Foto-galería cortesía del autor
SONORA, México.- Cuando de Cuba se trata, a menudo las referencias apelan a la humildad y a los siempre recurrentes determinismos materiales, por eso se convierte en noticia de agencias el hecho de que un minúsculo museo de cera en Bayamo estrene una estatua de Gabriel García Márquez.
No obstante el detalle destacable de que la figura -gracias a las relaciones del gobierno cubano con los herederos del Gabo- presuma vestimentas y calzado que en verdad pertenecieron al escritor, la imagen tridimensional llega para enriquecer, con su expresión convincente, un espacio de longitudes relativamente pequeñas, en donde cohabitan menos de dos decenas de figuras a escala humana. Fáciles de contar sin demasiado esfuerzo, las figuras de este reciente orgullo de la cubanidad parecen llegar con siglos de retraso a la idea que tuvo Madame Tussauds, con aquellos cuerpos de cera que le enseñó a fabricar su maestro Philippe Curtius, en los años previos a la primera exposición, en 1770.
Y aunque la franquicia Tussauds incluye sucursales en una veintena de países, no faltan los museos de cera de empresas propias en muchas ciudades importantes del planeta. En el mundo hispanoamericano sobresalen museos como el de Madrid, con unos 450 personajes, el de Ciudad México, con más de 300.
Una muestra discreta, con 12 salas y 120 piezas, como la de Guadalajara, todavía luciría como un muestrario descomunal, puesto al lado de este breve museo de Bayamo.
La colección de estatuas, elaboradas por la familia Barrios desde comienzos de los noventa, cuando se aventaban al experimento hiperrealista en su natal Guisa (y entre cuyos méritos está el haber creado un busto de cera de Nat King Cole para su exhibición en el Salón de la Fama del Hotel Nacional de Cuba), aun cuando revelan un aceptable nivel de similitud con las celebridades originales (variable como en otros museos que no son de Madame Toussands), adolecen del mismo problema de concepto que marca a todo aquello que maneje y controle el Estado, en la sociedad cubana posterior al triunfo castrista: la selección basada en reglas ideológicas.
A nadie le asombraría que en la muestra estuvieran figuras históricas como José Martí y Carlos Manuel de Céspedes, o famosos del arte y la cultura como Compay Segundo y Hemingway. Ni siquiera sería raro que figuras estrictamente locales como Rita la Caimana o Paco Pila tuviesen su rinconcito para ser disfrutados por sus convecinos, pues hay museos muy localistas, como el Museo Histórico de Cera de La Boca, en Buenos Aires, que cumplen su función en el rescate y sostén de las tradiciones regionales. Lo que sí se salta cualquier parámetro de selección es la inclusión, en el museo bayamés, de figuras como Fabio di Celmo, un turista italiano cuyo único “mérito” para estar ahí fue haber muerto por casualidad en la explosión de un artefacto terrorista, en un hotel de La Habana.
No podía faltar Hugo Chávez en la colección de cuerpos adorables en la isla. El boleto de su entrada al local, otorgado por su fallecimiento, nos revela que en Cuba ni de broma sería posible entrarle a una figura viva de la política, más o menos familiar. Aunque es normal en el museo de Ciudad México y en el de Guadalajara pasearse por una galería de presidentes mexicanos -el actual mandatario Enrique Peña Nieto entre ellos-, en territorio cubano sería impensable construir una réplica de Fidel Castro (que sí está en estos museos de México), de su hermano Raúl o de cualquier otra figura destacada de la política contemporánea, como Esteban Lazo, Eusebio Leal o Pánfilo.
Prefieren a Ramazzotti antes que a Celia Cruz
Y aunque también es práctica común en estos museos copiar a figuras vivas (incluso recabar su colaboración en la toma de sus medidas reales), al parecer en este museo bayamés la primera y única réplica de figura no muerta es la de Eros Ramazzotti. Las razones de dicha escogencia, habiendo tantas grandes figuras internacionales para priorizar, escapan a cualquier especulación.
Un músico mediocre, aunque cantor incondicional de la revolución fidelista, como Carlos Puebla, tiene su lugar allí, junto a genios de la cultura cubana como Bola de Nieve y Benny Moré. Quizás en algún momento se le sumen otros más destacados (y más o menos fieles a la causa y vivos aún) como Silvio, Pablo, Leo Brower, Chucho Valdés u Omara Portuondo, pero jamás, bajo ninguna circunstancia, aparecerá en ese sitio el símbolo más universal de nuestra identidad: Celia Cruz.
La selección ideológica, como mismo recomienda a los creadores colocar una estatua del turista italiano a merced de su sello propagandístico, virtualmente desconocido y con quien nadie en su sano juicio desearía retratarse, ni siquiera valoraría la colocación allí de doña Celia Cruz, esa misma que sí es reproducida en casi todos los museos de cera del mundo, un orgullo nacional, pero contraria al pensamiento totalitario. Podría aparecer Chucho, pero Bebo Valdés, jamás. Estará Teófilo Stevenson, pero nunca el Duque Hernández.
De cualquier manera, para las agencias constituye una noticia el hecho de que en este minúsculo salón bayamés se estrene estatua de García Márquez y que estén trabajando con denuedo para que, en los meses próximos, se agregue la de Juan Formell, otro grande del arte cubano fiel al oficialismo y, requisito importante, recientemente fallecido.
Mientras el Museo de Cera de Los Ángeles sigue inaugurando una figura por mes (cada una con costo de unos 300 mil dólares), los cubanos permanecemos enclaustrados en nuestra pequeña grandeza, convencidos de que cualquier esfuerzo por encima de nuestras reales posibilidades materiales, será siempre un esfuerzo épico y admirable.