LA HABANA, Cuba.- En una noche helada de junio de 1911, en un arrabal de Buenos Aires, un hombre agonizaba. La pobreza de su atuendo y el delirio que acompañó sus instantes póstumos hicieron que lo tomaran por un indigente común, pero en el hospital donde halló la muerte un hombre reconoció sus iniciales grabadas en el estuche que otrora guardara un auténtico Stradivarius.
El nombre de aquel moribundo era Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911), concertista virtuoso, Caballero de la Legión de Honor y músico muy principal en la corte del káiser Guillermo II. Cubano y negro, figuró entre los más aclamados violinistas del siglo XIX. No hubo escenario en que no se presentara, ni crítico que no hablara con asombro de su genio. En Cuba, sin embargo, no se le menciona.
Brindis de Salas es una de las personalidades cuya vida y obra constituyen un misterio. No ha tenido la suerte de otros grandes concertistas del siglo XIX cubano como Ignacio Cervantes o José White; o de músicos populares como Miguel Faílde, que son bastante conocidos en la actualidad. La historia y el significado de Brindis de Salas han sido rescatados gracias al proyecto Ritual Cubano, una trilogía basada en la original idea del actor Jorge Enrique Caballero, secundada por el director de teatro Eduardo Eimil.
El propósito de ambos creadores es traer a la contemporaneidad personajes relevantes de la historia de Cuba, con determinados rasgos en común: eran negros, controvertidos y poco visibilizados en la actualidad. Jorge Enrique Caballero explicó a CubaNet que “se trata de un proyecto que busca dialogar acerca de la identidad (…), la voluntad y lo cubano inmerso en un contexto más universal”.
La primera entrega fue dedicada al boxeador Kid Chocolate, seguida por el estreno de Le Chevalier Brindis de Salas. La tercera y última parte, que aún se encuentra en etapa de génesis, estará dedicada a una figura política.
A propósito de celebrarse el 15 aniversario de la sala “Adolfo Llauradó”, Le Chevalier Brindis de Salas volvió a las tablas del pequeño recinto para cerrar el mes de enero con la azarosa historia del violinista cubano.
Una breve y sencilla puesta en escena centra la atención en el personaje, desde sus inicios en el dominio del violín y su perfeccionamiento con los más reputados profesores de Cuba y Francia, hasta el impresionante periplo por el mundo entero y su miserable muerte en un barrio de Argentina. Todo ello matizado por elementos subjetivos y personales como la condición racial, la incesante búsqueda de la perfección y el ansia de revindicar, con su genio, el nombre familiar venido a menos tras la “Conspiración de la Escalera”, a la cual había sido vinculado su padre sin pruebas concluyentes.
La intención de Jorge Enrique Caballero y Eduado Eimil trasciende el mero rescate de una parte de la memoria histórica. Nuevas perspectivas, tangenciales a la limitada visión que se tiene de la historia y la cultura cubanas, invitan a descubrir la relevancia de personas negras cuyas contribuciones han sido opacadas y singularizadas con el culto a la personalidad de Antonio Maceo. Hay otros nombres igualmente merecedores que, por desconocimiento o atavismo ideológico, pasan inadvertidos.
El olvido de una figura como Brindis de Salas quizás se debe a que la mayor parte de su vida transcurrió fuera de la Isla, y escasas partituras suyas fueron recuperadas. La fama alcanzada en Europa, el título de Barón y la vida cortesana que disfrutó, conforman una impronta que algunos, en un momento clave para la reivindicación del acervo cultural y la identidad nacional, pudieron considerar extranjerizante.
Ese intérprete genial que provocó admiración en Alemania, cuna de grandes músicos como Bach y Häendel, hoy es apenas una foto en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana. No se ha consagrado siquiera un pequeño espacio a quien los críticos llamaron “El Paganini negro”; sin embargo, hay una escultura de Fréderick Chopin en la concurrida plaza de San Francisco de Asís, y otra de John Lennon en un céntrico parque de El Vedado. Extrañas paradojas que reflejan la pervivencia de un racismo sibilino, así como la verdadera relación de lo cubano frente a símbolos de la cultura foránea, en otros tiempos tan rechazada y criticada.
Le Chevalier Brindis de Salas es una pieza teatral conmovedora, muy bien concebida e interpretada por Jorge Enrique Caballero, con la presencia del joven violinista Lázaro Manzano para complementar, en su ceremonioso rol de alter ego, la construcción de un personaje excepcional.
La tercera y última parte de Ritual Cubano podría ser la intrigante propuesta para cerrar un ciclo que indaga en el aporte de los negros cubanos a la historia patria; un legado que va más allá de la religiosidad, el baile y el deporte.