Cuervo, el Jazz Café y algún otro sitio inaccesible por sus precios para los cubanos de a pie aficionados al género. Esos que tampoco podremos asistir al concierto en el Gran Teatro de La Habana porque las entradas serán estrictamente solo para visitantes extranjeros, la elite y sus invitados, no importa que el jazz, más que aburrirlos y desconcertarlos, les resulte insufrible
Es bueno recordar todo esto para que allá por la UNESCO, la señora Bukova y sus colegas entusiastas del jazz no se vayan a creer todos los cuentos que les hagan los comisarios –que siguen siendo los mismos de antes u otros muy similares- y vayan a confundir, por sincopada, a La Habana que no aguanta más con una especie de New Orleans timbera y tropical.