SONORA, México.- El despertar cívico del pueblo venezolano, eje, materia prima y a la larga víctima fundamental de ese proyecto ideológico-psicótico que es el “Socialismo del Siglo XXI”, ha desatado inexorablemente también las ansias reprimidas de muchos cubanos que, en diferentes sectores del exilio y el insilio, han creído ver una oportunidad única para contagiar a la no menos deprimida nación cubana con el ardor del levantamiento popular. Como otras veces, llega una nueva iniciativa en red, llamando a los habitantes de Cuba a un levantamiento pacífico, acompañada de carteles y vídeos en YouTube. “Desobediencia civil en Cuba”, con fecha y hasta con hora: 1° de abril de 2014, a las 12:00 pm.
La movida digital, como otras veces en las que de manera similar se citó a los cubanos de adentro a manifestarse, se presenta – mayormente – con buenas intenciones. Algún exiliado cubano desde los Estados Unidos ha diseminado por las redes sociales una campaña, con elevado número de “me gusta” y “compartido”, a la que no le ha faltado apoyo de activistas reconocidos y de algún programa vespertino de la televisión del sur de la Florida. Con un diseño amateur al que no se le escapan ciertos errores ortográficos, la convocatoria evidencia no estar patrocinada por institución o gobierno alguno. Al uso de la imagen de un pacífico Antúnez en uno de los posters, se le han añadido otros con menos tino, como ese que llama a la lucha con cierto tono racista (“Negra, hoy tú eres Mariana Grajales. Negro, hoy tú eres el Titán de Bronce”) y otro con un machete ensangrentado que pide el saldo de “diez comunistas” por cada civil (¿caído?), con lo que se empaña en buena medida el tono pacifista y se ofrecen, en bandeja, herramientas de réplica legítimas a la propaganda oficial.
Pero concordemos en que a muchos nos agrada la idea, obviando los mensajes excesivos, de que en efecto se desate una protesta cubana a gran escala. A estas alturas, pocas cosas nos resultarían tan placenteras como presenciar un levantamiento pacífico en las principales ciudades de la isla, ver a nuestros compatriotas confrontar de manera directa al poder, acompañarlos en una cruzada dura pero necesaria, apoyarlos y divulgar sus demandas por cuanto medio de comunicación esté a nuestro alcance… Pero por desgracia, un acercamiento objetivo a la realidad cubana de intramuros, una aproximación desprejuiciada y sin romanticismos gratuitos, enseguida nos reubicaría en la amarga postura de la suspicacia.
Tanto en la Primavera Árabe como ahora en Venezuela, el brote de insubordinación popular aconteció al margen del monopolio comunicacional oficialista. La página de Facebook We are all Khaled Said, hecha por un ejecutivo de Google en Egipto, Wael Ghonim – bajo el seudónimo de El Shaheeed –, en homenaje al joven asesinado por la policía local en 2010, salió y multiplicó sus contactos apenas una semana antes del levantamiento egipcio. Ghonim comentó al respecto, luego de ser liberado: “No existe uno de nosotros que esté sentado sobre un gran caballo liderando a las masas. Que nadie los engañe a creer eso. Esta revolución perteneció a la juventud de internet, luego a la juventud de Egipto, y luego perteneció a todo Egipto. No tiene un héroe, todos fuimos héroes”…
Así de rápido queda establecido un determinante patrón para la desobediencia civil actual: las comunicaciones alternativas.
