QUITO, Ecuador – El repique de la campana de La Demajagua, en Manzanillo, se convertía en un llamado a la libertad. No solo fue el acto de liberar a sus esclavos, sino la convocatoria para el comienzo de la guerra de 1868. Céspedes, el hombre de leyes, acaudalado, librepensador y reformador, se lanza en glorioso acto a la larga contienda, lo que representó un triunfo de las ideas independentistas frente al integrismo hispano y las corrientes anexionistas del siglo diecinueve en Cuba.
¿Cómo es posible que los cubanos estén olvidando al emblemático padre de la patria? El 10 de octubre es un día de descanso para la mayoría de los cubanos, los que solo pueden decir que es el día en que “liberaron a los esclavos”. Durante la primera mitad del pasado siglo veinte, Céspedes era motivo de cierta veneración, no comparable al tributo martiano, pero sí era considerado en la medida de sus actos y en el lugar que por justicia se ganó. Sin embargo, en nuestros días, el hecho fundacional de la gesta independentista va quedando cada vez más como algo muy remoto y carente de significado.
Otros sucesos de mayor contemporaneidad que se difunden día a día, y se reiteran continuamente por doquier, han ido sustituyendo a los grandes eventos que le dieron a nuestra patria su verdadero sentido de identidad y de nacionalismo. A partir de 1959, el 26 de julio le quitaba el protagonismo al 10 de octubre. El día inaugural de la independencia cedía su puesto al día de la “rebeldía nacional”. El Padre de la Patria, el primero que en heroico gesto emancipador supo su rol y se lanzó al campo de batalla, era eclipsado por un “nuevo padre” que se alzaba imponente y temible y de quien, en honor al glorioso día, omitiré el nombre.
José Martí, el más genuino símbolo de la nación cubana, desde su tiempo, que es aún el nuestro, supo resaltar con justeza tan trascendental suceso de la historia nacional. Las mayores pruebas de lo que os propongo son sus sendas intervenciones cada 10 de octubre, desde 1887 hasta 1891, tanto en el Masonic Temple, como en el Hardman Hall, de Nueva York. El autor de “Versos Libres” con su sabia palabra y su visión profética protagonizó las grandes reuniones, devenidas en sagrado culto para la evocación a aquellos que emprendieron el camino liberador.
Un día como hoy pero de 1888, a solo veinte años del acto de Céspedes, José Martí se dirigió a los cubanos emigrados en Nueva York, y se refirió al “ardor inevitable del corazón” y a “las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes”. Para José Martí, la gesta independentista de 1868, a pesar de su fracasado fin, tuvo una connotación trascendente, y el gesto inicial de la contienda que protagonizara Céspedes, un significado real a la vez que simbólico. Esas “pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes” adquirieron un significado real y trascendente cada 10 de octubre en las reuniones, que no solo eran motivo para la evocación del histórico día, sino para el llamado coloquial que sirvió para la reunificación de los cubanos con ansias libertadoras.
José Martí, en el citado discurso, es capaz de convocar a los cubanos de su tiempo al expresar: “Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común”.
Os dejo para la reflexión la idea martiana acerca de la necesidad de una revolución como ley evolucionaria, según él, “indispensable en las horas de hostilidad esencial”. Téngase presente que el cubano inigualable, de profético pensamiento y de visión futura, fue capaz de prever que: “los pueblos que no creen en la perpetuación y universal sentido, en el sacerdocio y glorioso ascenso de la vida humana, se desmigajan como un mendrugo roído de ratones”.
El continuador de Céspedes supo como nadie en su tiempo interpretar con verdadero sentido la praxis latinoamericana y los males que aquejaban a su patria, y alertarnos de las posibles consecuencias futuras, ante la instauración de sistemas de carácter totalitarista, “con el pretexto de enseñar doctrinas modernas”, como está sucediendo en Latinoamérica en los últimos años, y como ocurrió en Cuba, con el establecimiento de la dictadura comunista en 1959; pero en estos convulsos y agitados tiempos, la inspiradora palabra del Maestro siempre será edificante:
“Un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan: del acomodo que acapara, y de la justicia, que se rebela: de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos.”
Hoy, cuando nos separan 147 años del histórico hecho de la Demajagua y 128 años del primer discurso de José Martí en conmemoración del 10 de octubre, hemos de preguntarnos: ¿Qué relación podrá existir entre el gesto emancipador de Céspedes, las ideas libertadoras del héroe bendito de “Dos Ríos” y la necesidad de que se concreten esos grandes cambios que todos, de una u otra forma, estamos esperando? ¿Es que acaso el hecho de acudir a la colosal sabiduría del Maestro y al gesto altruista del simbólico padre que los cubanos han olvidado en estos tiempos, justamente hoy 10 de octubre, no es la expresión de nuestras ansias libertadoras? Tal vez, las palabras de José Martí nos den la respuesta en la justa medida de nuestras aspiraciones:
“¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a conmemorar a nuestros padres? ¿Qué pasa en nuestras huestes que el dolor las aumenta y se robustecen con los años? ¿Será que, equivocando los deseos con la realidad, desconociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio, queramos infundir con este acto nuestro, con este ímpetu, con este anuncio esperanzas que sin culpas cuando puedan costar la vida al que las concibe, y el que las pregona no puede realizarlas?”
El dolor que hemos llevado durante todos estos años de represión, de carencias materiales y espirituales, que van desde la ausencia de valiosos textos prohibidos o restringidos hasta la imperdonable ironía de querer dominar nuestro pensamiento y nuestra expresión, el irrespeto y la violación de los derechos ciudadanos, entre otros males, han sido, en nuestro actual contexto, elementos claves para que “en nuestras huestes” el dolor las aumente y se robustezcan con los años.
Para los que hemos resistido, –también se resiste en el exilio– lo importante es continuar existiendo. Existir con nuestras virtudes y también con nuestras limitaciones, no es solo estar manifestados y expresados en este mundo. Existir va más allá del accionar de nuestros cuerpos y del sentir de nuestras almas, existir es pensar e intuir, pensar libremente con la mente despojada de prejuicios y libre de condicionamientos. Esta ha de ser para nosotros la verdadera libertad, la que se encuentra en las sutilezas de la mente y de la intuición creadora, la que llega al despertarse, lo que potencialmente aquella realidad depositó en nosotros al lanzarnos a la existencia y a la manifestación.
Los intelectuales librepensadores hemos de sentirnos libres. Se podrá detener nuestro actuar y nuestra expresión a través de la palabra, pero el libre pensar jamás; esta es la causa por la cual en los regímenes totalitaristas siempre se teme a las reuniones de intelectuales. Es peor sentirse bajo la amenaza de alguien que piensa con libertad, que ser agredido por hombres de acción que carezcan de instrucción. Por eso se ha perseguido y reprimido a los intelectuales a través de los tiempos. “La verdad os hará libres”, sabias palabras atribuidas al redentor de la antigua Palestina, que fuera condenado por solo expresar la verdad entre los hombres de su tiempo. Proclamar la verdad en todo momento y en cualquier lugar es nuestro deber, esto nos hará libres en el pensamiento. El resto de las libertades tan ansiadas advienen como efecto de esta condición del libre pensar.