MADRID, España.- Yo no me lo creo. El gobierno cubano informó que el 25 de noviembre, al filo de las 10 y media de la noche, falleció en La Habana el Comandante en Jefe. Lo dudo, quizás murió el 20 de noviembre, el mismo día que murió Franco en España. La desconfianza sobre todo lo que dice la dictadura cubana es parte del legado de esta autoridad que sigue rigiendo el destino de Cuba y los cubanos.
Mentiras, hipocresía, doble moral, un país depauperado, con la sociedad civil demolida, una cifra de asesinados y torturados que no me atrevo a decir —¿se conoce exactamente?— una disidencia perseguida, casi boqueando. Esto también es su legado.
Para los seguidores del proyecto revolucionario cubano en la isla y el mundo, y la buena gente que soñó que un mundo mejor es posible, el deceso del líder es un trago duro. Todos esperábamos ese momento pues no son muchas las personas que superan los noventa años. Sin embargo, cumplido ese plazo, las reacciones son viscerales y extremas. Fidel Castro es una figura que suscita tanto amor como odio.
Para quienes lo amaron y ahora lo comenzarán a venerar, su desaparición física pone fin a la guerra de clases a la antigua. Con la muerte del Glorioso, desaparece el último de los líderes del proletariado mundial y los que surjan a partir de ahora serán fantoches. Algunos ya son conocidos, como los que ya entraron en las cámaras europeas de representantes. Otros llevan años destrozando países. Regidos bajo el signo de un universo tecnológico, hay poco margen a la añoranza y a la fantasía en la aldea global del siglo veintiuno.
En Cuba no va a suceder nada. Aunque todos lo estén esperando. Los pretendidos y cacareados avances que tendrían lugar en la isla tras el acercamiento con los Estados Unidos, se han quedado en agua de borrajas. Como mucho, se replicaría el modelo chino, donde las diferencias sociales son enormes y cientos de miles de chinos viven en la extrema pobreza. Las buenas intenciones del proyecto revolucionario castrista –que no se puede negar que fueron buenas en el papel- tuvieron que comulgar con el comunismo soviético y luego con el venezolano para salir a flote, y pasar por encima del propio pueblo que las aupó al poder, vulnerando sus derechos más esenciales. Solo unas elecciones libres podrán modificar el destino de los cubanos
Del hombre que convirtió a Cuba en un bastión antiimperialista, y que llenó La Habana de carteles con la frase lapidaria “Patria o Muerte, Venceremos” y “Socialismo o Muerte”, solo quedan cenizas. Los carteles que todavía lucen en la capital de la isla, tienen los mismos colores —rojo y negro— que definen a la Falange española, quizás una reminiscencia de su educación jesuita.
Lo único que espero es que el traslado de sus cenizas al cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, durante su recorrido por toda la isla, no reproduzca el guion de la película Guantanamera.