LA HABANA, Cuba.- Nadie inventó el rock’n’roll, porque nadie pudo crear una sonoridad de orígenes tan confusos y complejos, pero ya se ha dicho —entre otras cosas— que Chuck Berry inventó la idea del rock and roll y que fue el que puso juntas todas las piezas esenciales. Más aun, que fue su alfa y omega, y, en fin, uno de los músicos más influyentes del siglo XX.
Cuando el sábado lo encontraron muerto, tenía 90 años y estaba preparando su primer disco desde 1979, que se titularía Chuck, en el que había trabajado durante mucho tiempo y que dedicaba a su amada “Toddy”, Themetta Suggs, su compañera de toda la vida, con la que se había casado en 1948 y había tenido cuatro hijos, dos de los cuales tocarían en el volumen.
El que terminaría siendo el más grande de los rock’n’rollers, nació llamándose Charles Edward Anderson Berry, en Saint Louis, Misuri, el 18 de octubre de 1926. Desde niño se interesó por la carpintería, que aprendió de su padre, y por la fotografía. Le gustaba tocar blues a la guitarra desde la adolescencia, pero su dedicación a la música no sería temprana. Antes tuvo que pasar tres años en un reformatorio por un robo a mano armada a los 17.
En 1953 se unió a una banda que actuaba en un popular club de Saint Louis. Dos años después comenzaría su carrera hacia el estrellato, que se impulsaría notablemente con Roll over Beethoven (1956), donde decía que no tenía nada que perder renovando a Beethoven y dándole la noticia a Chaikovski.
En 1957, con Rock & roll music, habla de los músicos de una banda de rock que tocaban como un huracán y por eso él prefería el rock & roll. The Beatles, en voz de Lennon, hizo una versión inolvidable. Pero su obra maestra llegaría al año siguiente: en Johnny B. Goode, Berry cuenta la historia de un muchacho de campo que tocaba la guitarra como sonando una campana, al que su madre auguraba que un día mucha gente vendría desde muy lejos para escucharlo tocar.
Esa canción cambió la vida de jovencitos como el propio Lennon, y tantos otros, que alucinaron con la poderosa imagen de Johnny tocando junto a la vía del ferrocarril al ritmo de los trenes que pasaban. Y, a lomos de un riff de guitarra que se convertiría en la proa del rock & roll, aquel estribillo endiablado: “Go, go, Johnny, go!”
Pero su vida no sería fácil ni su conducta ejemplar. Conocería en dos ocasiones la cárcel y vería varias veces oscurecerse su estrella, pero siempre renacía y se iba solo, en busca de músicos que quisiera acompañarlo mientras tocaba su fiel guitarra Gibson como un demonio y hacía su típico “andar de pato” durante el punteo, saltando en un solo pie con el otro hacia adelante.
Al conocer la noticia del fallecimiento de su padre fundador, muchos grandes discípulos, como Mick Jagger, Keith Richards, Bruce Springsteen, Ringo Starr, Rod Stewart y muchos otros, todos le agradecieron la música y la inspiración y dieron por terminada una era musical. El equipo de béisbol Los Cardenales de su Saint Louis natal declaró que “siempre serás el padre del rock’n’roll para nosotros”.
Muchas razones había para que fuera él la primera persona inscrita en el Salón de la Fama del Rock and Roll, cuyo presidente celebró “su poesía, su talento artístico y su masiva contribución a la cultura del siglo XX” y lo definió escuetamente: “Chuck Berry es el rock and roll”.
Bob Dylan, que lo había llamado “el Shakespeare del rock‘n’roll” y consideraba que “en mi universo, Chuck es irremplazable”, al lamentar su partida, dijo que “todo su brillo permanece y sigue siendo una fuerza de la naturaleza. Mientras Chuck Berry siga aquí, todo puede ser. Fue un un hombre que pasó por todo”.
Él mismo, refiriéndose al género que ayudó a crear, aseguró que “el rock es mi hijo y mi abuelo”, y seguro que sabía perfectamente lo que estaba diciendo, aunque pareciera extremado. En definitiva, nadie lo describió mejor que John Lennon, hace muchos años: “Si trataras de darle otro nombre al rock and roll, podrías llamarlo Chuck Berry”.
El astronauta Scott Kelly, en su mensaje en las redes tras el fallecimiento del artista, apuntó a cuán lejos se había difundido su obra: “Tu música se disparó sobre la Tierra y luego se fue a un viaje interestelar”.
No intentaba metaforizar el viajero del espacio. En 1977, a bordo de la nave Voyager I, enviada a los confines del universo para dar a conocer nuestra civilización, iban, grabados en un disco de oro, algunos de los mayores logros de la humanidad, y, en la colección cultural, la única pieza de rock incluida fue la canción Johnny B. Goode.
Se supone que el momento más probable para que alguna especie extraterrestre encuentre la nave será cuando la Voyager I llegue a las cercanías de la estrella más próxima a nuestro sistema solar, dentro de 40 mil años.
Quizás entonces algún remoto e inimaginable ser escuchará ese “go, go, Johnny, go!” y sus ojos, o lo que sea, brillarán como los de Chuck Berry saltando en un pie con su guitarra a lo largo del planeta.
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