VALENCIA, España, diciembre, www.cubanet.org -La mirada del extranjero suele contradecir la percepción de los habitantes de países sumergidos en crisis económica o social. Ensimismados en sus problemas, incertidumbres y certezas; acosados por la inseguridad y el miedo al futuro, los españoles –como los griegos, italianos y portugueses-, se quejan de casi todo menos de si mismos. Bastaría con leer los periódicos y telediarios, ver las sesiones del Senado o un par de programas humorísticos para comprender que en la “Madre Patria” miran al pasado inmediato en busca de responsables.
En las casas, bares y plazas de España se habla con pasión de política. Cada cual pretende coger por los cuernos al toro de la crisis. El culpable siempre es otro, nadie tiró la primera piedra. Los humorísticos satirizan al Rey, al Jefe de Gobierno y sus ministros, a los líderes de los partidos políticos, los funcionarios autonómicos, provinciales y municipales. Las descargas verbales apuntan al desempleo, las hipotecas, la corrupción y otros males “que ponen en riesgo al Estado de bienestar social”. La perdida de la autoestima acrecienta el sentimiento de “víctimas” y el resurgimiento de filias y fobias. Desde “la izquierda” responsabilizan a “la derecha”, en especial al ex presidente José M. Aznar y al actual mandatario (M. Rajoy); al primero por “liberalizar el suelo y desatar la especulación y el boom inmobiliario”; al segundo por “los recortes y decretos anti-crisis”.
En el otro extremo del tablero, “los peperos” (derecha) culpan a los socialistas por desencadenar la crisis, negarla y posponer la solución durante los ocho años de gobierno de Rodríguez Zapatero, al cual califican de “inepto” y “derrochador del presupuesto del Estado”. La letanía se repite hasta el cansancio desde cualquier postura ideológica. Los locutores son rotundos. Los periódicos publican papeles secretos. Una cadena de televisión difunde los sms cruzados entre algunos banqueros y políticos, cuya piel resbala por el piso junto a la Casa Real, salpicada por los negocios turbios del marido de una infanta. Los problemas de fondo quedan para articulistas y expertos que refrescan la memoria colectiva con cifras y datos.
Es tal el aluvión informativo que un forastero sin empleo como yo evade los telediarios y las tertulias sobre el culebrón de la crisis. Sí, España está en crisis pero la vida sigue; no es una nación en ruinas. Posee aún un sistema de salud pública y de enseñanza gratuita, además de clínicas y universidades privadas; un eficaz sistema de transporte con tranvías, metros, ómnibus, carreteras y autopistas, puertos y aeropuertos. Los casos de corrupción son oxigenados por la prensa y procesados por los tribunales. Las campanas resuenan contra decenas de políticos, empresarios, banqueros y gobernantes inescrupulosos que figuran en la lista de sospechosos del “desastre nacional”.
Conozco a un manojo de empresarios, algunos en crisis, todos laboriosos y dispuestos a arriesgar su patrimonio cada día. No conozco a banqueros ni líderes políticos; me relaciono con maestros y profesores, albañiles y fontaneros en paro, jubilados y chicas de limpieza; a ninguno les va de maravillas, pero comen, pagan el agua, la luz y la gasolina del coche, poseen casa propia o alquilan un piso; casi todos tienen apartamento en la playa o casa en la montaña. Hay otros peores, por supuesto.
Creo que durante décadas millones de personas en España aprovecharon oportunidades y derechos impensables en medio mundo. Muchos jóvenes abandonaron la universidad para trabajar en la construcción, donde ganaban entre 1, 500 y 2, 000 euros al mes, lo cual les permitía comprar casa y coche; mientras empresarios emergentes adquirían tierras y edificaban, casi siempre con préstamos bancarios. En el 2006 empezó el retroceso. La parálisis en la industria del ladrillo multiplicó el desempleo –más de cinco millones en el 2013-. La especulación y la búsqueda de ganancias a toda costa influyeron en la crisis económica, ética y social de un país con 47 millones de personas, de los cuales cinco millones son extranjeros,
Con la crisis disminuyó el nivel de consumo, los despidos y recortes del gobierno para pagar las deudas contraídas con la Unión Europea, aumentaron las manifestaciones públicas, surgió la plataforma Ciudadanos contra los desahucios. Hay crisis y optimismo exagerado del gobierno frente al victimismo popular. Crisis y rumores, sueños pospuestos, búsqueda de culpables, exaltaciones. Jóvenes que regresan a casa de sus padres pues no pueden pagar la hipoteca del piso que compraron; jubilados que sostienen con sus pensiones al resto de la familia; personas que reciben ayudas del Banco de Alimentos; Caritas y otras asociaciones.
La crisis es indudable, pero en mis viajes por Alicante, Bilbao, Castellón, San Sebastián, Santander o Valencia no percibo la indignación y el desastre mostrado en los telediarios. Los amigos se reúnen en casa y lugares públicos, frecuentan bares y cafés, disfrutan en playas y piscinas, ascienden montañas. Observo las calles llenas de coches modernos, tranvías y autobuses, supermercados bien surtidos, chicas bien vestidas, señoras en las peluquerías, ciclistas y corredores, urbanizaciones preciosas, bibliotecas y museos modernos con Internet gratuito, paseos marítimos con palmeras, ríos con sendas y bancos para descansar o hacer ejercicios; plazas y monumentos, teatros y ferias, fiestas religiosas y taurinas.
¿Será que no le pongo la lupa a los problemas ni hago catarsis perpetúa? ¿O estoy acostumbrado a la crisis perdurable de Cuba, donde la involución es total y la falta de libertades es casi absoluta? Se por experiencia propia que las crisis son cíclicas como los flujos de la historia; que los ciudadanos somos responsables de nuestras vidas, la vida es lucha y riesgo. La cresta de la ola barre las orillas, pero regresa al mar.
España, como la incoherencia, es una gran señora, una nación envidiable por su posición geográfica, sus mares, ríos y montañas, sus productos agropecuarios e industriales, su historia milenaria nutrida de lenguas y culturas diversas, sus gentes auténticas, amables y solidarias. La crisis afecta pero no paraliza a los españoles, solo aleja la línea de fuga del porvenir. Quienes protestan en las vías públicas contra los recortes o el cinismo de un ministro saben que el problema no radica en cargarse el sistema, si no en hallar una salida o una entrada; quizás un atajo en la compleja madeja de las personas sencillas que no saben como sobrevivir al oleaje de la inseguridad.
Miguel Iturria Savón, autor del blog Ancla Insular, es un periodista independiente cubano, antiguo colaborador de Cubanet, residente en España desde 2013.