MIAMI, Florida -La Séptima Cumbre de las Américas pasa a la historia con una imagen que parecía imposible y que no pocos auguraban nunca llegarían a ver. El encuentro del Presidente de Estados Unidos y el actual gobernante cubano fue sin lugar a dudas el suceso por la que este conclave continental será recordado y recogido en las crónicas futuras.
La conmoción del evento impactó de diferentes maneras en todo el mundo pero en particular a ambos lados del estrecho que separa lo que se certifica como el último bastión de la Guerra Fría en el hemisferio occidental. No pocos periodistas constataron la emoción contenida en los gestos y palabras de Raúl Castro que de cierta forma logra el paso trascendental de restablecer relaciones con el vecino del Norte, con el añadido de que precisamente fuera un Castro quien entablara conversación directa con un presidente norteamericano. Todo esto aún en vida del Comandante.
El detalle irónico, apenas reflejado, lo daba la coincidencia del evento el día que se cumplía un aniversario del fusilamiento de tres jóvenes cubanos un 11 de abril del 2003. Algo que pasó desapercibido incluso para los más furibundos detractores de este encuentro.
Otro episodio ocurrido en paralelo dentro de la Cumbre fue el Foro Cívico donde concurrieron delegaciones de todos los países participantes. Numerosos grupos de la sociedad civil fueron invitados a la capital panameña para manifestar sus inquietudes, proyectos y quejas sobre los sistemas económicos y políticos en los que conviven. Cuba contó con la presencia dividida de dos sociedades, la independiente con diferentes rostros y matices, abierta al diálogo. Negando el mínimo reconocimiento a la anterior se erige la oficialista, hecha a imagen y semejanza del sistema unipartidista que la rige.
Fue precisamente en este terreno de debate organizado en el marco de la cumbre donde el régimen castrista salió peor parado. Mientras la nutrida delegación de organizaciones gubernamentales se retiraba dando una imagen poco amable de su capacidad de dialogo, la mixta compuesta por cubanos que viven en la Isla y el exilio ocupó sitio para exponer ideas y propuestas. De diferentes generaciones y tiempos históricos este conjunto dejó a un lado el pasado contrapuesto por la búsqueda de convergencia que permita construir un porvenir próspero.
Pudo más la intolerancia que el sentido común en los que no están preparados para una etapa ineludible. Pero la imagen que dieron no pudo ser peor en contraste. Gritos en nombre de la Revolución, canto de himnos revolucionarios e insultos de rutina: gusanera, mercenarios y otras barbaridades al estilo, no pudo ser su mejor discurso. Ni siquiera tuvieron reparos para corear una pachanga de corte yihadista pidiendo machete para esos que “son pocos”. Una muestra nada civilizada que reafirmada la diferencia entre los que defienden el totalitarismo y los que apuestan por el diálogo para configurar una sociedad diversa, inclusiva y respetuosa.
Tal vez Obama haya observado a su contraparte este tipo de manifestación tan retrógrada como inapropiada. Quiero imaginar la respuesta del general presidente justificando el acto de la delegación que se dice representativa del pueblo cubano. La misma que diera el otro Castro a la periodista Bárbara Walter cuando aquella señaló el anti norte americanismo manifiesto en las concentraciones presenciadas por ella. – Es el pueblo, son consignas del pueblo- dijo Fidel entonces.
La imagen discreta de los actores que apuestan por otra Cuba fue un buen saldo. Quienes critican su presencia olvidan que ausentarse era dejar el terreno libre a los que defienden el inmovilismo. Mejor que quedarse fuera o acudir con los lemas y pancartas de siempre para demostrar lo que ya todos sabemos. No estar podía constituir un error costoso para el devenir político de quienes pretenden presentarse como interlocutores de la sociedad cubana que comienza a avizorar el signo de los tiempos. Su participación necesaria forzó a la salida de los que respaldan el inmovilismo.
Por otra parte en Cuba también se aprecian imágenes inéditas. Banderas norteamericanas y cubanas se asoman a balcones humildes, las primeras y más sinceras embajadas abiertas en la Isla. Los autos se pasean exhibiendo la misma enseña de las barras y las estrellas, algo que en el pasado reciente podía considerarse un acto punible. Un joven desde su bici taxi y vistiendo un pullover donde destaca el mapa estadounidense se alegra por el fin de un embargo que señala como perjudicial en primer lugar para la gente de a pie.
Hay otras señales. El estudio, realizado por la firma Bendixen & Amandi International para la cadena Univisión y el diario The Washington Post recogió entre otros aspectos el hecho de que una amplia mayoría de la población cubana encuestada (96%) desea el restablecimiento total de las relaciones entre ambos países. Los datos muestran singulares detalles. La popularidad de Obama (80 por ciento de simpatía) solo rivaliza con la del Papa Francisco. Le siguen el Rey de España Felipe VI (76 por ciento) y Nicolás Maduro, quien supera en popularidad (64 por ciento según los encuestados) a los hermanos Castro (47% positiva contra un 48% negativa para Raúl y un respectivo 44%- 50% para Fidel) Quien lo hubiera dicho.
El camino es largo y tortuoso. Lleno de imprevistos y no imposible de malas artes como la posibilidad de un cambio fraude que ya se viene denunciando desde hace un tiempo, y cuya factibilidad no debe ignorarse. Existen otros muchos riesgos. Peor es permanecer inertes por el temor o por desconfianza a lo que venga, no importa cuan justificada puedan ser las aprehensiones, cuando el círculo ha sido quebrado y está al punto de la ruptura definitiva.
Por mi parte, “soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”, como dijera Winston Churchill.