(EL NUEVO HERALD) Si el Secretario de Estado, John Kerry, habla en serio cuando afirma que Estados Unidos no abandonará su compromiso con la lucha por la democracia y los derechos humanos en Cuba, lo menos que podría hacer es lo siguiente: invitar a los disidentes cubanos a la ceremonia de izamiento de la bandera estadounidense en la embajada de Washington en La Habana que él mismo presidirá el 14 de agosto.
Suena como un gesto trivial, pero no lo es. La dictadura de Cuba — sí, incluso quienes no nos oponemos al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países debemos llamar al gobierno cubano por lo que es — se niega a tener contacto directo o incluso participar en eventos con asistencia de opositores pacíficos.
En Cuba, quien se atreva a organizarse con otros para exigir elecciones libres o la libertad de prensa es considerado por el régimen como un “mercenario estadounidense”. Cuando las embajadas extranjeras celebran sus fiestas nacionales y deciden invitar a los disidentes, el régimen cubano envía artistas pro-gubernamentales o “intelectuales” asalariados por el gobierno, pero no a funcionarios estatales.
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