MIAMI, Estados Unidos.- “Cuban Food Stories”, del joven realizador cubanoamericano Asory Soto, que fue exhibida el pasado 14 de marzo en el 35 Miami Films Festival, es otra de esas lindas fábulas, inducidas por la nostalgia, sobre la Cuba de hoy.
La película está dividida en siete historias de vida, todas relacionadas con la cocina cubana. En ellas, con el apoyo de una excelente fotografía, se da una visión idílica de la existencia en Cuba.
Personas humildes, sencillas, sin complicaciones. Pescadores, campesinos dedicados a cosechar café o tabaco, el dueño de un hostal, un hombre que se dedica a vender comida en las fiestas pueblerinas. Platos que te hacen la boca agua. Bellos paisajes de la Sierra Maestra, el Escambray, Pinar del Río, Baracoa, Trinidad, Gibara. Carrozas y fuegos artificiales en las Parrandas de Remedio. Carros norteamericanos vintage. Una exitosa paladar en La Habana…
Si en vez de vivir en Cuba yo habitara en una urbe del Primer Mundo, superpoblada, cara, ruidosa, llena de carros, contaminada, estoy seguro que me encantaría mudarme para un sitio como el que muestra “Cuban Food Stories”. Para nadar, pescar, tumbarme al sol en una playa, aspirar el aire fresco de las lomas… y comer platos naturales, sanos, deliciosamente cocinados.
Pero sucede que la realidad en Cuba no se parece demasiado a esto. Especialmente con respecto a la comida.
Los cubanos de a pie cocinamos y comemos lo que se puede, lo que aparece, que todo escasea y es bien caro. Hasta los boniatos.
En Cuba solo se cocina así, como en la película de Asory Soto, en días de fiesta. Y eso, si las cosas aparecen y hay dinero para comprarlas. Es decir, casi nunca.
¿Les recuerdo que una libra de frijoles negros cuesta no menos de 10 o 15 pesos y la carne de cerdo no baja de 35 o 40 pesos?
Los personajes que salen en la película, todos felices, no se quejan de los precios de la comida, ni los emprendedores de las limitaciones que les imponen las autoridades, ni de los inspectores que los extorsionan, ni los campesinos de la falta de insumos, ni los jóvenes de que no tienen lugares donde ir a divertirse, ni los campesinos de la falta de insumos para trabajar la tierra. Solo el cosechador de café lamenta que no le paguen lo que merece por su cosecha, pero enseguida advierte, para que no se equivoquen, que está “con el Partido y la Revolución”.
Y qué decirles de los puestos callejeros donde venden camarones rebozados (¿?) y los pescadores que salen a pasear mar afuera con sus familias…
Me llamó la atención que el cine Tower, en la calle 8, había muchas personas sexagenarias y septuagenarias con aspecto de llevar muchos años en los Estados Unidos, que emocionadas, y en algunos casos con los ojos aguados, aplaudieron con ganas al final de la película y luego las palabras –en inglés- del realizador. ¿Sería por la nostalgia? ¿Habrán olvidado como es la vida en Cuba, creerán que ya lo malo pasó y que todo cambió?