FORT PIERCE, Estados Unidos.- El pueblo cubano ha sido profundamente religioso, como la mayoría de las naciones del mundo que a través de la historia se crearon sus ídolos, sus ritos y sus plegarias para adorar e intentar redimirse. Esta peculiaridad se vio modificada a partir del llamado triunfo de la revolución y de la disposición del Dr. F. Castro al declarar el carácter socialista de la nación en 1961, lo que propició la legitimidad de un estado de ateísmo que generó las conocidas modificaciones de la religiosidad cubana.
Una persecución hacia toda manifestación que tuviera que ver con lo que los comunistas han llamado “opio de los pueblos” resultó patente en aquel país, que hasta entonces, había adorado al Cristo Redentor; pero no solo persiguieron y marginaron a los religiosos; sino que se apropiaron de muchas de sus propiedades y se encargaron de devolver a sus países de origen a muchos clérigos.
A pesar de estas limitaciones ―que incluían el impedimento para cursar estudios superiores, para ocupar cargos de dirección e insertarse en la sociedad―, aquel sentimiento inherente a los hombres de adorar a una deidad y de redimirse en un intento de imitarle jamás desapareció, pues como diría José Martí: “El ser religioso está entrañado en el ser humano (…) La religión es la forma de la creencia natural en Dios y la tendencia natural a investigarlo y reverenciarlo”.
La mayor parte de la población cubana antes de 1959 practicaba el cristianismo en su forma más difundida como catolicismo, aunque también existían agrupaciones evangélicas que adquirieron cierta notoriedad, como las comunidades metodistas y bautistas, a lo que se unen una serie de formas ancestrales de adoración de cierto arraigo en Cuba procedentes de África.
Hubo una Comunidad Ortodoxa Griega, compuesta por emigrantes procedentes del país helénico, a la que se unían ucranianos y rusos radicados en Cuba; pero con la llegada de la revolución la mayoría emigró, quedando solo una exigua minoría agrupada en una congregación que luego se disolvió. Se conoce igualmente de la presencia del Islam desde los primeros siglos de la formación de la nacionalidad cubana ―aunque de manera muy aislada―, y la existencia oficial de la Liga Islámica de Cuba desde 2007.
Tras la aparente apertura del gobierno cubano en las últimas décadas hacia la religión, los templos de las denominaciones existentes han vuelto a llenarse; aunque muy pocos se han construido, a excepción de algunas instalaciones entre las que sobresalen la pequeña catedral de la Iglesia Ortodoxa Griega, consagrada en el 2004, y la Catedral Ortodoxa Rusa, Nuestra Señora de Kazán, en 2008. Sin embargo la edificación de los templos para la práctica del Islam no se ha concretado, quedando limitado el proyecto a un local convertido en la “Mezquita Abdallah”.
No debe resultarnos extravagante el hecho de que los cubanos se unan a las formas ortodoxas, cuyas enseñanzas resultan tan válidas como las del catolicismo tradicional practicado en la Isla, como tampoco debe parecernos insólito las múltiples conversiones al Islam que están teniendo lugar entre los cubanos que durante tantos años han estado reprimidos en todo sentido, incluida la posibilidad de practicar una religión.
Esta nueva modalidad adoptada por algunos cubanos ha motivado la aparición del artículo “¿Una Cuba islámica?“, de la autoría de Luis Cino Álvarez, en el que se cuestiona las motivaciones de los nuevos seguidores de Mahoma. No pretendo entrar en detalles sobre posibles discrepancias acerca de la forma en que se ha abordado un tema que tanto puede llegar a los sentimientos de unos y a los pensamientos de otros; pero sí destacar la diversidad de la religiosidad del pueblo cubano y la libertad que todo hombre debe tener para elegir su religión.
En primer lugar hemos de asimilar la idea de que “todo pueblo necesita ser religioso. No solo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo”. Dejemos pues, que los hombres asuman su religiosidad libremente, desde cualquier perspectiva, y el islamismo es una buena opción. Recordemos que, junto al budismo y al cristianismo, son las religiones más practicadas en el mundo, y Cuba se inserta en el mundo no solo como necesidad de subsistencia; sino como posibilidad espiritual y cultural.
La comunidad musulmana de Cuba es muy pequeña; aunque se evidencia un rápido crecimiento de sus miembros y se estima que sus fieles estén entre los 4 000 y 8 000 ―aunque los datos son muy imprecisos―, cifra que representa entre 0,052 y 0,056 % de la población, suponiendo que en Cuba existan realmente once millones de personas.
Si son beneficiados por parte de embajadas, no somos quienes para agredir a aquellos que tal vez tomaron la palabra del legendario profeta con seriedad y devoción, y determinaron unirse formalmente al Islam, como otros lo han hecho al Budismo o al Judaísmo; no obstante se conoce que la Embajada de Arabia Saudita les ayuda con la ropa tradicional y alimentos, y la República Islámica de Irán les apoya considerando el estado deplorable de la isla.
Las motivaciones de los cubanos convertidos, al parecer no son precisamente económicas. Muchos se acercaron por una influencia familiar o a través de las relaciones que establecieron con los cientos de estudiantes musulmanes de paso por Cuba, otros la mayoría- no se sentían satisfechos en el cristianismo, su antigua fe.
La existencia de ciertos grupos extremistas y fanáticos que profesan dicha religión no debe ser motivo para crearnos una imagen distorsionada de una fe, que como otras formas de religión tiene sus preceptos, sus códigos y sus normas, los que están encaminados al mejoramiento humano y no para su autodestrucción moral y espiritual.
Tratemos de ver el lado positivo del nuevo fenómeno religioso sin criticarles. Ya se les reprimió demasiado y como se ha expresado en el artículo que motivó mi intervención, “la religiosidad de los cubanos durante décadas tuvo que esconderse o camuflarse debido al ateísmo de Estado”. Cuestionarnos ahora el tipo de religión, la forma de adoración, la escritura difundida o la reunión a la cual asistir no es beneficioso, ni modificará la conducta de los hombres en su necesaria búsqueda espiritual.
El cristianismo que hace más de quinientos años se impuso a los pueblos de América, en sus inicios resultó ser algo muy distante que se importaba desde el viejo mundo. La adoración al dios Quetzalcóatl, cual mágica serpiente emplumada, el ser supremo de las culturas mesoamericanas, fue sustituida por una forzada veneración al Cristo Redentor; sin embargo con el tiempo el cristianismo se arraigó en tierras americanas, lo que demuestra que “la religión subsiste, a pesar de los que so pretexto de mantenerla, acarrean sobre ella los mayores conflictos. El hombre es eminentemente religioso. Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud”.