MARYLAND, Estados Unidos.- Quiero agradecer al Señor Andrés Alburquerque su valioso comentario referente a mi reciente artículo Ojalá Cicatricen las Heridas, publicado en Cubanet. El ejercicio de la libertad de expresión, cuando se hace con respeto como en esta ocasión, es uno de los grandes valores de esa genuina democracia a la que aspiramos los cubanos y por la que tanto hemos luchado.
Quien escribe, el autor del mencionado artículo, es uno de esos tantos cubanos que humildemente han sacrificado lo mejor de su vida en aras de la libertad. Entre sus valiosas experiencias están la de haber cumplido más de 22 años de encierro, como prisionero político, en las cárceles de la tiranía comunista de Cuba, y en su participación directa en numerosas misiones de infiltración de Alpha 66 a la isla esclavizada.
En cuanto a lo que no es válida “la excusa de que no sabíamos quién era realmente Fidel Castro”, personalmente no tengo nada de que excusarme. Nunca di mi apoyo a este tirano en ciernes, no por tener conocimiento de que se trataba de un monstruo camuflado, sino porque sus atropellos contra personas indefensas comenzaron en mi pueblo, Cojímar, tan temprano como en el mismo mes de enero de 1959. Es posible que una parte de sus condiscípulos en la universidad, tal como usted señala, y en la juventud ortodoxa, compartieran una clara experiencia en cuanto a su gansteril personalidad. Pero si queremos ser fieles con la historia no podemos afirmar que ese mismo caudal de desconfianza estuvo al alcance generalizado de ese pueblo que en 1959 dio su apoyo ingenuamente al caudillo de la Sierra Maestra. La experiencia colectiva vino después, más temprano para algunos; demasiado tarde para otros, con los encarcelamientos arbitrarios, con los paredones de fusilamiento, con la práctica del control absoluto de la prensa y todos los medios de información. Desde mi punto de vista esta es la secuencia verdadera, el único orden consecuente con la historia que tanto sufrimiento y dolor, durante más de 57 años ha causado al pueblo de Cuba.
Finalmente, aunque es justo reconocer que, como en todas las sociedades, en ciertos sectores minoritarios de la población existía la injusticia de la discriminación racial, no era esa censurable conducta una práctica generalizada en nuestra Cuba de ayer. No, a Fulgencio Batista no se le combatió por el color de su piel. Se la combatió por su acto de infidelidad a la nación cubana, por su apetencia de irreflexiva de poder y de gloria que lo llevó a atentar contra el orden constitucional, dejándonos como herencia, junto a Fidel Castro, un país en ruinas, sin presente ni un futuro inmediato de prosperidad, anclada en la desesperanza su felicidad y su paz.
Ojalá encontremos un camino hacia un alba de luz multicolor al alcance de todos los cubanos.