Los venezolanos, aún con los medios radiales y televisivos mayormente secuestrados por el poder chavista, conservaron una discreta tirada de periódicos opositores, estrangulados por el desabastecimiento de papel, amenazados con leyes que interpretan al reflejo de la violencia real como “amarillismo”, pero todavía sobreviviendo lo suficiente como para mantener ciertos márgenes de opinión discordante. Algunos, como El Universal, también acceden a la opinión pública a través de sus versiones digitales, aunque en este caso el protagonismo se lo ha llevado La Patilla, un sitio originalmente concebido para noticias de todo tipo, con preeminencia de frivolidades y farándula, pero que en la actual coyuntura se ha convertido en uno de los foros venezolanos – ello incluye su página de Facebook – con mayor tráfico y participación de internautas locales, abiertamente contestatario y actualizado minuto a minuto. El Chigüire Bipolar, otra web dedicada a la sátira política, y que no distingue entre oficialistas y opositores radicales para el ejercicio humorístico, ha servido también de potente canalizador de la opinión discrepante, siendo además el sello productor de series en red, de notable calidad, como Isla Presidencial y Pero Tenemos Patria, muy efectivos con su mensaje disidente en clave de comedia.
Cuba, por desgracia o más bien por decreto real, aún vive dentro de la burbuja informacional castrista. Lo que se sabe es sólo “lo que se filtra”. La gente, a gran escala, ignora – o recibe información muy tergiversada, que no es lo mismo pero es igual – lo que pasó en regiones árabes, tanto como la coyuntura actual de Ucrania y, muy por encima de todo, la situación venezolana, esa de la que el gobierno cubano es parte vital y de la cual depende su propio desenvolvimiento económico futuro.
El Granma establece que el ejército ruso, camino a Ucrania, son “tropas de estabilización”, tras el derrocamiento del excelentísimo señor presidente Yanukovich – merecedor de la Orden José Martí en octubre de 2011 –, y sobre las revueltas en Venezuela, cuando no mantiene un silencio sepulcral, repite el mismo panfleto sobre los “grupos fascistas violentos” que ya son controlados por Nicolás Maduro, el buen amigo de la patria cubana. O sea, allí todo está muy normal, no pasa nada grave. Aunque se “filtren” otros puntos de vista a través de medios no convencionales, artículos cargados en memorias flash o noticieros de Univisión en soportes para DVD players, el grueso de los cubanos seguirá cuando menos confundido con las versiones oficiales.
Más aún, en los últimos años se ha extendido la opinión de que TeleSur, canal del chavismo y ahora colgado como una señal más de televisión abierta, es mucho más objetivo que el NTV producido en Cuba. Y lo triste es que, en rigor, sí es “más objetiva”. TeleSur, desde que sólo llegaba por el canal Tele Rebelde en una síntesis diaria de 60 minutos (escogidos con pinzas), aún con su obvia postura castrochavista, mostraba al espectador cubano lados de la noticia global que no se veían, de ninguna manera, en los noticieros convencionales. Por ello es aún más compleja la sensación de “verdad” que tiene el cubano medio: su referente más libre es un canal que, aun siendo más “liberal” que la doblegada prensa nacional, sigue siendo un medio manipulador y mentiroso, un medio patrocinado por los regímenes cubano y venezolano, y que sigue ocultando, o bien tergiversando, la crítica realidad de la Venezuela actual.
Este, por ende, no es un caldo de cultivo precisamente ideal para la metástasis revolucionaria.
El “efecto Maleconazo”
Más allá de esporádicas manifestaciones en la vía pública, ejecutadas por pocas personas en las ciudades más importantes, inevitablemente promovidas por alguno de los tantos partidos (ilegales) pro-democracia de la isla, o explosiones sociales de mediano impacto en Marianao, Centro Habana, Contramaestre o en la cabecera provincial de Holguín, el brote popular no ha podido cuajar y multiplicarse en aquellos predios históricamente controlados por el castrismo y sus chivatos.
Retratados con celulares que no siempre cuentan con la calidad testimonial de los móviles actuales en el mundo civilizado, suelen mostrar a unos cuantos disidentes expresándose con flores o carteles, y alrededor una multitud de curiosos pasivos que, si bien ya no se prestan a la represión, siguen sin ánimo de defenderlos de aquellos aguerridos “comecandelas” que nunca faltan, o bien de la acción directa de la policía, mucho menos de colocarse en la misma fila a reclamar por sus derechos.
