PARIS, Francia.- Desde que se reanudaron las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos hace dos años, la clase política e intelectual española arrastra como un mantra ese temor. Una sensación de urgencia y un nerviosismo que comparten sus iguales en la Unión Europea. Es la razón por la que su canciller en funciones, Doña Federica Moguerini, acaba de firmar un acuerdo de cooperación con La Habana, a pesar de las recientes críticas de parlamentarios europeos entre los que se encuentra Fernando Maura.
Maura Barandiarán es el biznieto de aquel gran hombre que resumió nuestras complejas relaciones con una frase que le hizo pasar a la posteridad: “El problema de Cuba y de España es el desamor”. Sabía de qué hablaba, pues dos veces, en 1870 y en 1893, intentó desde el parlamento español imponer las medidas de buen sentido para que Cuba siguiera siendo una provincia de España. Como sabemos no lo logró.
La primera vez, porque desde 1869 la Isla se encontraba fuera del ámbito legal tras el golpe de Estado que dieron los notables catalanes al capitán general Domingo Dulce en La Habana; y la segunda, porque en 1893 los Estados Unidos ya eran la metrópoli económica de la Isla. Como se sabe, el dinero tiene razones que la emoción no conoce.
Así pues, la “casta” política de aquellos años consideraba que si Cuba no estaba perdida, acabaría por perderse y fue ese fatalismo imperante el que hizo que desde el gobierno de Práxedes M. Sagasta se tomaran aquellas pragmáticas decisiones que llevaron a la derrota militar del 98 y… ¡a la conservación de los intereses económicos de España –es decir, catalanes– en Cuba!
En efecto, pocos lo saben pero las relaciones mercantiles entre Cuba y España nunca sufrieron con el 98’. Al contrario, como lo destacan todos los trabajos historiográficos recientes, entre los que destacan los de Juan Pan Montojo y Jordi Maluquer, aquellos fueron sin discusión alguna tiempos de bonanza económica. Nadie recuerda hoy que entre 1899 y 1909, sin interrupción, el presupuesto del Estado español se sostuvo en constante superávit, y que las exportaciones hacia Cuba no sólo se mantuvieron, sino que incluso crecieron.
¿Y esta maravilla, cuidadosamente ignorada en los manuales escolares a ambos lados del Atlántico cómo fue posible? Pues gracias al tan denostado y criticado Tratado de París, firmado entre España y los Estados Unidos en 1898, en virtud del cual se garantizaban los intereses españoles en Cuba y su mantenimiento tras la “independencia” en 1902.
El régimen castrista y sus delirios colectivistas significaron un paréntesis en esa relación ventajosa que mantuvo España con Cuba desde principios del siglo pasado. Sin la protección de los Estados Unidos, los intereses económicos españoles fueron lesionados gravemente. Según la Compañía de Recuperación de bienes Patrimoniales, dirigida por Jordi Cabarrocas, la dictadura incautó bienes y propiedades de particulares, instituciones y sociedades por un valor de 3000 mil millones de dólares. En consecuencia, hoy como ayer, las posibilidades de indemnizar a las victimas sin el amparo del “amigo americano” son escasas.
Por otra parte, tras la desarticulación del Imperio soviético, Fidel Castro tuvo que introducir reformas económicas que facilitaron la instalación de grupos hoteleros españoles, los cuales se han beneficiado durante años de su opacidad tributaria y han abusado a su antojo de la mano de obra esclava que el régimen ha puesto a su disposición.
El actual deshielo y en algún momento el fin del Embargo, traerá aparejado sin dudas más ingresos para ellos y para las más de 200 empresas españolas ya instaladas en Cuba. España lleva pues, una gran ventaja a todos los inversores del mundo entero, incluyendo a los norteamericanos. El insignificante crédito a las empresas que deseen invertir en la Isla, no es más que un reflejo de este adelanto indiscutible, al menos en el sector turístico.
Otra cosa es juzgar los actuales acontecimientos desde el punto de vista afectivo.
Por ese lado, sólo cabe constatar que el desamor entre nuestros países no sólo sigue intacto, sino que se ha agravado. Las razones son numerosas y no podemos enumerarlas todas, baste señalar la más importante: la ceguera política de las élites gobernantes.
Hace un año o dos, hubiera sido muy fácil extender la ciudadanía española a todos los que así lo desearan. Esta medida de elemental justicia histórica habría provocado en Cuba un seísmo de consecuencias incalculables, empezando por la desarticulación del castrismo y la recuperación del prestigio de España en la esfera internacional.
Sin embargo, el Consulado General de España en La Habana sigue siendo el que suscita un mayor número de quejas por la demora en la tramitación de las solicitudes de nacionalidad en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Todavía hoy, más de 80 mil expedientes siguen durmiendo tras siete años de trámite infructuoso por desidia gubernamental, como lo ha reconocido recientemente la Defensora del pueblo Soledad Becerril.
Los ciudadanos españoles que allí viven, que ya suman 180 mil, están desprovistos de sus más elementales derechos ciudadanos, sin que esta escandalosa situación parezca importarle a ningún partido político, incluyendo los más rojos del espectro.
Así pues, el fin del Embargo y el regreso de la isla a las aguas del comercio internacional gobernado por las instituciones crediticias y comerciales norteamericanas, traerá beneficios incalculables para las empresas españolas; pero por rendirse al pragmatismo económico como sucedió en 1898, España habrá perdido la vergüenza, y esta vez para siempre.