VALENCIA, España – En países como Cuba y Venezuela la democracia es un sueño recurrente, un proyecto futuro asociado a reformas y expectativas de grupos y ciudadanos que intentan sacudirse la dictadura. En España, tras décadas de tiranía se transitó a la monarquía parlamentaria con instituciones que ejercen la soberanía mediante contrapesos y controles, separación de poderes vigilados administrativamente, prensa libre y otros mecanismos y derechos que no dejan espacio a relatos épicos y salvadores de la patria, sino a cambios graduales, frágiles y limitados como el ser humano: complejo, ambiguo, contradictorio.
Pese a las mutaciones y logros vividos por varias generaciones, todo cae en “peligro de fragmentación”, al menos en los periódicos y telediarios que reseñan la “precariedad económica” desatada por viejos problemas territoriales e institucionales acentuados por el desempleo, la desafección ciudadana y otros problemas que evidencian el desgaste producido por el tiempo y sus efectos en la obsolencia del Senado, el Tribunal Constitucional y los partidos que alternan el poder.
Al diagnóstico de la prensa se suman ensayos testimoniales: Repensar el Estado o destruirlo, De la identidad a la independencia. La nueva transición, Existe un capital canalla, Contra las patrias, No siempre lo peor es cierto, El cambio político en la era digital, y otras disecciones de la enfermedad nacional desde diversos puntos de vista, mitos ideológicos y preceptos económicos.
El debate de ideas se centra en la dicotomía entre lo individual y lo colectivo, la simplificación nacionalista, la abstracción ciudadana y los proyectos de ruptura o reforma. Según Santiago Muñoz, “el deterioro institucional ha llevado a una pérdida de fe en el valor de la democracia. La gente tiende a no creerse que el que habla en las elecciones es el pueblo y que las instituciones les representa”. Para Marina Garcés, “está en cuestión cómo nos definimos más allá del Estado-nación y su concepción”; mientras Adela Cortina invita a “hacer una transición ética”, y Xavier R. de Ventós profetiza: “con la globalización el Estado-nación pierde su funcionalidad”, pues “ya no ofrece democracia”.
En medio del oleaje ibérico, Fernando Savater advierte: “Las tensiones proceden de no haber explicado la diferencia entre identidad cultural y ciudadanía democrática. La solución está en la educación”. Pero José Álvarez Junco y Santiago Muñoz Machado piensan que la solución a la crisis pasa por reformar la Constitución de 1978 para reconocer las singularidades nacionales, definir las competencias de las comunidades autonómicas y evitar que el Estado sea convertido en patrimonio de grupos o partidos.
Adela Cortina relativiza la situación: “La crisis parece una catástrofe natural y los ciclos, un destino implacable, pero la economía es una actividad humana”. Otra profesora, Ana Palacio, también baja el perfil del temporal: “Las sociedades se movilizan en torno a grandes ideas, amenaza existencial, proyectos comunes…”
Quizás todo no sea tan aciago en la vieja España, a pesar de la crisis económica que aumentó el desempleo y la pobreza, desveló la corrupción, el clientelismo y activó el desafío soberanista en Cataluña; mientras la mirada romántica de los indignados y los vendedores de utopías acentúan la antipatía prosaica de los partidos y la política, lo cual induce a “barrer el capitalismo” y la democracia, como pasó en Cuba y en Venezuela, donde problemas similares a los de España favorecieron las tentaciones totalitarias y el triunfo de la dictadura comunista.
Sabemos que la democracia, permisiva y tediosa, se destruye desde adentro cuando aumenta la desigualdad y las élites gestionan mal los desafíos sociales, pero nadie plantea abiertamente eso en España. Los acontecimientos apuntan a la caducidad del modelo democrático, pero Álvarez Junco propone: “igual que se habla de la Segunda República, tal vez debiéramos hablar de la segunda democracia”.
De todas formas, vale preguntar: ¿Reformarán la democracia en España? ¿Solucionarán las tensiones y los intentos de fractura? La prensa exagera y los políticos se pasan, la nación sigue ensimismada en sus problemas, incertidumbres y certezas, pero fluye el debate y la búsqueda de alternativas.