GIJÓN, España.- La llegada de los productos de alimentación del Corte Inglés a La Habana es como si cerrara un círculo que empezó hace 130 años, cuando dos asturianos de Grado, España, los hermanos José y Bernardo Solís, abrieron en la capital cubana los almacenes El Encanto en la calle Galiano. El espacio lo ocupa hoy la plaza Fe del Valle. Se trataba de un centro comercial novedoso, que tenía aire acondicionado perfumado, y que creció con rapidez.
Otro asturiano del mismo pueblo, Ramón Areces, en 1920, con 16 años, junto a sus hermanos Manuel y Luis, emigraron a Cuba en el buque Alfonso XIII desde el puerto de Gijón. Allí los esperaba su tío César Rodríguez, gerente entonces de El Encanto, donde les dio trabajo como aprendices a cambio de comida y alojamiento; chicos a los que llamaban “cañoneros”, una especie de esclavitud a la española en la primera mitad del siglo XX.
Ramón Areces viajó con su tío por EEUU y Canadá, volvió a Cuba para regresar definitivamente a España en 1935 y fundar El Corte Inglés cinco años más tarde, con un sistema comercial basado en el modelo inglés que pronto se expandió por la Península Ibérica.
Cuando Ramón Areces llegó a El Encanto se encontró con otro asturiano del mismo pueblo, José Fernández Rodríguez —conocido como Pepín Fernández, 13 años mayor que él—, que había empezado también de “cañonero”, pero que ya era contable de la empresa. Éste se casó con la cubana Carmen Menéndez Tuya, y volvió a España en 1931. En 1943 abrió Galerías Preciados, otro simbólico establecimiento comercial, que a la larga fue absorbido por el Corte Inglés. Éste es hoy un emporio empresarial que abarca diversas áreas del consumo.
Por eso digo que los asturianos vuelven a Cuba con una oleada de productos alimenticios a través de El Corte Inglés, cuya empresa tiene sus orígenes en asturianos emprendedores emigrados a Cuba, donde se forjaron como empresarios de futuro exitoso. Aunque los productos envasados o cocinados no son totalmente novedosos en Cuba, pues hace años ya se vendían latas de fabada asturiana procedentes de Pola de Siero en el Mercado de Carlos III.
Algunas informaciones hablan de la diferencia de precio de estos productos con respecto a España, tal vez sin darse cuenta de los 7500 kilómetros que separan ambos países. En todo caso, con los salarios medios de Cuba no es fácil adquirir muchos artículos de importación, y no por los precios, sino porque la capacidad adquisitiva del cubano no da para ello. Bien es cierto que hay un sector de la población que empieza a manejar dinero, como los “cuentapropistas”, que no trabajan para el Estado y que pagan sus impuestos, aquellos que tienen FE —es decir, familiares en el extranjero que les envían divisas—, y muchos de los que se mueven en la economía paralela.
Si miramos la historia, en la primera mitad del siglo XX España era un país que venía de una larga resaca bélica, primero con la Guerra de Cuba o desastre del 98, contra los EEUU, con la pérdida de las últimas colonias: Cuba, Las Filipinas, Puerto Rico. E, indirectamente, las secuelas de la Primera Guerra Mundial (1914−1918), donde ya los EEUU se manifestaban como nueva potencia mundial. La precariedad económica y la conflictiva situación política motivó la emigración de muchos jóvenes españoles a América: Cuba y Venezuela entre otros países, donde había grandes oportunidad de negocio, en lo que llamaban “hacer Las Américas”, y donde se forjaron grandes Compañías.
Cien años después, las cosas han cambiado. Mientras España es una potencia económica mundial como miembro de la Unión Europea, Cuba está anclada en el intento de despegue económico tras 59 años de gobierno castrista tras la llegada de la Revolución, luego de haber superado la corrupta dictadura de Batista con el dominio de la mafia americana en la isla.
Si el flujo de personas era en los años 20 del siglo pasado de España a Cuba, ahora es al contrario. Los cubanos están deseosos de salir de su país. Pero, en estos días, con la incursión reciente de grandes empresas españolas en la Isla han vuelto los asturianos al Caribe, pero ahora como proveedores de productos fundamentales alimenticios para mitigar las necesidades de la población cubana de la mano de potentes multinacionales españolas, y no como emigrantes adolescentes en alpargatas.
Tal vez ahora los cubanos puedan cumplir con algunos curiosos consejos que da la prensa oficial para una alimentación saludable: “El tres: CCF: Calidad, Cantidad, Frecuencia. Cuatro: Plato colorido. Incluye la mayor cantidad de colores en tu alimentación. Los pigmentos son ricos en fitonutrientes, como las frutas y verduras (una manzana cuesta 0,50 euros). Seis: No sacralices la ingesta de carne, disminuye tu consumo de grasa y aumenta el de vitaminas, minerales y fibra”.
Lo que más llama la atención de la Cuba actual es esa especie de hipocresía de bolsillo que manifiestan muchas instituciones y particulares. Ambos convencidos de la fractura social que busca de un porvenir fuera del país, pero que les cuesta reconocer y mucho menos remediar. La política es economía, y la segunda revolución tiene que venir de la mano de un ajuste monetario, un estímulo laboral y un crecimiento del consumo interno.
A pesar de la condonación a Cuba de 1500 millones de dólares por parte de España dentro del programa de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), del turismo, que pasó de 2 millones de visitantes hace tres años a 4 millones setecientos mil en 2017, el reto no es fácil y la desaparición de los Castro de la cúpula del poder para abril, según se anuncia, es un cambio demasiado llamativo que estremece al sistema con tantas transformaciones inmediatas como necesita.