TEXAS.- El escritor portugués Miguel Urbano Rodrigues publicó el 12 de agosto de 2006 en el diario Granma un artículo que pretende establecer un paralelo entre Aquiles, el héroe griego de la Ilíada, y Fidel Castro. Sin embargo, aunque es cierto que se pueden encontrar puntos de semejanza, las diferencias entre estos personajes son más determinantes.
Para comprender la distancia entre Aquiles y Castro, pueden establecerse dos tipos fundamentales de mitos: 1- Aquellos que se basan en la construcción de una identidad, relacionados con conceptos como “patria”, “nación”, “comunidad”, que se ajustan más bien al concepto romano de “política”, de lo legislativo, del control y la administración de los impulsos humanos y que podemos llamar “identitarios” o “nacionalistas” (de los cuales Castro es un referente). 2- Los mitos que evaden el espacio político tradicional, buscan ir más allá de la política, exceden la moral establecida y constituyen un lugar de enunciación fuera del control y la administración del poder legitimado (de los cuales Aquiles, por causa de la cólera y sus consecuencias, puede ser un buen representante).
Supongamos que el autor del artículo tiene razón: Fidel Castro tuvo que sacrificar su vida por el bien común (ese es su argumento y lo erige para justificar hasta los errores del proceso iniciado en 1959). Sin embargo, es precisamente esa supuesta tendencia al sacrificio por lo comunitario lo que más lo aleja de Aquiles, que nunca se sacrificó por el bien común, que dentro de su ideología nobiliaria el bien común no significaba nada, pues se luchaba por ser el mejor entre los mejores (primus inter pares) y no “pro patria mori”, una idea más bien posterior, relacionada con la democracia ateniense y con el nacionalismo/imperialismo romano. A diferencia del liderazgo indiscutible de Castro, el de Aquiles está todo el tiempo en tela de juicio, en peligro de ser perdido: la Ilíada inicia precisamente con un cuestionamiento del liderazgo de Aquiles por parte de Agamenón, que termina quitándole parte de su recompensa.
Aquiles va en contra del bien común, del proyecto e interés comunes cuando el suyo es dañado, mientras supuestamente Fidel Castro se está entregando a él. En todo ello se juega algo más complejo: la dedicación por parte de Fidel Castro a la política de manera radical, como líder absoluto, mientras que Aquiles da un paso atrás y se desentiende de todo sistema nobiliario, de todo código que lo pueda sujetar y obligar a ser un animal político (zoon polotikón), como diría Aristóteles, y le impida expresar sus impulsos del modo en que los siente y experimenta. Eso, claro, tiene sus consecuencias, quizá por eso Aquiles muere joven y Castro murió longevo: el primero es un personaje de carácter (en el que priman los impulsos humanos sin ningún tipo de control), mientras el segundo es un personaje de destino (más precavido y preocupado por perpetuarse en el futuro). De todas formas, en Aquiles el carácter y el destino se entrecruzan, de ahí que, a pesar de su corta vida, todavía hoy hablemos de él y sirva de referente o contraste con una figura como Fidel Castro, pero Aquiles se define más por la expresión desmedida de sus sentimientos, que por ser un estratega político.
Castro es más parecido al “piadoso” Eneas que es capaz de abandonar a Dido por seguir el mandato divino de fundar una nueva ciudad, de ahí que lo comunitario castrista tenga su mejor referente en el sentido imperialista romano, por lejano que una cosa y otra pudieran parecer. El dictador cubano se parece más al Odiseo de la Ilíada, representante de lo comunitario y de lo político legitimado cuando va en la embajada de Aquiles para que este regrese a la guerra.
Aquiles se opone entonces a Castro, al Odiseo de la Ilíada y al Eneas de Virgilio: a lo identitario y nacionalista en general en tanto el hijo de Tetis encarna la posibilidad de no sujeción, de un afuera de la política, de lo no identitario, del momento infra-político. La Ilíada se inicia presentando a Aquiles en su faceta más humana y personal: la defensa de sus derechos individuales y de un espacio de libertad e independencia con respecto al poder y a lo hegemónico, además del llanto y sus quejas al hablar con la madre. Por el contrario, Fidel Castro intentó durante su vida pública esconder su ámbito familiar y personal, sus relaciones íntimas, su rol de padre y esposo; él mismo persiguió velar la dimensión infrapolítica de su existencia, la misma que, sin embargo, han utilizado Raúl Castro y Hugo Chávez como estrategia política.
Pero hay un elemento que pudo relacionar a ambos personajes de modo sustancial: el signo homoerótico que relacionaba a Castro con la tradición aquilea. Castro fue un ícono gay para la Beat Generation norteamericana, aunque poco después se encargara él mismo de convertirse en un referente de todo lo contrario. Allen Ginsberg terminó expulsado de Cuba en los sesenta por ser precisamente un poeta americano homosexual, y el grupo El Puente que recibió a Ginsberg en La Habana terminó borrado y satanizado dentro del ámbito cultural. El gobierno cubano hizo coincidir homosexualidad con ser contrarrevolucionario, disidente, enemigo, gusano, filoamericano. Las UMAP y otros sucesos lamentables quedan en la oscura historia de esos años como evidencia de que tampoco el homoerotismo puede ser un referente que acerque a Castro y al héroe homérico.
Aquiles, al inicio de la Ilíada, abandona, toma distancia, dimite, se desentiende del proyecto común que representa la guerra de Troya. Más adelante, incluso, no sigue el código nobiliario ni el designio de los dioses. Solo regresa a la guerra por un asunto de venganza personal, por la pérdida de Patroclo, su amado compañero, de ahí que violencia y deseo se conjuguen en el héroe griego. Por su parte, Fidel Castro nunca toma distancia, no renuncia o abandona (ni siquiera después de muerto), algo que, sin embargo, define el destino y la vida de Aquiles: el abandono de toda sujeción. Todo gesto personal de Aquiles excede lo comunitario y lo político. Toda acción individual de Fidel Castro se convierte en política y sujeción.
Cuando Aquiles, presa del dolor y el sufrimiento, intenta encauzarse en el entorno nobiliario legitimado, en lo comunitario, muere. Fidel Castro debe su sobrevida precisamente a su condición de militante eterno, de líder carismático absoluto, de comunista totalitario que se mueve (o al menos simula moverse) solo dentro del espacio político y nunca en otro. Aquiles, desde mi punto de vista, es más cercano y humano que Castro (a pesar de la distancia temporal): es capaz de participar en una empresa política común (la guerra de Troya), pero al ser violentado el derecho individual suyo o de cualquier otro, se erige en defensor de este y se enfrenta, si es necesario, a su propio jefe y superior. Castro es incapaz de ver más allá del espacio político comunitario, del supuesto interés común que, paradójicamente, ha terminado siendo una oligarquía insular.