MIAMI, Florida, marzo -Persona de recta conducta, político de diálogo y consenso, presidente pleno de templanza que cumplió con lo que prometió. Son algunas de las frases con que la gente describe al ex mandatario español Adolfo Suárez a pocas horas de conocerse su muerte.
El presidente de la transición, como muchos le reconocen, dejó de existir el 23 de marzo tras una larga y triste enfermedad neurológica degenerativa. Un proceso que con seguridad fue más doloroso para los seres queridos y allegados que para el mismo doliente. La enfermedad le quitó la capacidad de los recuerdos y el reconocerse como individuo, pero que también le evitó sufrir la pérdida de su hija mayor y el recuento amargo del arrinconamiento político a que fuera condenado por incomprensiones o por mala apreciación de su quehacer en las horas de la democratización.
Ahora, con la muerte llegan los elogios a su trabajo, incluso por quienes ayer fueran sus detractores. Irónicamente muchos de estos llegaron cuando Adolfo Suárez ya no podía sentirlos. Pero para el primer presidente de la democracia daba igual. Él supo perdonar y olvidar cuando aún tenía la capacidad de hacerlo en pleno uso de razón.
El Rey Don Juan Carlos concedió a su amigo a título póstumo la Orden Real Carlos III. Años antes le había conferido personalmente la Orden del Toisón de Oro. Era tal el estado de Suárez que no reconoció al Rey y le preguntó quién era. -¡Soy tu amigo, el Rey!, cuenta el hijo de Adolfo le respondió el Monarca español en tono de broma. Del encuentro quedó una foto hecha por Adolfo Suárez Illana. La instantánea recoge con simbolismo a dos personalidades unidas por la amistad y la complicidad política que llevó la democracia al pueblo español.
Mientras la democracia llegaba a España dejando al franquismo relegado en la historia, en Cuba vivíamos ajenos a la importancia del hecho trascendental de la caída incruenta de la última dictadura occidental en el viejo continente. Las imágenes del noticiero nos traían el amanecer español sin mayores relevancias. Noticia que apenas parecía conectarse con nuestra realidad, como algo ajeno, bueno y hasta alegre, pero que en nada nos afectaba.
Quienes tuvimos la oportunidad de estar por esos años fuera de Cuba pudimos ver algo más. La reacción de la gente que por primera vez vivía sus sueños en libertad, manifestándose abiertamente, sin miedos, con una franqueza que a nuestros ojos se hacía desconcertante y desparpajada. Eran imágenes de movidas, destapes y aperturas políticas. Contrastaba aquella pujanza con el silencio de los medios en la Isla que siempre se dijo solidaria con la causa anti franquista. A los programas de radio cubana quedaron sin llegar los grupos de la nueva generación en democracia. Tampoco las pantallas exhibieron las nuevas propuestas de un cine crítico y audaz. Pasarían muchos años para conocer a Berlanga en toda su dimensión o disfrutar de títulos como Amanece que no es poco. Otro tanto ocurrió con su literatura. Y es que en Cuba, ajenos al franquismo, vivíamos una realidad muy parecida.
De la intentona del 23 F tuvimos noticia. Pero poco se dijo de la postura de aquel presidente que desafiando a la violencia, y en momentos en que hacía dejación de su cargo por las controversias en torno a su mandato, asumió con entereza el rol de gobernante para negar la autoridad de los que exigían se tendiera en el suelo. Suárez permaneció sentado en su escaño, inamovible, exigiendo el respeto debido al cargo de presidente democrático. Junto a Carrillo y al Teniente General Manuel Gutiérrez Mellado se negó a doblegarse ante los golpistas.
No es casual que el órgano del Partido Comunista de Cuba haya dedicado una escuálida reseña sobre el fallecimiento del ex presidente español que condujo a si país por la vía democrática. Unos breves párrafos donde apenas se destaca la importante personalidad del fallecido, poniendo énfasis en los mensajes luctuosos de algunas personalidades políticas españolas (Rajoy, Cayo Lara o Rubalcaba) que dieron su sentir sobre el hecho. Peor que la nota de Granma los comentarios de los ultras. Unos de Cuba y otros aparentemente de la península española. Una réplica a la izquierda de Tejero y compañía.
Viendo este momento triste de la partida del primer presidente en democracia de España me pregunto cuando será la hora para el Suárez de Cuba; el político que a la medida del presidente español lleve las riendas de una transición democrática con espíritu de diálogo, tolerancia, consenso y apertura para todos los colores políticos de la nación cubana, para los de la Isla y los que están fuera de ella. La hora que propicie la unidad de los que apuesten por el ese trayecto complejo que supone el camino transitorio hacia una experiencia que aún no hemos tenido el placer de disfrutar.