FORT PIERCE, Estados Unidos.- Siempre se ha comentado que los gobernantes cubanos acuden a ciertos hechos de manera estratégica cuando se apodera el temor en ellos. Para llamar la atención de las masas y distraer su atención de la agonía en que permanecen envueltos suelen presentar algunos acontecimientos, los que en muy pocas ocasiones tienen cierta dosis de realidad, pero son llevados a una sobredimensión premeditada. De ahí que en Cuba se hable de manera periódica de posibles guerras, campañas mediáticas, conspiraciones y mensajes subversivos, todo ocasionado por un eterno enemigo, cuya existencia ha sido el principal aporte de la delirante paranoia de Fidel Castro.
La revolución cubana como hecho histórico es algo que ha quedado en el pasado. Sus preceptos, códigos, directrices, así como sus términos y conceptos anquilosados se sumergen para quedar en el olvido. Atrás quedaron sepultadas aquellas estrafalarias concepciones que tanto daño hicieron a una juventud que rápidamente se perdió entre consignas y desfiles, deberes patrios e internacionalismos proletarios o diversionismos ideológicos y centralismos democráticos; no obstante, algunos aún se empeñan en querer perpetuar lo inexistente.
En las décadas del setenta y del ochenta se cometieron tantas atrocidades que los que no vivieron esos tiempos no pueden creer la veracidad de hechos tan criminales. La expulsión de estudiantes de la universidad por pensar no acorde a la línea establecida, la separación de un puesto de trabajo al ser sorprendido escuchando The Beatles y los señalamientos por la forma de vestir fueron hechos cotidianos. La corrupta Unión de Jóvenes Comunistas y los agentes ocultos informantes de la seguridad del estado protagonizaban la cacería de los desviados ideológicamente, los inmorales y los contrarrevolucionarios.
No obstante y aunque resulte difícil de creer quedará para la historia, la que lamentablemente se dispersa ante los convulsos tiempos presentes matizados por los elementos propios de las nuevas circunstancias. Las golpizas, detenciones, manifestaciones pacíficas, protestas ante hechos inconsistentes, la represión cada vez mayor, entre otras cosas, han cedido su lugar a aquella persecución, no menos tenebrosa que la actual, en la que el daño a nivel mental y emotivo jugaba un papel determinante. Los tiempos son otros y los métodos han cambiado; pero la represión como elemento inherente a todo sistema totalitarista se ha mantenido como algo que llegó para quedarse.
Esa vigilancia mantenida hacia todo y sobre todos demuestra una condición de inseguridad y de temor. Permanecer siempre en un estado de alerta ante cualquier posibilidad de ataque es algo patológico. Esta delirante manía les hace ver guerras, amenazas y confabulaciones, las que no son otra cosa que su propia proyección. De ahí que los comunistas cubanos en medio de sus batallas quijotescas y triunfos imaginados se inventen cíclicamente nuevas agresiones para justificar sus fracasos, a menudo con cierta cautela, otras veces ―cuando la desesperación es mayor y les invade la histeria― con un desenfreno que las masas acogen y lo llegan a creer.
Por estos días se vuelve a tratar el tema de la guerra mediática y de posibles proyectos subversivos, como imágenes que pretenden asumir una y otra vez, cuando necesitan afianzarse tras el advenimiento de la desconfianza y la inseguridad.
La periodista oficialista Rosa Miriam Elizalde ha pretendido “desenredar una madeja”, para lo que entrevistó a la doctora Olga Rosa González Martín, investigadora del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana, sobre el tema del cambio y privatización en la Oficina de Transmisiones a Cuba ―institución encargada de las coordinaciones de radio y televisión Martí―, algo que vuelve a ser noticia en estos días.
En una de sus respuestas González Martín se refirió a una guerra mediática contra Cuba, aunque en un nuevo escenario, cuyo propósito es el “desmontaje de los logros de la Revolución”. Igualmente insistió en lo que llamó producción de símbolos, lo que según sus conceptos está determinado “no tanto por el hacer-creer que es la esencia de la Persuasión o el hacer-hacer que es el de la Manipulación, sino por el hacer-saber qué es lo que determina la efectividad o no de un discurso”.
Al parecer la paranoia se transmite de una generación a otra. La absurda idea de una guerra mediática es algo que pertenece a ese pasado al que hice referencia en las primeras líneas de este escrito. ¿Es que acaso van a continuar con las alucinaciones guerreras por la eternidad? ¿Tiene idea de lo que está expresando con esa retórica de los sesenta? ¿Cuáles son los logros de la revolución que pretende “desmontar” esa inexistente guerra mediática? ¿Qué ha dicho concretamente entre tantas incoherencias como hacer-hacer, hacer-saber y hacer-creer, o las absurdas producciones de símbolos?
Por otra parte, la directora general de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, Josefina Vidal, en sus declaraciones el pasado 26 de agosto en su cuenta de Twitter, se refirió a internet como arma de subversión que se utilizará para desestabilizar al régimen, algo que les preocupa sobremanera y guarda relación con el próximo encuentro que tendrá lugar en Miami para tratar el uso de medios como Internet en Cuba.
Como si fuera poco, Raúl Castro en un mensaje a los intelectuales por motivo del aniversario 55 de la UNEAC insistió en una doble amenaza: los proyectos subversivos y la oleada colonizadora global, así como a su confianza para enfrentarlos.
Si esa revolución que tanto defienden tuviera poder suficiente para seguir sosteniéndose no habría temores y no encontraran planes subversivos y guerras mediáticas por todas partes. Cuando hay seguridad sobran los temores.
La dictadura ha obligado al pueblo cubano a tener información solo a través de los medios oficialistas, los que ofrecen una ínfima parte de la información, la mayor parte de las veces de manera distorsionada a su conveniencia. Las manifestaciones de los opositores, los fracasos de los planes y proyectos sociales y económicos, las traiciones de los líderes políticos, los motivos de las destituciones de dirigentes y altos funcionarios, entre otros tantos sucesos, son ocultados por la prensa oficial de la isla.
El uso de Internet en Cuba ha estado frenado por el gobierno, siendo una violación de un principio de carácter universal: el derecho que todo hombre tiene a la información. Su generalización en el país constituye, sin duda, una seria amenaza para una “revolución” que han intentado sostener a la fuerza y que ha tenido entre sus principales instrumentos de sustento el engaño.
Permitir que se pueda acceder de manera libre a todo tipo de información es una obligación de los gobiernos de cualquier país. Haber impedido el libre acceso a la información durante todos estos años es el verdadero plan subversivo y la real guerra mediática declarada por un gobierno totalitarista lleno de temores de todo tipo, aunque todos convergen en el gran temor, el de dejar de existir, algo que de manera inevitable tendrá lugar y ellos saben, aunque se empeñen en negarlo y se aferren a la absurda idea de su perpetuidad.