El cubano actual ha perdido la conciencia de lo que significan sus derechos, ignora la letra de los tratados universales sobre Derechos Humanos y con semejante letargo cívico, una primavera como la venezolana en territorio raulista es, si no imposible, al menos quimérica.
La última revuelta urbana ocurrida en Cuba – y la única verdaderamente a tener en cuenta dentro del período castrista – ya cumple casi veinte años. El llamado “maleconazo” del 94 se dio espontáneamente, y tomando por sorpresa a los propios focos disidentes, los grupos minoritarios de oposición reconocidos de entonces. No fue convocado, no fue planificado, sólo estalló por una circunstancia de crisis grave y la confusión en torno a una supuesta apertura, en algún punto del malecón habanero, de un puente marítimo de escape hacia los Estados Unidos. La dura crisis económica que ya se le había escapado de las manos a Fidel Castro desató la inconformidad de la gente y la ocupación de las calles con piedras y reclamos de libertad. Pero precisamente gracias a la burbuja que nos mantenía incomunicados dentro de la isla, en innumarables zonas de la propia ciudad, ni qué decir del resto del país, mucha gente ni siquiera se enteró de lo ocurrido. El comandante en jefe resolvió la revuelta con una de sus clásicas simulaciones – trajo brigadas de constructores orientales (del este de la isla) para representar al glorioso pueblo en guerra contra un “grupúsculo” de desafectos – y el mundo no tuvo más remedio que tragarse la versión oficial, a falta de mejores pruebas.
Sólo años más tarde salieron a la luz, en YouTube, los vídeos que se tomaron aquel turbulento día de agosto, ya para cuando la dictadura había encontrado un patrocinador nuevo que aplacara la sempiterna crisis: Venezuela.
La triste tarea del aguafiestas
No habrá levantamiento popular en Cuba. Al menos no será por convocatoria en redes sociales dentro de un país con un índice de conexión irrisorio, férreamente monitoreado por la Seguridad del Estado. Con todo y las buenas intenciones de esas campañas que esperan contagiar al archipiélago con el clamor de las guarimbas venezolanas, mientras el pueblo en general permanezca en su actual estado de domesticación, ajeno a las ofertas masivas – y contradictorias – de la prensa mundial, desconectado de Twitter y de Facebook, no habrá la menor posibilidad de que secunden una idea que, al menos en teoría, luce tan noble como descabellada.
La única posibilidad será el “efecto maleconazo”, es decir, una vez derrocado el chavismo en Venezuela, desconectada la isla de su mecenas oficial, y quedando así desprotegida, sin petróleo ni dinero para seguir a flote como hasta ahora, lo que viene inevitablemente será otro “período especial”, sin energía, sin comida, sin liquidez, en un esquema político que aún no permite la búsqueda de solvencia a través del comercio libre, y tras ello las condiciones “objetivas y subjetivas” para que el malestar popular crezca y termine materializándose en una eventual revuelta.
Dicha posibilidad también estaría a la expectativa de nuevos cambios socioeconómicos que pudieran verse obligados a aplicar los gobernantes. Fidel Castro aplacó el “efecto maleconazo” con medidas de emergencia, cortando restricciones al entonces penalizado dólar y propiciando ciertos niveles de inversión extranjera y de trabajo por cuenta propia. Esta vez a Raúl Castro quizás no le quede más remedio que inspirarse en el modelo chino para salvar el pellejo: Un capitalismo ya declarado, propiedad privada reconocida, libertad empresarial, pero con las riendas aún en las manos del partido comunista.
De cualquier manera, la taimada telaraña de poder que le ha costado medio siglo de trabajo incansable a las autoridades cubanas, parece ser la garantía principal para que a Cuba no lleguen los aires de revolución, de primavera caribeña, al menos en el tiempo que le queda de vida a la generación que fundó los cimientos del totalitarismo y puso las reglas del juego vigentes.
La caída del chavismo por desgracia no va a trascender, en la conciencia del cubano promedio – o en sus ansias de rebeldía – más allá de lo que trascendió la caída del muro de Berlín.